Papá Inmigrante

4.

DOMINIC

«Lo siento mucho, pero tendrán que mudarse a otro lugar. Mi esposa y yo hemos decidido vender el edificio y mudarnos a Suiza a pasar nuestros últimos años de vejez en paz». 

Esas fueron las palabras del arrendatario y no sé que hacer al respecto.

Empezaba a sentirme a gusto aquí, este ha sido mi hogar por más de dos meses, el tiempo que llevamos viviendo en New York.

Me mudo de ciudad constantemente para evitar que los abuelos de Tony nos encuentren. Creo que en ninguna otra ciudad me he quedado más de un mes como llevo haciendo aquí en New York. Ahora posiblemente nos tengamos que mudar de nuevo si no encuentro pronto un lugar donde quedarnos y sobre todo uno que se ajuste a mi presupuesto.

«Tranquilo, Dominic. Tú puedes»

—Encontraré una solución, siempre lo hago y esta no será la excepción. Te prometí que mantendría seguro a nuestro hijo y lo cumpliré hasta el final —digo acariciando el retrato de Eli, la madre de Tony.

La extraño tanto.

Ella siempre sabía qué decir para hacerme sentir mejor.

Me hacía ver lo mejor en las peores situaciones y me hacía creer que lo imposible era posible.

Beso su retrato y luego lo dejo en su sitio.

—Muy bien, pequeño mono. Es hora de salir —le digo a Tony quien sigue jugando en la bañera con sus patitos de hule—. Ya tenemos que irnos al trabajo, hasta que decida lo que haremos vamos a seguir yendo, bueno eso mientras mi jefe no descubra que te ando llevando al bar.  

Peino su cabello húmedo con mis dedos, acomodándolo hacia atrás. 

—Venga, vamos a cambiarte bebé, te pondré muy guapo, quien sabe, a lo mejor conquistas a una viejita millonaria y me sacas de pobre.

Me lanza agua con espuma a la cara y luego uno de sus patitos.

—Está bien, está bien. No tienes que enojarte, era solo una broma —suelto una risita y me seco la cara con la manga de mi suéter—. Lo único bueno de todo esto es que ya no tengo que buscarte una niñera.

Nuestro tiempo en New York, ahora es incierto.

***

Tony y yo llegamos con tiempo al bar. 

Me costó un poco ingresar con él por la puerta trasera ya que un guardia estaba por esa zona vigilando a unos proveedores de licor.

Aún así me las arreglé y pasé sin ser visto.

Existe una cámara, pero para mi buena suerte está dañada desde antes de que yo empezara a trabajar en el bar.

—Bien venida a la cereza roja, señorita, qué desea tomar? —pregunto a la mujer que se sienta frente a mí en la barra.

No la miro estoy concentrado limpiando mis copas.

—Solo un vaso con agua —murmura.

—El agua es gratis —vacilo, dándome la vuelta para servirle un vaso.

Al darme la vuelta para entregarle el agua, finalmente la miro y me doy cuenta que se trata de la mujer de ayer.

—¿Tú?

Me quita el vaso de mi mano y bebe un sorbo de agua.

—¿Por qué te sorprende verme? ¿Acaso no has visto a un cliente regular? 

Bajo la mirada hacia la barra. Tony se encuentra dormido bajo ella.

—No es eso.

La miro con recelo. No quiero que se de cuenta de que de nuevo traje a mi hijo al bar.

Ayer me miró como a un loco por eso y apenas pude convencerla de que no había tenido más opción que traer a Tony, pero acaso me volvería a creer si le dijera eso?

—Sabes? A mi jefe no le gusta la gente que no consume así que por favor, termina tu agua y vete.

—¿Acaso me estás corriendo? 

—De ninguna manera —expreso haciéndome la víctima.

Vuelve a beber su agua y luego cruza los brazos sobre la barra.

—Supongo que a tu jefe tampoco le gustará que traigan niños a su bar.

Me muerdo la lengua.

—¿Niños? No veo ninguno por aquí.

Me cruzo de brazos.

—¿No? ¿Y ese babero? 

Miro de prisa a donde me señala.

Tengo un babero colgado en el bolsillo.

Tony.

—Este no es un babero —afirmo y empujo el babero adentro del bolsillo—. Es ropa interior.

—¿Usas ropa interior con diseños de osito?

—¿Tiene algo de malo? —respondo con otra pregunta.

—Ya enserio. ¿En dónde está?

—¿En dónde estás quién?

—Mami...

Ay no.

Tony se acaba de despertar. 

Aquella mujer, quien ni siquiera a tenido la amabilidad de decirme su nombre, se inclina sobre la barra y descubre a Tony.

Una sonrisa que conmovería hasta al más insensible se dibuja en sus labios.




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