Owen MacIntyre
Observo el rostro de mi amigo y su expresión es de pura tristeza. Jamás pude haber imaginado el tamaño de la traición, la magnitud del daño que me ha hecho descubrir que fui un idiota todo el tiempo.
Candid ella, nunca estuvo embarazada, nunca me amó. Siempre había sido un idiota consentidor con ella, pero lamentablemente en este momento rebasé las barreras. Observo fijamente el monitor de la computadora cuya fotografía qué va pasando es mucho más reveladora que la anterior, mantengo la vista fija en ellas de nuevo taladrándome el alma: quiero grabarlas en mis retinas y mantener el recuerdo tallado a fuego en mi piel, de su engaño.
—Owen —escucho la voz de Nickolas, pero no deseo mirarlo a la cara.
Mi vergüenza es tal que necesito fervientemente me deje solo para poder regodearme en esta tristeza que estoy sintiendo.
—Soy un imbécil —el labio inferior tiembla. Mi voz sale rota —ella simplemente inventó una vida conmigo teniendo aparte una diferente —aprieto los labios hasta formar una fina línea tratando de esconder mis lágrimas, pero el dolor me puede.
—Hermano, siento haber sido yo el que lo descubriera, pero entiende que…
—Lo sé, lo entiendo, pero duele como el maldito infierno —entonces dejó salir el llanto silencioso que tengo acumulado en los ojos y la garganta, desde el momento en el que Nick cruzó el umbral de la puerta.
Habíamos hablado al respecto, pero jamás pensé que fuese una realidad. Desde el mismo momento en el que me envió una fotografía de una situación rara con Candid, se ofreció a verificar que todo estuviese bien y hoy trae la evidencia de que nada lo está.
Todo el tiempo me engañó.
Se burló de mí, de mi amor, de la manera en que me enamoré de ella…
Y ahora, no tengo rumbo estoy vacío; no me queda nada, no queda nada en mí. Soy un cascarón roto inservible…
Dos días después…
—¡No puedes simplemente irte! —exhorta Nick como si fuera mi padre —¿Qué sucederá con la empresa Owen? Reflexiona por el amor de Dios —observo su cara de susto y no puedo evitar reírme.
—Cuando aceptamos la sociedad, se supone que ambos seríamos dueños de la empresa ¿cierto? - abre cierra la boca como si fuese un peso fuera del agua.
—Sí, pero…
—Entonces deja que me vaya para poder cubrir mi luto Nick, no seas egoísta con mi dolor —exhala el aire que guardaba en sus pulmones - yo siempre he sido responsable con industrias Dallas&MacIntyre, acéptalo como que estoy tomando las vacaciones desde hace diez años —su rostro se encuentra rojo como un tomate y niega casi con un puchero como si fuese un crío.
—Es que no puedes simplemente irte y dejarme aquí solo y abandonado —cierro los ojos ante la idiotez y decido quedarme callado para evitar insultarle de manera grotesca.
—Nickolas Dallas, creo que te vas a quedar solo y abandonado por lo menos tres meses porque yo necesito esto, si bien no espero que lo entiendas, solo quiero que te apartas de mi camino porque necesito —retengo un maldito sollozo que me cierra la garganta —además ya cancelé las tarjetas de crédito de Candid y es cuestión de tiempo para que intente contactarme y…
—Lo sé hermano y es justo, pero siempre ha sido mi compañero y no quiero estar solo —miro hacia arriba buscando la paciencia que este tonto me ha hecho desaparecer.
—Adiós Nickolas, estarás bien… lo sé —me abraza como lo haría un hermano y golpea mi espalda con afecto.
Salgo de la empresa con el alma pendiendo de un hilo y rogando al cielo porque, aunque sea el café que tomé esta mañana se conserve dentro de mi estómago. No tengo la menor idea de lo que haré, pero creo que es el momento justo para encontrarme a mí mismo, visitar a mi familia y pensar en lo que quiero y no, hacer en el futuro.
Las luces parpadeantes de la ciudad parecen un juego de sombras tenebrosas que amenazan con engullirme, el dolor reaparece y la bilis quiere quemar mi esófago hasta la garganta, su imagen aparece una y otra vez delante de mí reflejada en el parabrisas y siento el impulso casi incontrolable de dar marcha atrás, buscar y reclamarle, pero no puedo hacerlo sin que su sonrisa y lágrimas que se derramara me hagan caer a sus pies de nuevo.
¡Estoy muy dañado!
Por eso debo irme de aquí, ya en Washington no existe nada para mí. Las lágrimas no solo se asoman, sino que caen por la piel de mi rostro haciendo surcos que queman en el trayecto y bajan como pequeñas cascadas mojando la camisa que llevo puesta.
Llevo conduciendo todo el día, solo me he detenido en un merendero para comprar algo de comida e ingerirlo por el camino, he engullido las casi las diez horas hasta llegar a la frontera con Canadá, él trayecto se me ha hecho corto, pero debe ser la ansiedad que tengo por llegar a los Estados Unidos. Sin embargo, ya el cuerpo me pide descansar y bajo en un pequeño hotel para dormir un poco.
—Buenas noches — digo y la chica me mira con interés y sonríe con coquetería, pero en este momento no tengo muy buen humor —. Una habitación por favor, pagaré en efectivo —la chica sonrisas al parecer capta el mensaje y se pone en modo profesional para solventar mi pedido.