Lana miró al hombre, completamente asombrada, fingió no haberlo escuchado.
—Vamos mujer, no me haga repetir la pregunta, sé que me escuchó.
—Solo usted puede estar tan ciego para no darse cuenta —balbuceó Lana.
—¿Qué ha dicho? —inquirió el hombre ya cabreado.
—Lo siento, señor, no sé quién es el padre de la pequeña, creo que la madre, la señorita Violet puede responder a su pregunta.
—Muy bien, reciba a la niña, por favor…
Lana extendió los brazos, Salomé se negó, Ignacio la dejó en brazos de Lana y sin importar que esta se hubiera quedado llorando, salió con una molestia que no se explicaba de su oficina.
—Señor Ignacio, quería mostrarl…
—Ahora no Liana.
Ignacio sacudió su mano para indicarle a la mujer que lo seguía, que no era un buen momento.
—Jefe, pero…
—Dije que ahora no Liana, ¿acaso está usted sorda?
La mujer negó con la cabeza y se quedó atrás, Ignacio había llegado al estudio fotográfico.
—¿Dónde está la modelo?
—¿Cuál señor?
Ignacio miró al hombre fulminante.
—Disculpe, la señorita está en el probador —dijo y señaló.
Ignacio irrumpió en el lugar sin importarle nada.
—Hola, aún no he term…
—Vístase —ordenó furioso.
—Hola, ¿qué hace usted aquí, señor?
Violet estaba en prendas íntimas, se cubrió con un vestido. Ignacio recorrió el cuerpo semidesnudo de la mujer.
—Yo sé que soy modelo, pero eso no le da derechos a irrumpir de ese modo y además se queda ahí parado viéndome como si no hubiera visto antes a una mujer en ropa interior.
Ignacio la miraba tratando de recordar, no lo logró.
—¿Por qué le molesta que la vea semidesnuda señorita Williams? ¿Acaso no tuve ya el privilegio de tener ese cuerpo en mis manos?
Violet sacudió la cabeza.
—¿De qué está hablando Ignacio?
Él se acercó con el ceño fruncido, la reacción de la mujer se le hizo extraña.
—Hace un año y unos meses, en Islas margaritas, en Venezuela, me acosté con una joven, no lo recuerdo muy bien, pero todo parece indicar que no solo me dejó sus marcas en mi espalda, se quedó con mi semilla, ¿mi pregunta ahora es, le parece familiar este suceso, Violet?
Violet tragó saliva y se quedó muda, el color de sus mejillas se había ido para dar paso a la palidez.
Ignacio esperaba una respuesta.
—¿Soy el padre de Salomé?
Violet lo observó con los ojos abiertos como platos.
—¡Qué demonios! No puede ser posible, ¿soy padre? ¡Con usted, de una niña!
Ignacio le dio la espalda a Violet, completamente molesto, caminó en el reducido espacio de un lado a otro, Violet no había podido hablar, la evidente molestia en el rostro del hombre le causó gran impresión.
—Vístase y la espero en mi oficina, ya mismo —ordenó y salió furioso.
Ignacio caminaba aun sin poder creer su suerte, las consecuencias de aquella noche que había dejado en su pasado.
—Hola señor O’Kelly, tenía algo que sugerir con respecto al último atuendo —dijo Michael—. ¿Señor O’Kelly, me está escuchando?
—Ahora no Michael.
—Señor O’Kelly, pero es algo importante.
—Me importa un comino lo que sea, dije que ahora no, y si digo que ahora no, significa que debes salir de mi vista.
Asombrado Michael salió del camino del hombre, todos los empleados agachaban sus rostros, estaban acostumbrados al carácter del hombre, pero no lo habían visto de ese modo antes.
Violet se vestía con prisa después de haber reaccionado, preguntándose como se había el hombre dado cuenta, sabía que Lana no sería capaz sin su autorización, decidió asumir que lo había recordado.
Ignacio entró a la oficina, se acercó a Lana, quien se puso de pies, miró a Salomé, la pequeña ya no lloraba, le extendió los brazos, Ignacio apretó la mandíbula.
—Recoja sus cosas y salgan de mi oficina —pidió señalándole la puerta a la mujer—. Ahora mismo.
Ignacio había gritado logrando asustar a Salomé, empezó a llorar.
—Señor la niña, no pued…
—Me importa un comino, la niña, salgan ahora mismo de mi vista.
—¡Canalla! —Lana empezó a recoger, Salomé lloraba desesperada.
Ignacio seguía de pies ante ellas, sin compadecerse de la pequeña hasta que le vio dificultad para respirar, siendo asmático reconoció de lo que se trataba.
Sin darse cuenta, en que momento tenía a la niña en brazos, logró estabilizarla, Lana había pasado el inhalador.
—Ya pequeña, ya no llores, papá está aquí, lo siento, lo siento —decía mientras le sostenía el inhalador.
Violet había llegado con las indicaciones a la oficina de Ignacio.
—Mi hija… mi bebé, ¿Lana que le pasó a mi bebé?
Violet se acercó y la tomó en sus brazos.
—Señorita Violet, la niña ya está bien, pero creo que lo mejor es que nos vayamos, ese señor, él nos corrió de aquí, no le importó que la niña Salomé estuviera llorando, lo mejor es irnos.
Violet miró a Ignacio con lágrimas en los ojos, decepcionada le ordenó a Lana recoger.
—Mi hija no necesita un padre, el que haya dado con usted no es más que una casualidad, no me interesa que se haga responsable de mi hija, mi mánager se pondrá en contacto con usted. Vamos Lana, por favor.
Ignacio se había quedado en silencio, pero en cuanto las vio cerca a la puerta, les pidió detenerse.
—Yo… yo lo siento, no tiene que irse.
—Por supuesto que tengo que, a mi hija, nadie la va a tratar de ese modo, jamás, me tiene a mí, no necesita un padre, y mucho menos uno tan cobarde que no puede aceptar que ella no es culpable de los errores de sus padres, haga de cuenta que no tiene una hija, que no la ha conocido señor Ignacio.
Salomé se había recuperado y su primer acto fue extenderle los brazos a Ignacio.
—Papá, apa —sollozó.
—No, hija, no por favor, no mereces mendigar su atención. Nos vamos Lana.
Violet abrazó contra su pecho a la pequeña y pretendía marcharse ignorando que lloraba por ser cargada por su padre.