Papá Soltero

CAPÍTULO 4: YOAN

A continuación, mi siguiente misión es ir hasta la persona en recepción.

—Good morni…—empieza la chica que me recibe, sin embargo, me apresuro en cortarla, hablándole directamente en español.

—¿Dónde está Allain?

—¿Di…disculpe?—parpadea, mirándome a los ojos.

—El chico de esta mañana.

—Alan.

—Él. ¿Dónde está?

—Su turno acabó por la mañana temprano, tiene horario nocturno esta semana.

—Caray, no puede ser.

—¿Necesita algo en lo que yo pueda serle de utilidad?

Me vuelvo a ella y le explico:

—Vino una mujer a las seis con quince minutos a verme, pero no le tomé los datos. ¿Existe manera de acceder a las cámaras e investigar quién es?

Mi móvil vibra.

Una llamada.

Es mi secretaria privada.

Ahora no, pero ya sé por qué motivo me estás llamando, linda.

Sigo con la recepcionista

—De hecho, todas las personas deben registrarse y más aún si no son huéspedes del hotel, pero quieren contactar con alguien del interior sin autorización previa—me explica mientras revisa algo en la pantalla del computador—. Oh, creo que aquí está. 

—Sara. Su nombre era Sara.

—Ella misma. La tenemos.

—¿Algún dato?

—Sí, de hecho, tenemos un número telefónico de contacto que ha dejado como exigencia del hotel. ¿Lo necesita?

—Por favor, si—le digo, mirando mi móvil y revisando que sigo con llamadas de parte de mi secretaria.

Decido atenderle, porque comprendo que debo de haberle cambiado todos los esquemas con mi último pedido.

—¿Yoan?

—Ahora no puedo, en verdad, necesito cambies ese vuelo.

—Tranquilo, es una opción, pero puedo conectar algunos vuelos privados si quieres. Hay algunas dificultades horarias.

—¿Por ejemplo?

—Siete horas en Ezeiza.

—Más catorce en vuelo y otras cinco que pierdo al llegar, es muchísimo. Tengo mucho por hacer, Leslie.

—Por eso ofrezco los vuelos privados o salida pasado mañana.

¿Dos días más acá?

O casi dos días.

Me parece muchísimo y, además, el tiempo suficiente para hacer que el gobernador me quiera enterrar vivo luego de haberle cantado las cuarenta en el auto. Qué va, eso de usar las ilusiones y el futuro de miles de chicos para tomarse fotos y fingir risitas. Siento arcadas de solo pensarlo, espero que no sean todos de esa misma manera.

La chica de recepción me muestra un papel donde figura algo que, supongo, es un número telefónico.

Sí, detecto que lo es.

Dice Sara en la parte superior.

Le sonrío en esfuerzo de agradecerle y sigo camino hasta mi cuarto para hablar por el móvil. Por ahora, sigo con Leslie:

—Hazlo.

—¿Disculpe?

—Hazlo, Leslie. Regresaré pasado mañana.

Primero, que no me vendrá mal asentarme un poco, me gustaría conocer algo más de una ciudad tan bella como esta donde además he visto que es muy popular en sus circuitos de turismo. Y, segundo, que me dará la ventaja de solucionar el asunto que se ha desatado con el reencuentro de mi vieja oficinista, Sara.

¿Cómo llegó ella a este lugar? Literalmente, al fin del mundo. ¿Qué tiene ella que ver con Sofía? ¿De verdad…murió? ¿Cómo es posible? ¿Aún conservo los legajos de ambas para investigarlas? Bueno, hay dos ventajas, la primera que la gente de acá creerá que ya me he ido, mientras que la segunda es que la gente de allá pensará que aún no he llegado. Es un limbo necesario para resolver estos asuntos.

—Okay, señor. Por cierto…—Esta vez se acerca Leslie el auricular a la boca para decirme en voz baja—, te extraño, Yoan. Tengo muchas ganas de sentirte, las noches a solas son demasiado frías en esta altura del año. ¿Cuándo me llevarás contigo?

Suspiro.

No lo contengo, solo suspiro.

—Ya…habrá algún momento…

—Bueno, parece ser que te tengo un poco agotado—me contesta a la defensiva.

—Han sido días demasiado largos, Leslie.

Ella recompone su tono de voz para añadir, seguro que para no levantar sospechas entre el resto de las personas de las oficinas alrededor:

—Okay, señor Yvanov. Sus vuelos serán reprogramados para pasado mañana.

—Esos están bien, espero los tickets a mi mail—le contesto y le cuelgo con prisa sin siquiera despedirme. Realmente no me apetece recibir ningún tipo de reclamo.

Acto seguido me vuelvo al contacto de Sara. Me tiemblan un poco las manos mientras le marco y pienso en la vocecilla del bebé que bramó al verme con sus leves gorjeos que permitían detectar claramente lo que me quiso decir.

—¿Hola?—me contesta al tercer timbrazo.

—Sara—le digo tras tragar saliva para intentar que no me tiemble la voz—. Soy yo, Yvanov.

Silencio.

Un segundo, dos, cuatro.

—Sara, por favor—le digo—. No vayas a colgar. Te aviso que estoy dispuesto a hablar al respecto. Decidí quedarme hasta mañana en Ushuaia para resolver tu planteo.

Carraspea hasta que el niño es quien llora detrás y me parte el alma en cien saber que puede estar sufriendo.

—Está bien—conviene ella finalmente—. Dígame como vienen sus tiempos, señor Yvanov y nos reuniremos.

—¿Te parece bien almorzar?

—No sé a qué hora almuerzas.

—Dime tú, eres de acá. —O eso creo.

—¿Mediodía?—propone.

—Me parece bien. Les invito a ambos a comer acá en el hotel.

—Okay, yo pagaré lo que comamos.

—No es una opción, ya está cubierto. Les espero. Trae todo…todo lo que puedas.

—¿Pruebas?

—Si quieres llamarle así. Y fotos, quiero saber más del niño.

—Franchesco.

—¿Franchesco?

—El “niño” tiene nombre y se llama Franchesco.

—Oh. Claro… Sí. Franchesco.

Su nombre queda resonando en mi cabeza y de pronto todo comienza a tomar otra forma en mi interior.

Entonces…Franchesco.

—Te espero—le digo a Sara y ella me responde antes de ser quien cuelgue




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