Owen
El café en la cárcel era amargo, pero no tanto como el sentimiento que me había invadido. La mirada de Amanda, llena de gratitud y dolor, me había conmovido hasta lo más profundo, me repito que nunca he sido un hombre malo, pero la incomodidad me embarga por momentos. Este pueblo, Yellowknife, era como una muñeca rusa: una capa tras otra de secretos. Y yo estaba a punto de abrirlas todas.
Jim, a mi lado, se revolvía incómodo.
—No debiste amenazar a Desmond, puede ser peligroso—me miraba con temor.
—¿Qué hará? ¿golpearme? —resoplo enfadado —Vamos Jim, es hora de sincerarte conmigo, tu mismo dijiste que éramos amigos —le recuerdo —ambos sabemos que ese hombre miente descaradamente y nadie hace nada…
Pero yo sabía que sí. La manera en que me miró cuando le dije que su brazo no le dolía, la forma en que sudaba... ese hombre era un mentiroso. Y no me gusta la mentira.
Había puesto a mis abogados a trabajar de inmediato. No solo para sacar a Amanda de la cárcel, sino para investigar a Desmond y su historia en este pueblo. Las primeras llamadas ya me habían revelado algo importante: el Dr. Desmond era el principal accionista del hospital. Tenía poder, y usaba ese poder para intimidar a la gente.
Pero había algo más. Algo que no cuadraba.
Jim me había dicho que era un ente de autoridad en el pueblo.
—¿Qué tipo de autoridad?", le había preguntado.
Y él, en lugar de contestar, había evitado el tema. Ya era hora de que lo confrontara de nuevo, pero esta vez con la verdad en la mano.
Cuando salimos de la comisaría, Jim intentó irse, pero lo detuve.
—¿Qué pasa, Jim? —pregunté, mi voz era más dura de lo que pretendía—. ¿Por qué defendiste a ese hombre? ¿Por qué no has ayudado a Jenna?
Jim traga saliva, sus ojos evitan los míos.
—Owen, no entiendes...
—Ilumíname —lo interrumpo abriendo los brazos mientras caminamos hacia el hospital de nuevo—. Dime no entiendo nada ¿por qué un médico que podría haber ayudado a una niña? no lo hizo. Y ¿por qué una amiga tuya, que está en problemas? no tiene tu apoyo.
Jim se dio por vencido. Se sentó en un banco cercano y se frotó la cara con las manos.
—Desmond es el tío de mi prometida —confiesa, y las palabras caen sobre de mi como una bomba—. Él me ayudó a llegar a donde estoy, me dio el trabajo que tengo ahora. Si lo confronto, lo pierdo todo. A ella, a mi trabajo... todo.
El rompecabezas comienza a encajar. Y de repente, el servilismo de Jim tenía un sentido trágico. No era un mal hombre, solo era un hombre que estaba asustado. Estaba atrapado en una red de deudas y favores.
—Te ayudaremos —le digo con firmeza, mi voz se suavizó—. Pero tienes que elegir, Jim. ¿Vas a seguir ciego ante lo que está pasando o vas a hacer lo correcto?
Él me mira, y por primera vez desde que llegué a este pueblo, lo vi con sinceridad. Lo vi como un hombre roto, un hombre que se sentía culpable. Y supe, en ese momento, que habíamos ganado un aliado.
El aire frío de la noche me golpeaba la cara, pero yo sentía el calor de la rabia. Jim, mi amigo, mi leal compañero desde que esto en Yellowknife, me había revelado su secreto. Pero no era solo un secreto, era una cadena que lo ataba a un hombre manipulador, el Dr. Desmond, quien, además de ser el tío de su prometida, era el principal accionista del hospital. Y el miedo de Jim a perder su vida perfecta me hizo sentir una mezcla de lástima y desprecio.
No era por falta de carácter, era por el peso de las circunstancias. Jim estaba atrapado entre la lealtad a su prometida, Samantha, y su sentido de la justicia. Y su prometida, al parecer, era la pieza clave de este rompecabezas.
—Jim, ¿quién es el padre de Samantha? —pregunté, y mi voz sonó más dura de lo que pretendía.
Él no contestó de inmediato. Se frotó la cara con las manos de nuevo y suspiró.
—Su padre es... Harold Prescott. El senador.
La noticia me golpeó como un tren. Harold Prescott. El mismo hombre que había hecho fortuna con inversiones inmobiliarias en el pueblo, el mismo hombre que se había postulado como "salvador" de Yellowknife. Y ahora, el principal accionista del hospital prácticamente el dueño y el suegro de mi amigo. El cinismo de todo esto me revolvía el estómago.
—¿Y qué tiene que ver él con todo esto? —increpo, sintiendo la necesidad de entender la magnitud del problema.
—Todo. Él es el que ha estado moviendo los hilos, controlando al Dr. Desmond. Y Samantha… mi Samantha, cree en él. Ha sido criada para odiar a las personas que no tienen dinero, a los "parásitos" que, según él, solo buscan aprovecharse de los demás.
—Debería avergonzarse de que el pueblo lo acepte siquiera ¡esa piltrafa de mierda! —mis palabras son fuertes y contundentes.
El rompecabezas se armó por completo. La reticencia de Jim a ayudar a Amanda y Jenna, la actitud de Samantha, la manipulación de Desmond. Todo era parte de una misma red, tejida por la mano del senador Prescott.
—Me ha dicho que los pobres solo causan problemas, que son una plaga para la sociedad. Y Samantha, ella cree en cada una de sus palabras. Me ha repetido una y otra vez que no me involucre con personas como Amanda, que solo causarán problemas.