Papá por error

Capítulo veintiocho

Narrador omnisciente

El pueblo de Yellowknife, que durante años vivió bajo el yugo del miedo y la manipulación, comenzaba a despertar con la luz tibia de la esperanza. Las sonrisas, antes ocultas tras rostros endurecidos por la desconfianza, regresaban poco a poco. La voz del senador Prescott, que alguna vez resonó como una amenaza constante, ahora no era más que un eco lejano, una sombra que se desvanecía entre los nuevos días.

Con el apoyo económico de Owen y la voluntad férrea de los lugareños, el pueblo empezó a florecer. Se abrieron nuevas empresas, pequeños negocios familiares que devolvían la vida a las calles. Las carreteras, antes abandonadas y llenas de grietas, fueron reparadas con esmero. Pero lo más importante, lo más simbólico, fue la construcción de una nueva clínica. Un espacio limpio, transparente, libre de la corrupción que había dejado el Dr. Desmond. No era solo una obra de infraestructura: era un acto de justicia, de sanación colectiva.

Yellowknife no solo se estaba restaurando. Estaba renaciendo.

✦✦✦

El día de la partida de Jenna y Amanda llegó. Era un momento cargado de emociones, un punto de inflexión que marcaba el cierre de una etapa y el inicio de otra. Para ambas, Owen se había convertido en mucho más que un salvador. Era el hombre que, tras un accidente que lo dejó amargado y aislado, había aprendido a amar de nuevo. Y ellas lo amaban también, con esa gratitud profunda que nace cuando alguien te devuelve la vida.

Definitivamente, el amor todo lo puede. Es paciente, es generoso, y sabe esperar.

En el aeropuerto, Owen las abrazó con fuerza. Su corazón se encogía ante la inminente separación, pero también se llenaba de esperanza. Sabía que este no era un adiós, sino un “nos vemos pronto”.

—Todo va a salir bien, mi amor —le dijo a Amanda, con la voz entrecortada por la emoción—. Jenna va a estar bien.

Amanda, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente.

—Lo sé —respondió, apretando su mano con fuerza—. Gracias por todo, Owen.

—Gracias a ti —susurró él, besándola en la frente—. Por traerme de vuelta a la vida.

✦✦✦

El hospital en Estados Unidos era enorme, moderno, brillante. Las paredes blancas y los pasillos silenciosos imponían respeto, pero también ofrecían esperanza. Jenna, con una valentía que conmovía a todos, enfrentó el tratamiento con determinación. A su lado, Amanda no la soltaba ni un segundo. Pero la espera, larga y solitaria, se volvía cada vez más difícil.

Entonces, una tarde, la puerta de la habitación se abrió con suavidad. Una mujer elegante, de cabello canoso y ojos amables, entró con paso firme. Detrás de ella venían un hombre alto, una mujer de sonrisa cálida y una niña de cabello rubio que miraba todo con curiosidad. Era la familia de Owen.

Lucrezia, la madre de Owen, se acercó a Amanda y la abrazó con una ternura que desarmó todas sus defensas. Amanda lloró en silencio, sintiendo que ese abrazo la sostenía en medio del caos.

—No te preocupes, querida —le dijo Lucrezia, con una voz suave y melodiosa—. Todo va a estar bien. Mi hijo nos ha hablado tanto de ti y de Jenna...

Erik, el hermano de Owen, le ofreció una sonrisa franca.

—Es un placer conocerte, Amanda. Y tú debes ser la pequeña Jenna —dijo, guiñándole un ojo—. Mi hija Laura no podía esperar a conocerte.

Laura, la sobrina de Owen, tenía la misma edad que Jenna. Al verla, los ojos de Jenna se iluminaron. Las dos niñas se miraron con timidez, y en ese instante supieron que serían amigas. No hizo falta decir nada más.

Mientras los días pasaban, la familia de Owen llenó la habitación de risas, de historias, de vida. Hablaron de Owen, de su corazón noble, de cómo había cambiado desde que Amanda y Jenna llegaron a su mundo. Amanda, que había aprendido a vivir en alerta, se sintió abrumada por tanto amor. Pero también se sintió en casa.

—Mamá —dijo Lucrezia, con los ojos brillantes de emoción—. Te quedarás en casa con nosotros. Jenna también. Serán parte de nuestra familia.

Amanda los miró, con el corazón desbordado. La vida, que antes había sido una batalla constante, ahora le ofrecía un hogar. Un hogar lleno de amor, de apoyo, de un futuro brillante. Owen, con su generosidad, no solo había salvado su vida… le había regalado una familia.

✦✦✦

Dos años habían pasado desde aquel viaje lleno de incertidumbre y esperanza. Jenna, ahora una niña sana y vivaz, corría por el jardín de su nueva casa en Yellowknife. Sus mejillas estaban sonrosadas por el aire fresco, su risa fuerte y clara resonaba como la mejor melodía que Amanda y Owen podían escuchar.

La enfermedad que una vez la había amenazado era ahora solo un recuerdo lejano. Gracias al tratamiento, el edema pulmonar agresivo había quedado atrás. Jenna no solo había sanado: había florecido.

Amanda la observaba desde el porche, con una taza de té caliente entre las manos. Owen se acercó por detrás y la rodeó con sus brazos. No dijeron nada. No hacía falta. El silencio estaba lleno de significado.

La vida les había dado una segunda oportunidad. Y ellos la habían tomado con ambas manos.




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