—¡Señor, tiene que venir a conocer nuestra biblioteca!
—¿Nos permite tomarnos una foto con usted?
—¡Tome mi tarjeta, si necesita una empleada estoy dispuesta a viajar!
—¿Me puede pasar su número de móvil, por favor?
—¡Una selfie, por favor!
La gente se abarrota a mi alrededor en cuanto salgo del salón de actos gubernamental donde ha llevado a cabo la actividad con la conferencia que di para el público alrededor. Creo que todas estas personas se han hecho más expectativas de mí que las que yo mismo tengo, pero me parece genial el apetito intelectual de aquellos que se agolpan a la vuelta en cuanto estamos fuera. El gobernador de la ciudad sube conmigo a un auto rentado mientras su gente de seguridad nos despeja el camino hasta el aparcamiento.
En la parte trasera del Fortune, el hombre me habla mientras me quedo pensando en una de las mujeres que me habló al salir.
—Esta gente es así, aprovecha la menor posibilidad para pedirte algo. Pero en mi caso ya estoy acostumbrado, a veces les recibo y como el tiempo es un bien preciado voy al grano de sus adulaciones al estilo “y bien, dime qué es lo que quieres”. Es para lo único que se acercan.
No.
No me gusta en absoluto que diga eso, pero me salto para preguntarle:
—¿De qué biblioteca es la mujer?
—No tengo idea, debe ser de esos espacios que solo sirven para acumular y malgastar recursos. Aunque ya sabes que cuando hablas bien de los libros, la gente te mira con respeto, muy bien jugado, Yoan.
—Hablo de libros por creo en ellos, quiero ir a su biblioteca.
Él parpadea, asombrado por el tono que he usado.
Creo en que los libros me salvaron a mí del mismo modo que salvan a mucha gente, y si él desde su suficiencia e ignorancia piensa que me hará pensar del modo que él tiende a conseguir las cosas, prefiero subirme a otro auto.
Él se vuelve a la condescendencia:
—Podemos averiguarlo—advierte y hace un llamado mientras indica no alejarse demasiado. En cuanto hace unas averiguaciones, me contesta—: Es una biblioteca popular, no está muy lejos de aquí. ¿Vamos?
—Sí, por favor. ¿Popular es lo mismo que público?
—Supongo que sí, no lo sé muy bien, es una biblioteca donde va la gente sin dinero y con tiempo libre o para hacer tarea y ya.
Inspiro con bronca mientras me lo pienso y dejo que el trayecto nos guíe hasta el lugar. Por suerte, la gente se ha dispersado un poco y la mujer en cuestión no tarda en llegar para enseñarme con orgullo el lugar, pero debo interrumpirla:
—Es un lugar hermoso, en verdad. La felicito por lo que ha forjado.
—¿En serio? Señor, es un honor.
Me vuelvo al gobernador quien me da una palmadita en el hombro y se mete entre los dos con su agente de redes sociales para que lo grabe mientras dice:
—En tierra de sabios, no caben los mediocres ni los tibios. Lo dijo Sarmiento. —Sé quién es Sarmiento y tengo mis dudas si dijo realmente eso; le observo con suspicacia—. Es maravilloso, un orgullo a toda la población el tener un lugar como este en pleno centro fueguino.
Le interrumpo para volverme a la mujer e ir juntos hasta los estantes:
—Señora, me gusta que haya tanta gente joven que viene a estudiar y a hacer la tarea.
—Es el fin del mundo donde vivimos, hace mucho frío, los chicos vienen a encontrar un espacio seguro y caliente para poder hacer sus tareas y consultar tanto libros como internet o imprimir trabajos, es un espacio muy importante para la comunidad.
—Comprendo y lo estoy viendo. Le facilitaré un cheque que me lo rendirán en honorarios para arreglos del edificio y compra de material actualizado.
Sus ojos parecen tener un brillo centelleante.
—¡Cielo santo! ¿En serio? Señor, yo no sé cómo agradecerle…
—Descuide—le digo, mientras nos apartamos para que no vean que le estoy entregando el cheque, al menos lejos de las cámaras que persiguen al gobernador, pero están demasiado ocupados mientras se toma fotos con libros al revés—. No tiene por qué decirlo, solo deben usarlo y me envían en algún momento la rendición.
—La biblioteca debe gestionar el ingreso de fondos y donaciones a través de la…
—No hay tiempo, señora…
—Elena. Mi nombre es Elena.
Me sorprende que no me diga su apellido sino lo que supone que ha de ser su nombre de pila, así que es como decido llamarla:
—Elena, está bien. Entonces completa el cheque con tus datos y luego me notificas de los resultados, pero no estás obligada a ello.
—¿Qué? Es decir que yo…
—¡Señor Yvanov!—me llama uno de los del personal mientras permanecemos con Elena tras la estantería.
—Ahora voy, un minuto—le advierto para que no nos interrumpan.
Ella sostiene el cheque con ambas manos y observa atentamente el número. Luego se vuelve a mí, como si tuviese una aureola y dos alas.
—Esto… Esto es mucho más…que todo el presupuesto anual y que los ingresos de toda mi familia al año…
—¿Qué? ¿El presupuesto anual de este espacio que aloja mentes pensantes, estudiantes y el futuro profesional, cultural y que motorizará el día de mañana, como lo ha puede estar haciendo desde hoy,a una ciudad entera ¿es aún menor del número que acabo de dibujar ahí?
Asiente, avergonzada.
—Muchísimo menor, de hecho.
—Caramba. Con mayor razón aún.
—Señor, lo gestionaré y verá los resultados. Verá buenos resultados. Cada uno de estos chicos le va a agradecer. Aún así, en materia de políticas públicas, a nivel nacional somos de los pocos países que contempla la presencia de las bibliotecas populares para que todos los chicos de distintas clases sociales puedan tener el derecho de un espacio donde estudiar o nutrir el ansia de lectura.
—¿Yoan?
El gobernador en persona se aparece y Elena guarda el cheque rápidamente.
—Sé que tienes una agenda apretada con la que has de cumplir, pero también tengo mis compromisos y no quisiera retrasarte—me dice en un gesto de falsa cortesía.