Amanda
El frio de las esposas quema mi piel. No era solo el metal, sino la humillación, la vergüenza de que Jenna, mi pequeña, viera a su madre de esta forma. Sus lágrimas me partían el alma. Su voz, un grito ahogado y doloroso, temeroso de lo que pudiese pasarme.
—¡Mami, mami no se la lleven! —Traté de sonreírle, de asegurarle que todo estaría bien, pero la mujer policía a mi lado era un recordatorio silencioso de que mi mundo se desmoronaba.
—¡Nico! Llama a Victoria para que se quede con Jenna, ella sabrá que hacer mientras resuelvo esto —el chico me observa con lagrimas en los ojos y la determinación de que mi hija estará bien.
Y, aun así, un tsunami de emociones, se me abalanzaron encima…
Pero él está ahí. Owen estaba en la puerta de la habitación.
Su rostro no era de indiferencia, sino de furia contenida. Había algo en su mirada que me decía que creía en mí, que no era solo una pobre mujer caminando hacia un encierro. No, era algo más profundo. Lo vi caminar hacia ese hombre, el Dr. Desmond, con una determinación que me dejó sin aliento. Cuando lo retó, cuando le aseguró que sabía que estaba mintiendo, mi corazón dio un vuelco.
Es ridículo. Este hombre, al que apenas conozco y al que agredí en un momento de mi desvarío por las lágrimas de mi hija, estaba arriesgándolo todo por mí. Lo había provocado, lo había hecho caer de la silla, y en lugar de culparme, de alejarse, estaba defendiéndome.
La forma en que se paró frente a Desmond, la manera en que lo amenazó sin alzar la voz, pero con una autoridad que era innegable, me hizo temblar. No era el Owen de la silla de ruedas, el que parecía perdido y vulnerable. Este era un hombre de poder, un hombre que no se dejaba intimidar.
"Lo sé, también lo ha cautivado… ¡es una provocadora!" Las palabras de Desmond me golpearon, pero lo que más me dolió no fue la acusación, sino la posibilidad de que fuera cierto. Que Owen se sintiera atraído por mí. El pensamiento me asustó y, al mismo tiempo, encendió una pequeña chispa de esperanza en mi interior.
Cuando Jim lo llamó y le dijo "No puedes actuar de ese modo, no sabes quién es el Dr. Desmond", vi la decepción en el rostro de Owen. No era una simple molestia, era una traición. Y me di cuenta de que este hombre, a pesar de su fortuna y su poder, no era como los demás. Tenía un sentido de la justicia que me conmovía.
Verlo sentarse y abrazar a Jenna, ver cómo su rostro se suavizaba ante las lágrimas de mi hija, me hizo sentir algo que no había sentido en mucho tiempo. Protección. No solo para Jenna, sino también para mí. Era un abrazo silencioso, una promesa de que no estaríamos solas.
Pero… ¿será posible eso?
Que un hombre tan rico y poderoso pueda sentir de la manera que él lo expresa, siempre pensé que eso solo se veía en las películas románticas de la televisión.
De alguna manera, este hombre, al que había encontrado por un accidente, se había convertido en una luz en mi oscuridad. A pesar de mis miedos, a pesar de mi reticencia a aceptar su ayuda, no podía negar la conexión que sentía. El pueblo, Jim, el Dr. Desmond… todos parecían estar en mi contra, pero Owen… Owen era diferente. Y por primera vez en mucho tiempo, tuve la sensación de que tal vez, solo tal vez, un error podría convertirse en una oportunidad.
—Veamos que tan fiera eres en una celda —no respondí a su fría provocación.
El cansancio me venció luego de unas horas y el caballero que tocaba la celda me dejaba ver un plato que contenía alimentos: la cena. Pero mi estomago cerrado ante el hedor de la celda impedía que siquiera pasara bocado. Por lo que el plato quedó huérfano en la mesita que tenia en el centro delante del carecito, tan pequeña como mi alma en estos momentos, tan pequeña como mi esperanza…
***
La celda era fría y el olor a humedad se aferraba a la ropa. No era lo que había imaginado para el final de mi día. Pero mi mente no estaba en el encierro, sino en el rostro de Owen. Había algo en él que me tranquilizaba, a pesar de la situación. Me había defendido, había visto a través de la mentira del Dr. Desmond. Y lo más importante, había abrazado a mi hija.
El sonido de la cerradura me sacó de mis pensamientos. Una voz grave y familiar llenó el espacio.
—Amanda, tienes visitas —la misma Marcia que me miraba con expresión arrogante estaba abriendo la puerta de la celda.
Owen. Ahí estaba, de pie junto a Jim, luciendo tan imponente como antes. En una mano sostenía mi bolso, y en la otra, un vaso de café humeante. Se acercó a la reja con una expresión de seriedad.
—Lo siento mucho —dijo, y su voz era más suave de lo que recordaba, no tan segura, pero ya ni siquiera llevaba las muletas—. Jim y yo ya hemos llamado a los mejores abogados de la ciudad. Estarán aquí en la mañana.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. No de tristeza, sino de alivio. Me sentía tan sola en este mundo, tan desesperada. Y ahora, un hombre al que apenas conocía estaba poniendo su reputación y su fortuna en juego por mí. Además por su puesto de su salud porque aun no le otorgan el alta.
—No tienes que hacer esto —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.
—Sí que tengo —respondió, su mirada fija en la mía—. Sé que ese hombre está mintiendo. Y no me quedaré de brazos cruzados mientras una mujer inocente y su hija sufren por culpa de él.