Jenna
Mi mami dice que tengo que quedarme aquí. El tío Jim nos trajo a un lugar que no es nuestra casa. Es grande y tiene muchas camas. Mami dice que Owen nos está ayudando.
Yo no entiendo muy bien. Solo sé que mi mami estaba muy asustada y que el doctor grande y malo, el de la bata blanca, dijo que yo estaba enferma. Pero ya yo no me siento enferma. Solo me duele un poquito la garganta a veces dice que eso se va a curar pronto.
Owen es mi héroe, mi mamá dice que es un ángel. Me gusta cómo me mira. Sus ojos son bonitos y me sonríe mucho. Cuando Mami lloró, él la abrazó muy fuerte. Y me abrazó a mí también. Sus brazos son grandes y se siente muy cálido.
Estoy sentada en una silla, pintando con mis crayones. Owen está hablando con Mami. Ella le da las gracias una y otra vez.
—Owen, no sé cómo agradecerte —dice Mami, y sus ojos se ponen brillosos.
—No tienes que agradecer nada, Amanda —dice él, y le toma la mano—. Hice lo que tenía que hacer.
Mami sonríe, y su sonrisa es diferente. No es la sonrisa triste que me da por las noches. Es una sonrisa de verdad.
Yo me acerco a ellos, mis crayones en la mano. Mi mamita sonríe grande.
—Hola, mi amor ¿Qué dibujas?
—A nosotros —le digo, y le enseño mi dibujo. Es un dibujo de Mami, Owen y yo, los tres juntos.
Owen se ríe. Mami también.
—Es muy lindo, mi amor —dice mi mami un poco sonrojada.
De repente, se me ocurre algo. Algo que vi en una película. Yo sé lo que hace falta en mi familia. Lo que siempre he querido.
Miro a Owen, y él me mira a mí. Mi corazón late muy fuerte. Me armo de valor, agarro el borde de su pantalón y le digo:
—Owen, ¿te casas con mi mami?
Mami y Owen se quedan quietos. Sus ojos se abren mucho ella se sonroja y se tapa la boca. Owen se ríe, pero es una risa nerviosa.
—Jenna... —dice Mami.
Owen me mira, sus ojos llenos de asombro y algo que no sé qué es. Se agacha a mi altura y me pregunta con voz suave:
—¿Y por qué dices eso, pequeñita?
—Porque mami necesita un esposo, y yo necesito un papá —le digo, y mi voz suena muy valiente—. Y tú me gustas, claro que ya eso lo sabías, aunque… creo que a mi mami también le gustas.
Ella me mira, y sus mejillas están rojas.
—¡Jenna! —dice, riendo un poco, pero también avergonzada—. No digas eso.
Pero Owen me sonríe. Es una sonrisa diferente a todas las que me ha dado. Me abraza con fuerza.
—Tal vez, Jenna —me susurra al oído—. Tal vez.
—¿Por qué mejor no invitamos a cenar a Owen mi amor? —dice con un grito y no entiendo nada.
Narrador omnisciente
La cena de esta noche no era como las demás. Por primera vez en mucho tiempo, la casa de Amanda no se sentía como un lugar de preocupación, sino como un hogar lleno de risas. Jenna, con su energía inagotable, había hecho un show de marionetas con unos calcetines y ahora, exhausta pero feliz, dormía en su cama. Su pequeño mundo de fantasía había logrado que, por un momento, olvidáramos el mundo real y sus problemas.
Amanda se sentó en el sofá, su cuerpo relajado por primera vez en días. La casa, aunque pequeña, era acogedora. Las paredes estaban adornadas con dibujos de Jenna y las fotografías familiares daban fe de una vida llena de amor, a pesar de las dificultades. Owen se sentó a su lado, la distancia entre ellos un recordatorio de que, a pesar de todo lo que habían compartido, aún eran dos extraños.
—Gracias por la cena —dijo Owen, y su voz rompió el silencio—. Estuvo deliciosa.
—De nada. Era lo menos que podía hacer —respondió Amanda, y una sonrisa genuina apareció en su rostro—. No sé cómo agradecerte.
—Ya te lo he dicho. No hay nada que agradecer —dijo Owen, y la miró a los ojos—. Me alegra haberte conocido.
La honestidad en sus palabras la desarmó. No era solo un comentario amable, era una declaración. Sus ojos se encontraron y, en ese instante, el mundo exterior desapareció. El miedo, la incertidumbre y los problemas que los rodeaban se desvanecieron. Solo existían ellos dos, sentados en un pequeño sofá, bajo la luz tenue de la lámpara.
—Yo también me alegro de haberte conocido —murmuró Amanda, y sus mejillas se sonrojaron.
Él se inclinó, lentamente. Ella se acercó, sin poder resistirse. El aire se hizo denso entre ellos, y el mundo se detuvo. Sus respiraciones se mezclaron. Sus labios estaban a punto de tocarse, un beso lleno de agradecimiento, alivio y la promesa de algo nuevo.
—¿Mami?
La voz somnolienta de Jenna rompió el hechizo. Ambos se separaron, como dos adolescentes atrapados en un momento prohibido. Amanda, sonrojada, se levantó de un salto y corrió a la habitación de su hija.
Owen se quedó solo en la sala, con una mezcla de frustración y ternura. La inocencia de Jenna había interrumpido el momento, pero también le había recordado la razón por la que estaba allí. No era solo para ayudar a una mujer, sino para proteger a una niña. La promesa del beso se quedó en el aire, suspendida, esperando ser recuperada.