Owen
El regreso de Candid no fue el apocalipsis que temía. Por el contrario, se convirtió en una oportunidad para que el pueblo demostrara su lealtad a Amanda y a mí. La noticia de su comportamiento en la tienda de ropa se esparció como pólvora. En lugar de encontrar un pueblo sumiso y fácil de manipular, se topó con un muro de gente que había encontrado la esperanza y la dignidad. Pero ella no lo entendía.
La vi un par de días después, caminando por la calle principal. Iba con un vestido caro y unas gafas de sol que no lograban esconder la malicia en sus ojos. Se detuvo frente a la panadería, donde la gente la ignoraba. Entonces, la vi acercarse a Jenna, que jugaba con Rebeca, Fidel, Andrea y Dino. Mi corazón se detuvo.
—¿Eres la hija de esa mujer? —dijo Candid, con su voz de serpiente—. Dile a tu mamá que no se meta con lo que es mío.
Jenna la miró, con sus grandes ojos inocentes.
—No te conozco, señora —dijo Jenna, con una voz que era una mezcla de valentía y confusión—. Y mi mamá no es una mala persona, no se mete con nadie.
Candid se rió, una risa cruel y sin alegría.
—Claro que lo es. Y tú también. Son unos parásitos.
No entendió sus palabras, pero sus ojitos se llenaron de lágrimas al sentir el peso de sus palabras, no pude moverme. Quería correr y abrazar a Jenna, pero mis piernas se quedaron paralizadas. Fue entonces cuando vi a Dino, el niño más pequeño del grupo, susurrar algo a los demás. Los niños asintieron, sus ojos llenos de una chispa de travesura.
—¡No le hable así a Jenna! Es usted una grosera señora, eso es una falta de… de…
Rebeca salta a defender a Jenna, abro mucho los ojos al escucharla. Pero en el momento que decido caminar hacia ellos. El plan de los niños comenzó. Fidel, el mayor, se acercó a un burro que pastaba cerca y, con una destreza sorprendente, lo guio hacia Candid. Andrea y Rebeca, dos niñas risueñas, se encargaron del agua. Tomaron dos baldes llenos del pozo y, con una sonrisa pícara, se acercaron a ella.
—¡Ay, qué lindo burrito! —dijo Andrea, con una voz melodiosa.
Candid, que no tenía la menor idea de lo que estaba pasando, se volteó a mirar al animal. Fue en ese momento que Rebeca y Andrea actuaron. El agua fría cayó sobre la cabeza de Candid.
—¡Ahhh! —gritó ella, despavorida—. ¡Están locos! —el giro la hizo tambalear.
El burro, asustado por el grito, dio una patada. Y, como si fuera una escena de película, su pata impactó en el trasero de Candid. Ella salió volando, cayendo en un charco de lodo.
La gente del pueblo, que había estado observando la escena en silencio, estalló en carcajadas. Y los niños, con su misión cumplida, se unieron a las risas.
Jenna, con una sonrisa traviesa, se acercó a Candid, que ahora estaba cubierta de lodo y empapada.
—No eres tan bonita cuando estás sucia, señora —dijo Jenna.
Candid, con el rostro de furia y humillación, se levantó y corrió. Su vestido caro ahora era un trapo sucio, y sus gafas de sol se habían roto. Corrió tan rápido como pudo, mientras la gente del pueblo le arrojaba baldes de agua y confeti.
—¡Nunca más volveré a este horrible pueblo! —gritó, su voz se perdió en el aire—. ¡Y a ti, Owen, no te quiero ver nunca más! Eres tan mediocre y poca cosa como todos ellos…
En medio de una risa contagiosa, Jenna me abraza con el rostro encendido de vergüenza. Es una reacción inesperada, casi como si esperara un reproche de mi parte. Pero frente a sus hermosos ojos color chocolate, cualquier intento de reclamo se desvanece por completo. Esos mismos ojos que, sin saberlo, han sido mi refugio, luchando contra mis miedos más profundos.
Me doy cuenta, en ese instante, de que ella ha tenido más confianza en mí de la que yo jamás tuve en mí mismo. Con su ejemplo, esta pequeña y valiente persona me ha enseñado una lección invaluable. Me ha mostrado el camino para creer en mi propia magia, a confiar en mi fe y, sobre todo, me ha dado la seguridad de que el mundo está lleno de personas capaces de amar y hacer el bien. Su presencia ha sido un faro que me guía a un nuevo entendimiento de la vida.
Y que los castigos, la justicia y el karma vienen de la mano.
La risa del pueblo fue la única respuesta que obtuvo Candid ante su desgracia. La justicia, a veces, viene en forma de burro, un poco de lodo y la inocencia de un grupo de niños.