Amanda Davis
Ver a mi niña con el rostro lleno de azúcar me devuelve la felicidad rota en mil pedazos meses atrás, hoy la jornada en el refugio está saliendo a pedir de boca, el señor Frank donó los ingredientes para elaborar los pasteles de manzana y calabaza, el señor Homero trajo una riquísima sopa de garbanzos para los niños y de ese modo cada uno en el pueblo ha colaborado para que este “día del niño”, todos y cada uno de los que están refugiados reciban un maravilloso regalo.
—Yo no necesito un regalo Beca —escucho decir a Jenna —. Es que ya tendré uno enorme, prefiero que se lo den a los niños del refugio —Rebeca frunce las rubias cejas y Jenna rueda los ojos de manera graciosa —le pedí a Santa algo muy especial, pero difícil de encontrar —frunce los labios mirando hacia arriba pensando en las palabras que acaba de decir —, aunque tiene todo este año para concedérmelo porque en realidad puede ser complicado —expone con una sonrisa de felicidad que hace de mis ojos un par de charcos.
—¿Y qué le pediste? —inquiere Rebeca entusiasmada —porque si te ha dicho que en el transcurso del año te lo envía Yo también quiero pedir algo - Jena levanta la mano.
—Creo que debes esperar, Beca, es una sorpresa para todos. Santa debe estar muy ocupado en este momento buscando mi obsequio, debe ser cuidadoso porque he sido muy clara en mi carta —explica de forma tan explícita que, pese a la conversación de niñas, siembra en mi la duda de tenga en serio ocho años.
Río ante sus travesuras, agradeciendo a Dios que mi preciosa niña se encuentre mejor. La última medicación ha dado el mejor resultado, pero debo trabajar más duro en la fábrica de botas para el frío, porque es duro el hecho de no tener nunca el dinero completo para adquirirla ya que es una medicación que viene directo de Nueva York.
La tarde se llena de risas, entre juegos, entretenimiento y obsequios a los niños; las personas que estamos encargadas del del evento también somos acreditadas con una canasta de fruta y comida suficiente para un mes por el trabajo. A Jenna y a mí por supuesto nos durará más del mes porque son los somos nosotras y nuestro perro Brody quién salta de alegría jugando con los niños. Ese precioso un San Bernardo adulto que es una dulzura.
María (la veterinaria) se ofreció a mantenerlo pulcro porque sabe de la condición de mi hija Jenna y al estar libre de parásitos y animales varios, mi niña está a salvo con él.
Por otra parte, el doctor Desmond (quién no ha dejado de hacerme caritas y sonreírme delante de su esposa Mary Ann) le ha dicho que no hay problema porque el perro en el frío no suelta pelo.
Al atardecer ya estamos todos sentados alrededor de la enorme mesa para la cena, las historias de la madre superiora son muy divertidas y los niños ríen sin cesar.
—Cariño creo que ya debemos irnos a casa, ya ha oscurecido —informo a Jenna quién pone ojos de cachorrito ante la exigencia.
—Pero mamita todavía es temprano, apenas dan las seis de la tarde —señalo a la ventana haciéndole saber que ha oscurecido.
—Necesitamos llegar a casa antes de que se desarrolle la tormenta, aunque no estamos muy lejos debemos partir de una vez —sus ojitos se llenan de lágrimas y juro que se me parte el corazón, pero necesito que entienda que su salud es prioridad para mí.
—Amanda —miro a Nico, me sonríe tan afectuoso como siempre —yo las llevaré no te preocupes, cambié las llantas del camión y puede transitar sobre del hielo —le sonrío acariciando su rostro.
Nico es un chico excelente, con tan solo dieciocho años es responsable de su madre y sus hermanitos, su padre murió hace unos tres años en un deslave de nieve, quedó tapiado con otros padres de familia que trabajaban en la misma mina.
—Gracias Nico, pero está haciendo mucho frío y necesito llevarme a Jenna, aunque no lo desee —asiente de manera afirmativa y me hace un niño.
Lo veo caminar hacia hija que lo mira con adoración, como si fuese su hermano mayor. Él le habla al oído y ella ríe encantada. Realmente no sé qué le habrá dicho, pero ha funcionado porque se levanta toma sus cosas: lápices de colores y una enorme agenda con hojas blancas que le ha regalado la madre superiora. Las mete en su pequeña bolsa dándole la mano al chico que la ha enamorado solo con unas palabras al oído.
Alzo las cejas, él me hace otro guiño diciéndome con un movimiento de cabeza que todo está listo y que nos vamos.
—¡Oh por Dios es precioso! —no puedo evitar llorar ante la emoción de Jenna al mirar la aurora boreal que se forma como una especie de arcoíris que rasga el suelo en una lluvia de colores —¡yo… yo…! —mi preciosa niña no puede hablar ante tan hermoso espectáculo, el cual nunca había visto por mantenerse encerrada en nuestra casa.
—Ahora que te he traído por este lugar, podría decirte que en adelante daremos paseos por aquí para que puedas dibujar y pintarla —ella lo abraza llorando porque lo ama como si fuese su propio hermano.
—Muchas gracias por el empujón Nico —el ladrido de Brody nos alerta de que debemos sacarlo de la jaula.
—Ni lo menciones Mandy para mí ha sido un verdadero placer ¡vamos muchacho! no te gusta estar encerrado ¿eh? —acaricia su pelaje y abre la compuerta baja para que nuestra mascota pueda salir del camión.
—Gracias por esta aventura Nico —Jenna se lanza sus brazos besándole toda la cara —no dudes que haré un dibujo precioso de la aurora boreal ahora que la tengo aquí en mi mente —se toca la sien con el dedo índice y él sonríe.