Papá por error

Capitulo veintnueve

Narrador omnisciente

La pequeña iglesia de Yellowknife, enclavada entre pinos y rodeada por el murmullo del viento, se vestía de gala. Las flores silvestres que crecían en los campos cercanos habían sido cuidadosamente recogidas por los vecinos y colocadas en cada rincón del templo. El aroma a lavanda, a manzanilla y a tierra húmeda llenaba el aire como una bendición silenciosa. Era el día de la boda de Owen y Amanda, y el pueblo entero estaba allí, sus rostros iluminados por la alegría y la gratitud.

Nickolas, el mejor amigo de Owen, había llegado junto a su esposa Genevive, que lucía radiante con su embarazo ya avanzado. Jim, que ahora trabajaba en la nueva clínica del pueblo, observaba la escena desde una de las bancas, con una sonrisa de paz que le iluminaba el rostro. Su vida, aunque distinta a la que había planeado años atrás, era más feliz. Más plena.

Los niños corrían por el jardín de la iglesia, sus risas mezclándose con el tintineo de las campanas. Las mujeres del pueblo, vestidas con sus mejores galas, compartían anécdotas y recuerdos. Los hombres, algunos con lágrimas discretas en los ojos, se abrazaban con fuerza. Era más que una boda. Era una celebración de la vida, del renacer de un pueblo que había aprendido a sanar.

Owen esperaba en el altar, con el corazón latiendo con fuerza, como si cada latido fuera una promesa. Vestido con un traje azul oscuro, sencillo pero elegante, sus manos temblaban ligeramente. No por nervios, sino por la emoción contenida. Cuando Amanda apareció en el umbral de la iglesia, el mundo pareció detenerse. Su vestido blanco, de líneas suaves y delicadas, se movía con gracia a cada paso. Su cabello recogido dejaba ver el brillo de sus ojos, y su sonrisa… su sonrisa era todo lo que Owen había soñado.

Detrás de ella, Jenna caminaba con pasos cortos pero decididos. Vestida con un hermoso vestido de dama de honor color marfil, sus mofletitos rosados y su mirada brillante hacían que todos los corazones se derritieran. La niña que había enfrentado la enfermedad con valentía ahora caminaba hacia un futuro lleno de amor.

Lucrezia, Erik, Delia y Laura —la familia de Owen— observaban la escena con los ojos llenos de lágrimas. Habían encontrado en Amanda y Jenna a la familia que siempre habían deseado. Laura, la sobrina de Owen, sostenía un pequeño ramo de flores y no dejaba de mirar a Jenna con admiración. Las dos niñas ya eran inseparables.

El sacerdote, un hombre de voz serena y mirada bondadosa, dio inicio a la ceremonia. Las palabras sagradas se entrelazaban con el canto de los pájaros que se colaban por las ventanas abiertas. Cuando llegó el momento de los votos, el silencio fue absoluto.

Owen tomó las manos de Amanda y la miró como si fuera la primera vez.

—Amanda —comenzó, su voz era un susurro ronco, cargado de emoción—. Me enseñaste que el amor no tiene que ser una tormenta, que el hogar no es un lugar, sino una persona. Me salvaste de la oscuridad de mi pasado y me trajiste a la luz. Te prometo amarte, cuidarte y protegerte, hoy y siempre. En cada paso, en cada caída, en cada victoria. Porque tú eres mi vida.

Amanda, con lágrimas que le corrían por las mejillas, sonrió con el alma.

—Owen —dijo, su voz temblorosa pero firme—. Me diste esperanza cuando no tenía, me diste una familia cuando creía que estaba sola. Con tu amor, me convertí en la mujer que siempre quise ser. Te prometo amarte y ser tu compañera, en los buenos y malos momentos, hasta el final de mis días. Porque contigo, incluso el dolor se vuelve más llevadero.

El sacerdote los declaró marido y mujer, y un estruendo de aplausos y vítores llenó la iglesia. El beso que una vez se quedó a medio camino en un sofá, por fin se concretó. Fue largo, profundo, lleno de amor y de promesas silenciosas. El futuro, que antes parecía incierto, ahora era brillante y feliz.

✦✦✦

La recepción se celebró en el jardín comunitario, decorado con luces cálidas y mesas cubiertas de manteles bordados por las mujeres del pueblo. La comida era abundante, los brindis sinceros, y las risas… las risas eran música.

Mientras los adultos hablaban y reían, Jenna se acercó a Nickolas y Genevive, que estaban sentados bajo un árbol.

—¿Tu bebé será mi primo o mi prima? —preguntó, con sus grandes ojos curiosos y su voz dulce.

Nickolas, con una sonrisa amplia, se agachó para estar a su altura.

—Será tu primo, Jenna. Y te amará tanto como nosotros a ti.

Jenna, con sus mofletes rellenitos, sonrió con orgullo. Luego corrió hacia Owen, su nuevo papá, y lo abrazó con fuerza.

—Papá —dijo, con una voz que era una mezcla de amor, ternura y certeza—. Me dijiste que algún día seríamos una familia. Y aquí estamos.

Owen la levantó en brazos, con los ojos llenos de lágrimas. La abrazó como si quisiera protegerla del mundo entero.

—Sí, mi niña. Aquí estamos. Y nunca más estaremos solos.

Amanda los observaba desde unos pasos atrás, con el corazón desbordado. Había llegado a Yellowknife buscando olvidar, una oportunidad, una esperanza. Y había encontrado mucho más. Había encontrado amor, comunidad, propósito. Había encontrado un hogar.

✦✦✦

La historia de Yellowknife, la de Owen, Amanda y Jenna, no era solo una historia de lucha. Era una historia de redención. De cómo el amor puede reconstruir lo que el dolor ha roto. De cómo una niña con un corazón valiente y una madre que nunca se rindió cambiaron la vida de un hombre que había olvidado cómo sonreír.




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