Papá Inmigrante

1.

DOMINIC

—Por favor, por favor, no te vayas —le suplico a la chica que cuida de mi hijo.

—Lo siento, pero mi decisión es irrevocable, no puedo soportarlo un segundo más. Su hijo es el mismísimo anticristo.

Es verdad que mi hijo no es fácil de tratar, pero ella está exagerando un poquito.

—Haré lo que quieras —suplico—, pero por favor no te vayas, no puedes irte ahora. ¿En dónde conseguiré a alguien que cuide de Tony a esta hora?

—Eso ya no es asunto mío —dice sin pena, me aferro más a sus piernas. No la pienso soltar—. Déjeme ir.

—No —me niego—. No te puedes ir.

Me pellizca las manos para librarse de mí y sale corriendo del apartamento.

—Hasta nunca, señor Gallardo.

—¡Regresa!

 

***

—Por tu culpa se fue —le reprocho a Tony.

Estoy muy molesto.

Es tarde y debo ir a trabajar al bar.

¿Cómo se supone que haré?

No puedo llevar al bebé a mi lugar de trabajo y tampoco puedo faltar, si falto aunque sea una sola vez el señor Jerónimo me despedirá. Me lo advirtió antes de darme el puesto de bartender.

No, no. No puedo perder mi única fuente de ingreso.

Si tan solo hubiera alguien a quien pudiera dejarle a Tony, pero no hay nadie. No tengo amigos y casi no hablo con mis vecinos.

Algo se me ocurrirá, por ahora me concentraré en atender a mi hijo.

—Pequeño travieso, que voy a hacer contigo.

Tony se pone a llorar de repente.

—¿Y ahora qué pasa? —lo cargo en brazos y al instante siento el aroma apestoso proviniendo de él. ¡Qué asco!—. Alguien necesita un cambio de pañal urgente.

Lo llevo a la habitación y lo dejo sobre la cama.

La alarma de mi móvil empieza a sonar.

Joder se me hace tarde para ir al trabajo.

Dejo el aparato a un lado y busco rápido un pañal y paños húmedos.

Entre la alarma y los lloriqueos de Tony me empiezo a poner un poco nervioso.

—Dios mío, por favor, haz que deje de llorar —me lamento, mientras batallo para cambiarle el pañal.

Tony no deja de llorar y patalear. Tiene la cara roja y las manos echas puños.

—Ahh, santo cristo, pero qué comiste —digo logrando sacarle el pañal lleno de popo, me da una arcada y quiero alejarme de la bomba apestosa que tengo en frente—. No, yo puedo...

Aguanto la respiración.

Se me escapa una segunda arcada y las rodillas se me doblan. Veo que Tony deja de llorar y en su lugar se queda observándome, a veces pienso que disfruta viéndome padecer. Su sonrisa me lo confirma.

—¿Te divierte mucho, pequeño mono? —otra arcada. La sonrisa de Tony se agranda—. Tendré que recurrir a otras medidas.

Voy corriendo a la cocina y tomo un cubre bocas.

—Ahora sí —cubro bien mi nariz y voy de vuelta a la habitación. Estoy listo para atender al bebé. Ay no—. ¡Anthony Gallardo!

El bebé me mira de reojo después de la travesura que acaba de hacer y se va gateando abajo de la cama para esconderse.

¿Pero qué hice para merecer esto?

¿Por qué a mí?

No me sorprende que la niñera se fuera. Honestamente era algo que venía venir.

Levanto mi móvil del pañal lleno de popo.

«Cierra los ojos y cuenta hasta diez»

Un gota de popo cae sobre mi zapato.

—¡¡Tony!!

 

***

Mis días son siempre iguales, muy entretenidos, con una nueva travesura echa por Tony que contar.

Es una larga lista.

En el pasado me rayó la nevera, me echó shampoo a la comida, y para hoy tenemos la broma de mi móvil, mañana quien sabe cual sea.

Desde que empezó a gatear todo a sido travesuras con este niño. Primero me las hacía a mí y luego a la niñera.

Es un terremoto, pero igual lo amo.

—Quédate aquí —dictamino, asegurando al pequeño mono en la carriola—. Papá tiene que trabajar, por favor no vayas a echarme de cabeza.

Decidí arriesgarme y traer a Tony al bar. Me aseguré muy bien de que nadie me viera ingresando con él.

Si esto llega a oídos de mi jefe, me echará de patitas a la calle.

Me encantaría tener un trabajo mejor y sobre todo uno en donde mi hijo no esté expuesto a ninguna clase de peligro, pero de momento esto es lo único que tengo y lo que me a ayudado a mantener un perfil bajo. Por otra parte, resulta complicado conseguir trabajo siendo un inmigrante.

—Por aquí, cariño —me llama una de mis clientas frecuentes.

—A mi también atiéndeme, bombón —me dice otra de las mujeres que estoy seguro solo frecuentan este bar de mala muerte para verme.

—Buenas noches, bellas damas. Las atenderé a ambas, solo por favor un poco de paciencia.

—Por mí no hay problema, demórate todo lo que quieras, muñeco —dice la primera de entre ellas. Me parece que se llama Laura.

Me lavo las manos y empiezo a preparar las bebidas. Al final de la noche ellas siempre son muy generosas con las propinas.

—Un Martini sucio para la señora —digo entregándole su copa.

—Ten, para que te compres algo bonito  —dice Laura, dándome un billete de cien dólares—. Ojala aceptaras trabajar como mi chofer personal. Suelo ser muy generosa con mis empleados.

Me pasa una tarjeta con su número, yo la guardo en mi bolsillo aunque seguramente más tarde terminaré arrojándola a la basura.

¿Por qué?

No estoy interesado en nada de lo que pretenda esa mujer conmigo.

Ya tuve una mala experiencia.

Hace unas semanas una de las señoras que solía frecuentar el bar me ofreció ir a su casa para hacerle mantenimiento a su piscina —creí que un dinerito extra no me caería mal y como sabía bien la tarea me pareció fácil decirle que sí— pero no contaba con que me pediría hacerle el mantenimiento a ella también.

Apenas pude escaparme de su marido cuando nos sorprendió y desde entonces me juré no volver a irle hacer el mantenimiento a nadie ni de piscina ni de nada.

No entiendo por qué siempre me salen con estas insinuaciones.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.