Papá desesperado. Necesito una Niñera ¡urgente!

CAPÍTULO 35

Narrador

Desde que Derek había llegado al hospital, aquel mismo lugar donde un mes atrás había llevado a Milena por aquel fuerte dolor de cabeza, algo dentro de él no dejaba de oprimirle el pecho. Apenas se presentó en recepción, pidió hablar con el médico que la había atendido. No tardaron en hacerlo pasar. El doctor, al verlo, quedó un tanto sorprendido por la urgencia en su tono.

—Doctor, necesito una cita inmediata… y, sobre todo, necesito que me dé más información sobre mi esposa —pidió Derek con seriedad Milena Forbez. Usted la recuerda, la traje hace un mes por un desmayo.

Derek le comento algunos detalles de aquella vez.

El médico arqueó una ceja, intrigado.

—¿Su esposa? ¿La señora Milena? ¿La misma que hace un tiempo atendimos por una cirugía estética?

Derek lo miró confundido.

—¿Cirugía estética? Si ese mismo que usted comento. Cuando encontró su información.

El médico lo observó detenidamente, sin entender.

—Es extraño… usted, siendo su esposo, ¿no sabía que ella se practicó una cirugía estética hace aproximadamente cinco años?

Derek negó con la cabeza.

—No. Pasaron muchas cosas en nuestras vidas… pero no estoy para hablarle de mi vida

—Si no me explica, no podré ayurlo.

El silencio se apoderó de la sala unos segundos. Derek, con voz firme pero cargada de incertidumbre, relató al doctor todo lo que sabía, cada detalle que pudiera ayudar a esclarecer la situación. El médico, sorprendido por lo que escuchaba, decidió acceder al sistema y buscar el archivo correspondiente.

—Aquí está… —dijo, mientras tecleaba—. Lo curioso es que no tengo información clara de quién pagó esa cirugía. El procedimiento fue cancelado con un cheque…

—¿Un cheque? —interrumpió Derek.

—Sí, un cheque muy particular. Nosotros lo llamamos “cheques invisibles”.

Derek frunció el ceño, sin comprender del todo.

—¿Cheques invisibles? Creo que conozco a una persona que le gusta hacer esos tipos de cheques. Sin embargo como se haría el cobro.

El médico se acomodó en su asiento y le explicó con calma:

—Son cheques que llegan sin nombre del emisor, pero con fondos suficientes para cubrir el gasto. No aparecen vinculados a ninguna identidad en los registros bancarios. Es una práctica usada cuando alguien quiere mantener el anonimato absoluto. La persona paga, pero no quiere que quede rastro de quién es realmente.

—¿Y cómo es posible que el banco los acepte? —preguntó Derek, incrédulo.

—Porque suelen estar respaldados por cuentas internacionales, cuentas fantasmas que garantizan el dinero. La transacción se cubre, pero la identidad del pagador nunca se revela. Es como un fantasma que deja huellas de dinero, pero no de nombre.

Derek sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Y quién entregó ese cheque?

El médico pensó un momento.

—No sabría darle un nombre exacto. Solo recuerdo que en esa época alguien mencionó que había sido enviado por un “editor de una gran empresa”… o quizá de una organización importante. Eso es lo que se comentó en su momento.

La mente de Derek se nubló. Sintió que aquellas palabras iban dirigidas a él, aunque no tenía una empresa ni nada que ver con editores. Era como si el rompecabezas comenzara a encajar, pero no quería enfrentarse todavía a esa posibilidad. Trató de apartar el pensamiento, pero en ese instante su celular vibró. Era Alejandro. No contestó. No tenía tiempo ni ganas de hablar con él; había asuntos más urgentes que resolver.

El médico le entregó una carpeta con todos los documentos que tenían de Milena, aunque en ella no aparecía ninguna información sobre las personas que habían realizado aquella misteriosa transacción. Derek agradeció con prisa y salió del hospital con el corazón acelerado.

Condujo hasta la empresa con la idea fija de dejar todo en orden, la noche anterior no logro conciliar el sueño en ese hotel. Por otro lado, estaba decidido a renunciar al cargo que compartía con Alejandro, pero antes debía cumplir con su deber. Entró a su oficina, saludó con un gesto rápido y se encerró a trabajar. Revisó documentos, cruzó información en los archivos y dio instrucciones a su secretaria para que imprimiera todo lo necesario. Aunque estaba nervioso y ansioso por noticias del ruso Arkady y de las autoridades sobre el paradero de Milena, mantenía su disciplina: era un hombre serio y responsable, y no dejaría nada a medias.

Al salir de la oficina, camino al pasillo, vio a Laura dirigirse hacia las escaleras. Dudó un momento, pero sintió la necesidad de ver hacía dónde iba ya que ella no solia usar las escaleras, solamente el elevador. La siguió con paso firme, hasta que al doblar, detrás de las escaleras, se detuvo en seco.

Laura estaba de espaldas, hablando por teléfono. Su voz era baja, casi un susurro, pero Derek alcanzó a escuchar lo suficiente como para quedarse helado.

—Vaya, la tienes bien oculta —dijo Laura con un dejo de burla—. Me sorprende enterarme de que me engañaron todo este tiempo. Tú y Gerardo hicieron todo a mis espaldas. Yo mandé a matar a esa desgraciada, quería sacarla del camino de Derek, y resulta que la tenías escondida todo este tiempo. No me importa, no quiero reprocharte nada, pero lo que necesito saber es qué harás con ella después.

Derek se cubrió la boca para no delatar el jadeo que escapaba de su pecho. Apenas podía creer lo que estaba oyendo.

Entonces escuchó la voz grave de Alejandro, cargada de frialdad al otro lado de la línea. Rápidamente sacó su teléfono y comenzó a grabar la conversación. Esa prueba podía convertirse en la pieza clave que lo ayudaría a desenmascarar a los verdaderos culpables de su doloroso pasado.

—No te metas en lo que no te importa, Laura. Quédate callada y disimula. No quiero que Derek descubra que estoy involucrado en esto, ni que sepa que su amada pronto estará en mis manos. No permitiré que vuelva a estar con él. Tú haz tu trabajo, y nada más.




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