Papá Inmigrante

2.

[Minutos antes...]

SASHA

—¿Por qué demoraste tanto? —pregunta Aurora, mi mejor amiga.

—Lo siento, no encontraba lugar para estacionarme —miento. La verdad es que no quería venir y cuando me animé a hacerlo, no me atreví a entrar al bar y me quedé deambulando en la calle.

Aparto una silla y me siento a su lado.

Veo que Aurora ya ha empezado a tomarse unos tragos.

—Así que era eso... —se queda viendo su copa vacía—. Yo te hacía ligando y besándote en la esquina con algún chico buenorro —me sonríe con diversión.

—Siento decepcionarte, pero no fue así.

Resopla y me mira con algo de decepción.

—Bueno aún tengo esperanzas de que antes de finalizar la noche conozcas a alguien.

—La verdad es que no tengo interés en conocer a nadie, menos en ir a besarme por ahí con un desconocido. Ni siquiera me siento a gusto aquí, creo que me iré pronto a casa.

—Ni se te ocurra, Sasha. No irás a ningún lado, venimos para distraernos y sobre todo para celebrar que de nuevo eres una mujer libre. Por fin salió tu divorcio y ya nada te une al miserable de Aarón. 

—Por favor, ni siquiera lo menciones —oír el nombre de mi ex me duele todavía, quizás no lo valga, pero es un sentimiento que no puedo evitar.

Nuestra relación duró más de cinco años, dos de ellos estuvimos casados y tuvimos un hijo.

«Mi pequeño Dylan»

Mi hermoso bebé que ahora es un angelito en el cielo.

Mis ojos se humedecen ante el doloroso recuerdo.

—No, no —Aurora me limpia las lágrimas que empiezo a derramar sin control—. Lo siento, no estoy teniendo mucho tacto.

—No es por Aarón que lloro —le aclaro y termino de limpiarme las lágrimas con el dorso de la mano. Duele mucho que mi bebé ya no esté aquí—. Es por mi hijo. El próximo sábado se cumplen ya seis meses de su muerte. No puedo creer que pasara tanto tiempo.

Aurora me mira con ojos afligidos.

—A todas las personas que te queremos y queríamos a Dylan nos dolió mucho su partida, pero... —estrecha mis manos sobre la mesa—. Ya es tiempo de que empieces a curar las heridas y eso solo lo vas a poder hacer cuando lo dejes ir, cuando ya no pienses más en el dolor y en el pasado que tanto te atormenta. Solo entonces podrás volver a estar bien.

Niego frenéticamente. 

—No. Yo ya no voy a poder estar bien nunca más, Aurora.

¿Cómo podría, si por mi culpa mi bebé está muerto?

—No digas eso —me consuela—. Yo sé que sí, vas a estar bien amiga y ahí me tendrás siempre para apoyarte.

Se levanta de su sitio y me abraza.

—Iré a lavarme la cara —musito y ella me suelta.

—Vale, ve y refréscate un poquito, yo encargaré al mesero que nos traiga unas bebidas. Te hará bien beber algo.

Asiento y empiezo a caminar rumbo a los baños.

Sé que no es un buen momento para ponerme a llorar, pero no puedo evitarlo. 

Para mí no ha sido fácil superar la muerte de mi bebé y tal vez nunca pueda hacerlo.

Después de lavarme la cara me tomo unos segundos para calmarme y regreso.

—¡Auch! —exclamo cuando choco con alguien en el camino. Estaba tan metida en mis cosas que apenas me di cuenta de que el bar estaba a tope.

Me quedo junto a una columna hasta orientarme.

Voy a retomar mi camino cuando en eso algo llama mi atención.

¿Es lo que creo que es?

¡Un bebé!

¡Un bebé en el bar!

Está detrás de la barra, desde donde me encuentro se puede ver claramente una carriola.

No hay duda de que ahí hay un bebé.

O es producto de mi imaginación?

¿Ya enloquecí?

Veo que algo se mueve y no puede tratarse de un gato.

Es un bebé, no me cabe la menor duda. 

Mi instinto de madre me lleva hasta la carriola.

—Qué bebé más bonito —murmuro, acuclillándome a su lado.

Él ladea su cabecita y se queda mirándome con atención mientras se chupa el pulgar.

Es un bebé precioso.

No logro distinguir bien el color de sus ojos por culpa de la luz tenue del bar, solo el de su cabello, es rubio y rizado.

Te dan ganas de pasar los dedos por sus hebras solo para comprobar sin son reales.

Parece sacado de un cuento.

—Hola, bebé —no dice nada, posiblemente aún no hable, no parece tener más de nueve o diez meses de edad.

Él toma mi dedo y se pone a jugar con el.

Me saca una sonrisa.

—¿En dónde están tus papás? —sé que no va a responderme, pero sentí la necesidad de preguntar.




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