Narrador Omnisciente
La noche en Yellowknife había dejado de ser tranquila. El senador Harold Prescott, un hombre acostumbrado a salirse con la suya, se sintió humillado por la liberación de Amanda. Desde su lujosa oficina, observó el pueblo, una pieza de ajedrez en su tablero personal, y no podía permitir que un simple peón, en este caso Owen, arruinara su gran jugada. Su plan era sencillo: intensificar la presión sobre sus aliados y deshacerse de los obstáculos.
Mientras tanto, en un restaurante del pueblo, Samantha confrontaba a Jim. Sus ojos, fríos y calculadores, no eran los de la mujer enamorada que Jim creía conocer. Era la hija de un senador, una criatura de la ambición y la doble moral, y la derrota de su padre era algo que no podía tolerar.
—Mi padre está decepcionado contigo, Jim —dijo ella, con una voz que era como el filo de un cuchillo—. Nos has traicionado.
—Samantha, esto es un error —se defendió Jim, su voz temblorosa por la tensión—. Amanda es inocente.
—¿Inocente? Esa mujer es un parásito, Jim. Ella y su hija solo buscan aprovecharse de la gente como nosotros. Nos lo ha dicho mi padre, ¿o es que ya no le crees? —unas palabras que pensó nunca escuchar de ella.
—No es eso... —comenzó Jim, pero ella lo interrumpió con un gesto de la mano.
—El destino de esta familia está en juego. Mi padre tiene un plan. Solo necesitamos que te mantengas al margen y no interfieras. ¿Es tan difícil de entender?
El rostro de Jim se puso pálido. Samantha, la mujer que amaba, lo estaba poniendo entre la espada y la pared. La elección era clara: su prometida y su carrera, o su conciencia.
—No puedo, Samantha. Lo siento. No puedo participar en esto —dijo Jim, con una voz tan firme que sorprendió a su prometida —no cuentes conmigo para esto, no tengo intención de hacer lo incorrecto.
El rostro de Samantha se ensombreció. Dejó escapar una risa amarga y se levantó de la mesa.
—Entonces no hay nada más que hablar, Jim. No eres el hombre que creí que eras. Eres un cobarde. Y no quiero estar con un cobarde.
—Entonces yo no quiero estar con alguien que no reconoce y mucho menos practica la compasión —le espeta desafiante —. Yo estoy del lado de la justicia y Amanda junto a Jenna son mi familia. Si eso te parece cobardía entonces, lo seré, aceptare ser un cobarde —. Jim se levanta dejándola en el restaurante no sin sentir el dolor de la perdida al haber amado a un fantasma
…
En un rincón de ese mismo restaurante, camuflado por la tenue luz, Owen fue testigo de la escena. Había seguido a Jim, sospechando que algo así podría suceder. La frialdad de Samantha, la crueldad de sus palabras, le reveló la verdadera naturaleza de la red de Prescott. No era solo una cuestión de negocios, era un asunto de poder y de odio.
Cuando Jim salió del restaurante, con la mirada perdida y el corazón roto, Owen se acercó a él.
—Jim... —comenzó, pero Jim lo interrumpió.
—No tienes que decir nada, Owen. De verdad, he abierto los ojos y definitivamente, lo he perdido todo —dijo, y sus ojos se llenan de lágrimas de rabia y frustración.
—No has perdido nada, Jim. Has ganado tu conciencia —respondió Owen, y puso una mano en su hombro—. Ahora, ¿vas a seguir siendo un títere, o vas a hacer lo correcto?
Jim miró a Owen, y en sus ojos vio no solo a un aliado, sino a un amigo. Un hombre que, a pesar de la riqueza y el poder, tenía un sentido de la moral inquebrantable la cual mermó solo por amor.
—¿Qué hacemos? —inquiere, su voz apenas un susurro.
—Pues lo correcto, eso es lo que haremos amigo mío…
Owen sonrió. Tenían un plan. Un plan para desenmascarar a Prescott y a su red de corrupción, un plan para salvar a Amanda y a su hija. El juego apenas comenzaba.