Papá por error

Capitulo veintitres

Amanda

La puerta de la habitación de Jenna se cerró con un suave clic. Me quedé un momento, apoyada en la pared, sintiendo el calor de mis mejillas. La imagen de Owen, tan cerca, se repetía en mi mente una y otra vez. Sus ojos, su aliento en mi cara, la forma en que se había inclinado hacia mí… Mi corazón latía desbocado, como si quisiera escapar de mi pecho.

Regresé a la sala con pasos inseguros. Él seguía allí, de pie, observando los dibujos de Jenna en la pared. Cuando me vio, sus ojos se encontraron con los míos. El aire se llenó de una tensión palpable, la misma que había sentido un momento antes.

—Lo siento —dijo, y su voz era un susurro ronco—. No debí...

—No, no te disculpes —lo interrumpí, y mi voz sonó más temblorosa de lo que esperaba—. Yo... yo también quería.

La honestidad de mis palabras lo desarmó. Una sonrisa tímida se dibujó en su rostro, y el ambiente se relajó un poco. Se acercó a mí, pero esta vez, mantuvo una distancia prudente.

—Amanda... —comenzó, y se detuvo, como si no supiera qué decir.

—Lo sé —le dije, y me armé de valor—. Sé que no tiene sentido. Nos conocemos apenas. Y... y estoy en un lío.

—Eso no importa —respondió, y esta vez, su voz era firme—. No importa.

Me miró a los ojos, y en su mirada vi algo que nunca había visto en nadie. No era lástima, no era simple atracción. Era respeto, y una ternura que me conmovió hasta lo más profundo. Este hombre, tan poderoso, tan diferente a mí, no me veía como a una mujer en problemas, sino como a una persona digna de su atención.

Y no era indiferente. Su voz, su mirada, sus gestos... todo en él me atraía. Me gustaba su fuerza, su valentía, la forma en que defendía a Jenna y a mí. Me gustaba su sonrisa, la manera en que se reía de las ocurrencias de mi hija. Me gustaba todo.

El beso que casi sucedió había abierto una puerta en mi corazón, una puerta que había mantenido cerrada por mucho tiempo. Y ahora, no estaba segura de querer cerrarla de nuevo.

Owen

Amanda se fue a la habitación de Jenna, pero yo continuaba allí, de pie en la sala. El olor a canela y a vainilla de la cena flotaba en el aire, pero todo lo que podía sentir era la ausencia de ella. La imagen de sus ojos, tan cerca de los míos, el suave aliento en mi cara, me hacía temblar. No había esperado sentirme así, su boca tan cerca de la mía me devolvió esa sensación de vida que había perdido

Mi vida, hasta ahora, había sido una serie de negocios, viajes y proyectos. Me había acostumbrado a la soledad, a la idea de que mis abogados y mis empleados eran mi única compañía. Luego sucedió lo de Candid y bueno, el accidente que gracias al cielo es etapa superada. Pero de repente, en este pequeño pueblo, había conocido a una pequeña y a esa mujer que lo pusieron todo de cabeza.

Y no puedo negar que me gusta más de lo debido…

Amanda.

No era solo su belleza, aunque era innegable. Su cabello rubio, su piel pálida, sus ojos llenos de tristeza y esperanza… Era algo más. Era su fuerza, su valentía para enfrentarse a todo, para proteger a su hija, a pesar de sus miedos. Era la forma en que se reía, una risa que me hacía querer sonreír.

Me senté en el sofá, el mismo lugar donde habíamos estado a punto de besarnos. La inocencia de Jenna había roto el hechizo, pero no había borrado la tensión. Me pregunté qué habría pasado si no nos hubiera interrumpido. ¿Nos habríamos besado? ¿Habría cambiado todo?

No estaba seguro de la respuesta, pero sabía que algo había cambiado. Ya no era solo una misión para ayudar a una mujer. Se había convertido en algo más personal, algo que me tocaba el corazón de una manera que no había experimentado en mucho tiempo.

Dejé que mis pensamientos se sumergieran en ella por un momento. La luz tenue de la lámpara iluminaba un rincón de la sala, y me vi a mí mismo, un hombre de negocios exitoso, en una casa pequeña y acogedora, enamorándome de una mujer que había conocido por casualidad.

El amor no había sido parte de mi plan. Pero, al parecer, el universo tenía otros planes para mí.

Amanda

Después de que Owen se fue, me quedé sentada en el sofá, el eco de su presencia aún en la habitación. Mi mente, que había estado tan ocupada con los problemas del presente, se deslizó hacia el pasado, un lugar oscuro del que siempre trato de huir.

Vi a un joven Gregor Rush, con el pelo revuelto por la arcilla y una mirada intensa en sus ojos. Yo era apenas una niña, recién llegada a la ciudad, con sueños de convertirme en una artista. Él ya lo era, o al menos eso creía. Me cautivó con su pasión, su talento y sus palabras. Me dijo que yo era su musa, su inspiración. Yo le creí. Lo ayudé con su trabajo, le di dinero para sus materiales y, sobre todo, le di mi corazón.

Pero el amor de Gregor era como una tormenta. Un día me besaba con ternura, al siguiente me gritaba, me decía que yo no valía nada, que no entendía su arte. Su ira era como un incendio. Yo, en mi inocencia, creía que era parte de su genio, que su pasión era la única forma en que sabía amar. Un día, sus palabras no fueron suficientes. Me empujó, me golpeó, me dejó con el cuerpo dolorido y el corazón roto.

Cuando me enteré de que estaba embarazada, mi corazón se llenó de miedo y de una extraña esperanza. Creí que un hijo lo cambiaría, que nos uniría. Le dije que sería padre. En lugar de alegría, vi pánico en sus ojos. Me dijo que un hijo arruinaría su carrera, que yo lo había traicionado. Desapareció. Se fue sin mirar atrás, dejándome sola, embarazada y con el alma hecha pedazos.

Me obligué a olvidar. Me prometí que nunca más volvería a depender de un hombre. Trabajé duro, cuidé de mi hija y construí una vida para nosotras, una vida en la que nadie nos pudiera hacer daño. Por eso, cuando Owen apareció, mi primera reacción fue rechazarlo. Rechazar su ayuda, rechazar su amabilidad, rechazar todo lo que venía de un hombre incluso agredirlo por lastimar a mi niña.




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