Owen MacIntyre
Dos días después…
Siento que la cabeza me estalla como si fuera una bomba atómica, respiro con mucha dificultad pese a que identifico una máscara de oxígeno en el rostro. Intento moverme y se me hace imposible, siento la incomodidad en mi pierna derecha como si de la rodilla hacia abajo no la tuviera.
Jesús ¿Qué me ha sucedido?
Lo último que recuerdo es haber salido de aquel mugroso hotel y adentrarme en la carretera para dirigirme hacia la frontera. Recuerdo las palabras de la joven del hotel: “debería quedarse se avecina una tormenta, no es seguro conducir por lo menos los próximos cuarenta kilómetros”, obviamente no le hice caso y creo que estoy en algún hospital en algún sitio, considerando que el asqueroso olor a limpiador me atormenta por sobre la mascarilla de oxígeno.
Candid…
Esto se lo debo a ella, aunque creo que quien cometió la estupidez fui yo al salir de mi casa en Washington DC para tratar de olvidarla y hoy, lo primero que recuerdo es su rostro, su nombre, su risa y lo desgraciado que soy porque ella… nunca dejó de engañarme.
Abro los ojos y la luz del día lastima las retinas como si tuviese un fuego encendido en cada una de ellas, me propongo bajar de la cama y fallo porque ni siquiera los brazos me responden.
—No deberías levantarte todavía papá, el médico ha dicho que tienes adormecido el cuerpo porque tu columna sufrió un… una… con… con…
—Contusión —termino la palabra para la niñita que supongo está sentada a mi lado.
¡Esperen!
¿Papá?
¿Ella me llamó papá?
Definitivamente estoy muerto o viviendo una dimensión paralela donde Candid si estaba en estado y tuvo una hija que en este momento me esta diciendo… papá.
¡Auch, me duele la cabeza!
—¡Gracias! sabía que Santa me enviaría un papá, además de muy guapo como tú, también sería muy inteligente para que me enseñara muchas cosas —siento un leve mareo y los ojos me arden.
¿En serio dijo Santa?
¡Ok, ya esto no es un sueño!
Por un momento la respiración se me acelera y el pitido de la máquina se hace más frecuente, mucho más alto. Logro abrir los ojos y una figura con bata blanca se acerca para colocar una luz en mi retina quemándolas más aún, cierro los ojos para deshacerme del ardor y algo frío sé asienta en mi pecho haciendo que me estremezca y traté de retirarme impulsivamente.
—¿Sintió eso, señor MacIntyre? —bien, el sujeto sabe mi nombre y ya me siento un poco más en confianza.
—Sí lo he sentido —respondo con voz rasposa y la garganta dolorida.
—¡Excelente! —dice mas serio de lo que esperaba —es buena señal. Eso quiere decir que ya su columna está regresando de su entumecimiento —el tono profesional que escucho en el hombre me hace respirar un poco más lento, dejando que el oxígeno llegue a mi cerebro.
Es así como debe ser ¿No?
—Le importaría decirme ¿qué fue lo que me pasó? —aclaro mi garganta como si tuviese un montón de espinas atoradas en ella —quiero decir ¿Qué ocurrió para estar acá? Supongo que esto es un hospital —mi vista se ha aclarado y el caballero se materializa completamente delante de mí.
También observo a la niñita que me habló antes diciéndome: papá y, que se encuentra sentada con una mascarilla de oxígeno y una bombona a su lado. Observo un tubo a su izquierda con una vía que va desde su brazo.
—Señor MacIntyre, lamento decirle que tiene dos días en el hospital de Yellowknife porque sufrió un accidente bajo una tormenta de nieve, colisionando contra un poste de luz lo cual hizo que su columna sufriera una contusión a la altura de la cervical quedando entumecida —mi respiración se acelera de nuevo al saber que el accidente fue serio y no tengo ninguna posibilidad de salir de aquí por ahora.
—¿Mi auto? —me cuesta hablar, siento que se me cierra la garganta y la máquina comienza con un pitido estridente haciendo que mi cabeza de vueltas.
—El auto y sus pertenencias se encuentran a salvo y en custodia, por ahora debería calmarse —cierro los ojos esperando sean personas buenas —necesitamos que mejore para comenzar con la fisioterapia y que vuelva a caminar —esa noticia sí me deja sin aliento, mis ojos comienzan a lagrimear y me remuevo incómodo tratando de levantarme —¡No! —grita mientras trata de sostenerme antes de que doble el torso hacia adelante —. No debe intentar levantarse ya que puede empeorar la situación ¡Nico! —el médico grita de nuevo diciendo un nombre y aparece en mi campo de visión un hombre con cara de niño, pero con de casi dos metros de altura.
El gigante sostiene mis hombros pegados a la cama y el médico pasa una correa por encima de mi torso junto con los brazos para evitar moverme.
—¡No pueden retenerme aquí! —grito un demente —esto es contra la ley, es secuestro e informaré a la policía —mis ojos conectan con los achocolatados de la pequeña que se encuentra a mi derecha.
Veo cómo se enrojecen y se llenan de lágrimas, pero en ese mismo momento, siento un piquete en el brazo y un adormecimiento súbito.
***