Papá Soltero

CAPÍTULO 1

 

—Sofía, estás despedida.

La chica estaba riendo y ordenando papeles junto a una amiga en uno de los despachos cuando su jefe salió de una reunión y se acercó a ellas para llamar a una reunión personal a la joven veinteañera.

La llevó hasta una de las oficinas vidriadas a vista de todos, con las persianas altas, pero en medio de una conversación que solo ellos dos podían presenciar en la escucha.

Al momento que Yoan Yvanov, el joven propietario de la empresa de tecnología de punta, le comunicó a la joven que prescindiría de sus servicios, ella se llevó una enorme sorpresa y casi sin mediar pensamiento, su primera respuesta fue con total ímpetu:

—¿Qué? Es imposible, no… ¡No puede echarme, señor Yvanov!

Entonces ella supo que no tendría sentido querer justificarlo, si luego de todo lo que habían vivido juntos, él aún así habría tomado tal determinación, sólo podría ser porque ese ser malvado no tiene corazón

—¿Por qué no podría?—le retruca su jefe. O exjefe, a partir de este momento—.La gente ya está creando rumores de nuestra aventura y será mejor acabar con todo esto cuanto antes—le declara por fin.

Claro que él, pese a ser apenas un treintañero soltero y millonario, no querría emparejarse con una persona como ella. Escritora novata, estudiante de artes y administrativa en una empresa en la que apenas conoce lo básico, pero que le salva las cuentas de cada mes. Aún así, ella jamás estuvo con Yoan por su dinero o por algo material, sino que realmente le pareció siempre un hombre admirable, bellísimo y con un corazón inmenso, desde aquella primera entrevista en que le vio sonreir y el cielo entero pareció despejarse para ambos. No obstante, las nubes más densas y oscuras siempre amenazan con volver a formarse. Donde a veces sale el sol, otras veces puede llegar un rayo y una brutal tormenta.

Pero había un motivo extra.

Uno que ella no podría decir en voz alta porque ya no tendría sentido, las posibilidades de que las cosas salgan aún peor serían motivo para arrancarle su propio orgullo, para quebrantar moralmente a ese hombre y para soltar aún más las habladurías de los demás, si es ese el motivo por el que él estaba decidiendo cortar nexo con la joven…no tendría sentido ir más allá.

Lo notó.

Notó la incomodidad en Yoan el último tiempo.

Notó que ya no tenía tiempo para ella.

Notaba sus propios celos cuando él tenía que viajar y veía sus fotos junto a mujeres bellas y exitosas…como él. Pero no como ella.

Sofía esperaba contarle en un momento que fuera especial para ambos, como la noticia que conseguiría acercarlo definitivamente a su vida y que deje de suceder esa distancia horrible que se interponía entre ambos, creyendo ella que solo era trabajo, pero había algo más y es que Yoan ya no deseaba ser vinculado con su persona.

No le pidió motivos.

No los necesitaba.

Simplemente él no la quería, pese a que ella sí a él y con todo su corazón. Un amor correspondido jamás puede ser mendigado. Y si no es correspondido, solo debe ser dejado.

—Sofía—le insiste él, tratando de espabilarla—. ¿Qué motivo hay que me impida a mí echarte? Estarás bien, he conseguido otra oferta en un socio que te puede recibir, cubrirías básicamente labores similares por la misma nómina cada final de mes.

“No puede echarme, señor Yvanov, porque estoy embarazada.”

Lo piensa, pero no lo dice.

No se atreve.

Él no lo merece.

No debe saberlo jamás…

—Tiene razón—conviene ella finalmente y traga saliva en el esfuerzo de liberar el nudo en su garganta que le amordaza el corazón—. Mejor será que me marche, usted es el jefe y tiene…todo el derecho de despedirme.

—Considéralo un traslado, si gustas. Técnicamente lo es, aunque no en la misma empresa. Creo que será lo mejor para ambos y lo digo en serio.

—Sí, claro—. Su voz es apenas un hilo fino y casi inaudible.

—Puedes empacar tus cosas y desalojar hoy mismo mi oficina, por favor—le dice él destacando la parte de “mi oficina” ya que todas las oficinas en ese edificio le pertenecen.

Ella siente los ojos ardiendo y sabe que en cuanto esté fuera, no podrá contenerlo más y soltará un brutal llanto que le raje el pecho de dolor. No solo por su trabajo, ella ansía llorar por amor…o desamor.

—Está bien—. Suelta ella y se acerca a la puerta. Antes de decirle, se vuelve a él con sus ojos nublados por una densa capa de lágrimas, de esas que se rompen y caen con un pestañeo—. Muchas gracias por todo, señor. Hasta siempre…

—Adiós, Sofía. Mucha suerte en tu vida—conviene él, cerrando sus manos en duros puños sobre el escritorio mientras observa a la joven marcharse de su oficina.

Para verla por última vez.

 




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