Owen
El sol brillaba con una intensidad que parecía querer compensar por todos los días grises del pasado. Jenna, con su vestido de flores, corría de un lado a otro en el parque de diversiones, su risa era como una melodía que llenaba el aire. La había llevado a la pista de patinaje, a los carruseles y ahora estaba subida en el dragón, su cara era de pura felicidad. La miré, y la sonrisa en mi rostro no era solo por ella.
A mi lado, Amanda me miraba con una ternura que me desarmaba. Era como si la tristeza y el miedo que había visto en sus ojos hubieran desaparecido, reemplazados por una luz radiante. Su cabello, revuelto por el viento, le caía sobre la cara, y sus mejillas estaban sonrojadas por el sol.
—Nunca pensé que volvería a verla tan feliz —dijo Amanda, su voz era un susurro emocionado.
—Se lo merece —respondí, y le tomé la mano.
El roce de su piel fue como una descarga eléctrica. Sus dedos se entrelazaron con los míos, una conexión silenciosa que no necesitaba palabras. La miré, y en sus ojos vi el mismo sentimiento que sentía yo: un amor incipiente, tímido, pero innegable.
Dejé escapar un suspiro, y Amanda sonrió.
—¿Qué sucede Sr. MacIntyre? —increpó, y su sonrisa era tan hermosa que me quitó el aliento.
—Nada —dije, y mis ojos se posaron en sus labios—. Solo estoy... feliz.
El dragón terminó su recorrido y Jenna bajó corriendo. Se lanzó a los brazos de Amanda, que la abrazó con fuerza. Me miró, y en sus ojos vi la promesa de un futuro, un futuro que, por fin, parecía brillante y feliz. El juego de la vida apenas comenzaba, y el amor era la mejor jugada que podíamos hacer.
—¡Esto es muy divertido mamá, papá! —esa simple palabra me devolvía toda la felicidad que había perdido.
Jenna era simplemente la niña perfecta para cualquiera que se sirva de padre o que por lo menos desee serlo. Amanda no se pierde nada de mi reacción, nuestras miradas se encuentran de nuevo y una sonrisa se va dibujando lentamente en sus labios.
—Tienes miedo de esto ¿verdad? —se sincera.
—Estoy aterrado, pero seguro de poder lograrlo —las abrazo a ambas.
—Y yo también estoy segura de ello
…
El sol de Yellowknife, que antes había sido un símbolo de esperanza, ahora se sentía como una luz que exponía mis secretos. Mi vida con Amanda y Jenna era un sueño, una burbuja de felicidad que creía impenetrable. Pero el pasado, como un fantasma, había regresado para atormentarme.
No la había visto en casi un año. Candid, mi ex prometida, la mujer por la que había huido de mi vida anterior. La infidelidad había destrozado mi confianza, mi corazón. Había dejado atrás mi carrera, mis negocios, todo, para escapar del dolor. Y ahora, aquí estaba, de pie en una tienda de ropa en Yellowknife, con sus ojos azules y su sonrisa petulante, exigiéndome que regresara con ella.
Cuando la vi, mi corazón se detuvo. Había cambiado. Ya no era la mujer que amaba. Era una extraña, una impostora. La escuché insultar a Amanda. La llamó "parásito", "buscadora de oro". Su voz, que antes me había parecido tan melodiosa, ahora me sonaba áspera y cruel.
—¿Cómo te atreves? —dijo Amanda, su voz temblorosa de rabia—. No te conozco, no tienes derecho a hablarme así ni a tocarme tampoco —Amanda sacude el brazo con fuerza, pero le es imposible soltarse
—No te hagas la inocente —respondió Candid, con una sonrisa de desprecio—. Sé quién eres. Y sé lo que quieres. Quieres el dinero de Owen. Pero yo no te dejaré robarlo, no lo tendrás.
La furia me subió por la garganta. Caminé hacia ella y la tomé del brazo con firmeza.
—Candid —dije, mi voz era un susurro peligroso—. Suéltala. Ahora.
Ella me miró, y su sonrisa se desvaneció. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un momento, vi el miedo en su rostro. Pero luego, su arrogancia regresó.
—Owen, mi amor, sabía que te encontraría —dijo, y trató de besarme.
—No me llames así —respondí, y la aparté—. No soy tu amor. Y no somos nada.
Amanda, con los ojos llenos de sorpresa, nos miraba. La había arrastrado a mi pasado, a un mundo que no era el suyo.
—No te entiendo, Owen —dijo Candid, con su voz de niña malcriada—. ¿Qué haces con esta mujer? ¿Y dónde están mis anillos?
—No te equivoques, Candid —dije, y mi voz era tan fría como un iceberg—. No hay "nosotros". Y los anillos los vendí. Vendí todo. Porque tú lo arruinaste.
Ella se quedó muda, su cara pálida. Por primera vez en mucho tiempo, la vi vulnerable. Pero no sentí lástima.
—Vete, Candid —dije, no le di opciones, era un ultimátum—. Y no vuelvas a Yellowknife. No vuelvas a buscarme. No vuelvas a buscar a Amanda. Porque si lo haces... te arrepentirás.
—¿En serio te quedaras en este pueblucho? —su desprecio me golpeo en la cara como un mazo, pero ni siquiera me amilané.
—Me quedaré, ahora este es mi hogar y no es tu problema ¡vete! —mi voz era una advertencia directa.
Candid, con el rostro de furia y frustración, se fue de la tienda, dejándome a solas con Amanda.