Investigar a Krzysztof Zieliński, según mi ingenua suposición inicial, debería ser ridículamente fácil. El hombre tiene una presencia online más cuidada y omnipresente que el Papa Francisco. O eso pensaba yo, la ex-reina de la investigación digital usando tecnologías ideales para estafas de hace cinco años atrás, la mujer que una vez localizó a un banquero suizo en las Bahamas usando solo una foto de su reloj y el reflejo de una palmera en el cristal, la que tomaba información de redes sociales para saber qué hacían y dónde iban mis víctimas. Pero esto, descubro rápidamente, es un juego completamente diferente.
El Krzysztof Zieliński del mundo virtual es una fortaleza inexpugnable. Sus perfiles en redes sociales, gestionados por un equipo de comunicación que probablemente se graduó con honores en el arte de no decir nada, son un monumento al aburrimiento corporativo. Fotos de él estrechando manos con políticos de sonrisa forzada. Videos de él dando discursos sobre sinergias y mercados emergentes, usando un lenguaje tan aséptico que podría usarse para esterilizar material quirúrgico. Ofrece una ventana, sí, pero es la ventana de una sala de juntas en el piso cuarenta, con vistas a un futuro imppredecible y sin emociones, ya que la información no es tipo “holis, aquí estoy cenando pizza en Kentucky con mi hija”. Nada de eso.
Lo sigo en todas las plataformas, creando perfiles falsos con nombres como "Agnieszka_Inversiones" o "Ewa_GatitosYFinanzas". Me sumerjo en su vida digital y lo único que encuentro es un vacío pulcro. ¿Y Anna? Anna aparece, pero solo como un accesorio de relaciones públicas cuidadosamente seleccionado. Cada foto suya es un puñal envuelto en el celofán brillante de la perfección. Aquí está Anna en su primer día de colegio, con un uniforme impecable y una sonrisa que parece ensayada. Aquí está Anna montando un caballo de verdad, un poni blanco y dócil (no sobre mí, su leal corcel de antaño). Aquí está Anna soplando las cinco velas de un pastel de cumpleaños que parece diseñado por un arquitecto. Es la hija perfecta del padre perfecto. No hay rastro de mocos, de rabietas, de manchas de chocolate. No hay vida real. Es una campaña publicitaria de la felicidad.
Durante días, mi búsqueda es un callejón sin salida. Me siento en mi habitación de hotel barato, con el portátil sobre las rodillas, sintiéndome más inútil que nunca. La antigua Lena Karwowska se ríe de mí desde algún rincón oscuro de mi memoria. Ella habría encontrado una grieta, una contraseña, una debilidad. Yo, Marta Lewandowska, solo encuentro frustración y fotos que me rompen el corazón.
El avance llega de la forma más inesperada, después de tres días de búsqueda infructuosa y de alimentarme a base de galletas rancias y desesperación. Encuentro una foto, no en sus perfiles oficiales, sino en la página de una fundación benéfica. Es de un evento para niños celebrado hace seis meses. Zieliński está allí, por supuesto, entregando un cheque gigante. Y en el fondo, desenfocada, hay una niña con un lazo amarillo en el pelo que podría ser Anna. La foto está etiquetada con decenas de nombres, incluyendo el de una tal "PolaMamaPower", una de esas "influencers" de maternidad cuyo perfil es una explosión de tonos pastel y sonrisas forzadas.
Bingo. O al menos, una pista.
Me sumerjo en el mundo de PolaMamaPower. Su blog es un universo paralelo donde los niños nunca lloran, la comida siempre es orgánica y fotogénica, y las madres visten de blanco sin mancharse jamás. Leo sus publicaciones con una mezcla de náuseas y fascinación. Sus textos sobre "crianza consciente" y "snacks creativos" me provocan urticaria. Pero soy una profesional. Ignoro el veneno y busco la información. Después de horas de escudriñar fotos de picnics perfectos y tardes de manualidades, encuentro lo que busco: una publicación titulada "¡Nuestros rincones favoritos de Mokotów para pequeños artistas!". En ella, PolaMamaPower recomienda un parque, una biblioteca con cuentacuentos y, al final, casi de pasada, menciona "la maravillosa escuela de arte Małe Arcydzieła (Pequeñas Obras Maestras), donde nuestros pequeños Picassos dan rienda suelta a su creatividad".
No es una confirmación, pero es un hilo del que tirar. El distrito de Mokotów. La escuela Małe Arcydzieła. Es más de lo que tenía hace una hora.
Decido que la investigación me tomará un tiempo, así que cambio las joyas que sustraje por unos billetes que son un buen manojo para sobrevivir tiempo esencial en esta búsqueda.
El siguiente sábado, mi cuerpo es un manojo de nervios. Decido que ir directamente a la escuela es demasiado arriesgado. Primero, necesito confirmar. Necesito un reconocimiento del terreno. Me dirijo al parque que mencionaba la bloguera, un lugar lleno de columpios de colores y areneros impolutos. Me siento en un banco, fingiendo leer un libro, pero mis ojos escanean a cada niño, a cada padre. Me siento como una impostora, una loba disfrazada con piel de oveja en un rebaño de madres felices.
Una mujer se sienta a mi lado. Es joven, sonriente, y empuja un cochecito del que asoman dos piernas diminutas con calcetines de ositos.
—¿Tu pequeño está en los columpios? —me pregunta, con esa camaradería instantánea de las madres.
El pánico me atenaza. Mi mente se queda en blanco. Necesito una historia. Rápido.
—Eh, sí. Mi... mi hijo. Janek —invento, el primer nombre que se me cruza—. Está en el tobogán. El de azul.
Miro hacia un niño cualquiera con un jersey azul, rezando para que no salga corriendo diciendo que una extraña lo acosa.
—¡Ah, qué mono! El mío es Tomek —dice, y me enseña al bebé, que duerme plácidamente—. Estamos pensando en apuntarlo a alguna actividad los fines de semana. ¿Conoces algún sitio bueno por la zona? Soy nueva por aquí.
—Yo… Disculpa, pero…
—He oído hablar de una escuela de arte, Małe Arcydzieła, ¿tienes alguna referencia?
Mi corazón da un vuelco. Intento mantener una expresión de indiferencia interesada.