DEREK
Llegamos finalmente a la ciudad de León. Mi esposa Milena y su prima estaban a salvo, aunque heridas y agotadas. Mientras esperaba noticias, recibí una llamada que me confirmó lo que tanto había deseado escuchar: Laura ya estaba tras las rejas y pronto sería presentada ante el juez. Alejandro, por su parte, se encontraba en la UCI; el disparo en su pecho había y en su espalda, había sido mortal y su estado era crítico. Gerardo no corrió con la misma suerte: dos impactos de bala acabaron con su vida en el acto. Ni siquiera la muerte alcanzaba a pagar todo el daño que habían hecho en el pasado. En mi corazón solo deseaba que, tarde o temprano, el mismo infierno se encargara de ellos.
Tras una interminable hora, pude ver al fin a mi esposa. La habían vendado y se encontraba más tranquila. Me acerqué, la abracé con fuerza y la besé como si nunca quisiera soltarla. Con alivio llamé a mis padres para informarles que todos estábamos bien y que pronto volveríamos a casa. Los niños estaban ansiosos por ver a su madre, aunque todavía tendríamos que esperar un día más para regresar a la capital.
—Gracias a Dios todo ha terminado —le susurré.
Milena soltó un suspiro, aunque su rostro aún mostraba dolor.
—Sí, Derek… gracias a ti y a Arkady.
—Amor necesitamos hablar muchas cosas, sin embargo lo mas importante es que te recuperes y tu prima también.
—Si amor. Después quiero que me lleves con mi abuelita Lupita… ella no sabe nada de lo que pasó.
—Así será, amor —le respondí acariciando su rostro
— Mi abuelita se pondrá feliz al saber que Marjorie está conmigo.
—Me alegro que pudiste rescatar a tu prima de ese infierno.
Milena asintió con una sonrisa cansada.
—Quiero que Lupita esté siempre con nosotros, Derek. Ella fue quien me cuidó y, gracias a sus oraciones, logré encontrarte de nuevo.
—No te preocupes, cariño. Así será. Ahora descansa, yo estoy contigo.
Ella cerró los ojos y yo me acosté a su lado, acariciando su cabello hasta que se quedó dormida. Solo rogaba que esta pesadilla jamás volviera a repetirse, porque si la perdía otra vez, enloquecería.
***
Al día siguiente, emprendimos el viaje de regreso a la capital. Antes de llegar, pasamos por la casa de Lupita. La anciana se sorprendió al verme llegar acompañado de Milena, con el brazo vendado, y aún más cuando vio a Marjorie.
—¡Abuelita! —exclamó la joven, abrazándola con fuerza.
Lupita tembló al verla y, confundida, preguntó qué había sucedido. Milena, entre lágrimas, le contó todo: el secuestro, el engaño y cómo Marjorie había sufrido tanto. Lupita abrazó a ambas con un amor inmenso, como si quisiera resarcir en ese instante todos los meses de dolor. Yo observé la escena conmovido, agradecido de que, pese a todo, la vida les diera otra oportunidad.
Marjorie decidió quedarse al lado de su abuela, mientras que Milena y yo continuamos hacia nuestra residencia. Ella estaba nerviosa, pues esta vez sus hijos sabían que era su verdadera madre.
—Tranquila, amor —le dije, apretando su mano—. Todo va a salir bien. Los niños están ansiosos por verte, no hay enojo en ellos.
—¿De verdad lo crees? —preguntó con voz temblorosa.
—Lo sé. No pienses en el pasado. Desde ahora vamos a construir una nueva vida. Tú decides si quieres ser Jarada otra vez o si prefieres seguir siendo Milena.
Ella me miró fijamente y negó con la cabeza.
—No puedo volver atrás, Derek. Jarada quedó enterrada junto con esa pobre chica que la hicieron pasar por mi. Yo soy Milena y así quiero quedarme.
—Entonces así será, mi amor —le respondí, besando su frente—. No te mortifiques. Es tu decisión y la respeto.
—Gracias por comprenderme. Creo que el destino me unió contigo de esta manera… si no hubiera caído en manos de mi abuelita en el pasado, quizá nunca te habría encontrado. Gracias a Dios y a las oraciones de nuestra pequeña hija, hoy se cumplió mi mayor sueño: recordar quién era y volver a ti.
—Y yo agradezco a la vida por devolverte a mí, Milena. Te amo.
—Yo también te amo, Derek.
Cuando llegamos a casa, los niños corrieron hacia ella, abrazándola con una fuerza que casi la derriba.
—¡Mamá! Gracias a Dios estás bien. ¿Qué te pasó en el brazo? —preguntaron al unísono.
Yo también los abracé, dejando que las lágrimas me invadieran. Pronto mi madre, mi padre y mi hermana Carelia salieron a recibirnos. Entramos todos juntos y senté a Milena en el sofá, mientras mi madre se apresuraba a preparar una sopa caliente para ella.
—Estoy bien, mis niños —les dijo Milena con ternura—. Perdónenme por todo lo que pasó.
—No hables de eso, mamita —respondieron sus voces inocentes—. Solo nos importa que estés aquí. Dios escuchó nuestras oraciones.
Al oírlos, mis lágrimas se desbordaron. Abracé a mis hijos con más fuerza, sintiendo el corazón latir como un tambor. Carelia se acercó, abrazó a Milena y le dio un beso en la frente.
—Gracias a Dios estás viva. No sabes la alegría que siento de tenerte de vuelta, cuñada. Mi hermano sufrió mucho en el pasado.
—Gracias a ti, Carelia, por cuidar a mis hijos y por estar siempre apoyando a Derek.
—No me agradezcas nada —respondió—. Son mis sobrinos y los amo como si fueran míos. Lo importante es que volviste, que no estabas muerta como todos pensamos.
Carelia bajó la mirada y suspiró.
—Solo lamento que mi bebé no haya sobrevivido…
Milena la tomó de la mano con dulzura.
—Dios te dará otra oportunidad. Ese angelito está en el cielo, cuidándote.
En ese momento, nuestra hija pequeña comenzó a recitar versículos de la Biblia, palabras que llenaron la sala de esperanza y consuelo. La admiré en silencio, orgulloso de la fe tan grande que habitaba en ella.
Por un instante, me detuve a contemplar la escena. No podía describir la felicidad que sentía: después de tanto dolor y miedo, tenía de nuevo a mi esposa, a mis hijos y a mi familia reunida. Todo había terminado.