Papá Soltero

CAPÍTULO 6: SARA


 

—Sírvete lo que gustes, Sara. Todos los gastos ya están cubiertos—me dice él, una vez que nos sentamos en el restaurante.

Franchesco está dormido en su cochecito para bebés que acá le llaman “carrito” o “changuito”, lugar que tiene música clásica que parece estarle ayudando a velar por su sueño.

El chofer del taxi tuvo que ayudarme a bajarlo, armarlo y subir las escaleras de ingreso al hotel para poder dejar descansando al niño. Una vez que Yoan salió a recibirnos, se mostró muy atento con el niño, lo cual fue incómodo para ambos, porque él no sabía exactamente cómo debía tratar conmigo, con el pequeño, con el carrito ni consigo mismo respecto de una criatura que se supone que es su hijo.

Una vez que pedimos, elijo una ensalada mientras que él opta por salmón.

—¿En serio no quieres algo más sustancioso?—me pregunta.

—Ensalada de camarones es suficiente para mí, señor Yvanov.

—Claro, tú eliges. ¿Él come algo?—pregunta, mirando al niño.

—Creo que será mejor que duerma mientras podemos conversar. Porque él también tiende a ser conversador.

—¿Ah, sí? ¿Dice muchas palabras, habla de corrido?

—No, por todos los cielos, tiene dos años apenas.

—Dos añitos…

—Sí. ¿Cuánto hace que estamos acá? ¿Dos años y medio?

—Más o menos ese tiempo desde que dejaron ambas de trabajar en mi empresa…

—Vi que te ha estado yendo muy bien. Felicidades.

Acto seguido nos sirven una entrada de rolls con una salsa cremosa color rosa. Lo pruebo, está rico, podría ser francamente mi almuerzo completo esto.

—Gracias—conviene—. No ha sido sencillo, pero es mi pasión este mundo y espero se sostenga de ese modo. Hay proyecciones buenas.

—Me alegro que al menos tú tengas proyección.

Algo parece incomodarle en mi comentario. Acto seguido saca el móvil y me enseña una fotografía, son muchos chicos estudiando entre mesones y estanterías. Reconozco ese lugar, es la biblioteca principal de la ciudad, durante algún tiempo Sara fue socia y los libros que retiraba luego tuvo que reemplazarlos por audiolibros ya que en cierto punto, tras el parto específicamente, quedó muy débil, la enfermedad hizo metástasis y ya no podía siquiera sostener la concentración.

—¿La biblioteca?—le pregunto.

—Una de las que hay, sí.

—¿Estuviste ahí dando tus charlas hoy?

—No. Fui a hacer un donativo.

—Vaya. Felicidades, ¿no se supone que una mano no sabe lo que la otra hace?

—Sí, es cierto. Por eso lo hice de manera anónima, no trascendió. Solo te lo estoy comentando porque al ver a todos esos chicos ahí, pensé en Franchesco.

Vaya, eso sí que no me lo esperaba.

—Sea o no sea mi hijo, quisiera que todos los chicos tengan proyección a futuro y esas personas que ves ahí, están tratando de trazar la propia.

—Wao. Sí. Es genial. Que aprovechen ahora que son jóvenes porque luego no existe el tiempo para tener un libro en manos.

—¿En serio lo piensas así?

Suspiro.

Me gusta mucho leer, pero las arduas horas de trabajo han coartado vilmente mi capacidad creativa y las aficiones que antes tenía.

—Tienes treinta, vamos, no puedes pensarte como una persona que no es joven—me anima. O eso creo.

—Veintiocho—le corrijo.

—Yo…lo siento.

—Sofia tendría treinta.

—Ya. Comprendo. ¿Cómo lo has llevado a todo esto con el bebé el último tiempo?—. Se salta a Sofi en cuanto la menciono. No quiere hablar de ella, espero que la culpa sea lo que le esté carcomiendo porque lo que le hizo fue brutal. Ella lo amaba y él le dio la espalda. No solo eso, le dio una patada en el trasero, en realidad.

—Mira, no te voy a mentir—le suelto— Trabajo como fotógrafa en paseos por catamarán y los fines de semana soy camarera en un hotel del centro.

—Vaya, ¿y el niño con quién se queda?

—El habernos venido ambas ha sido todo un desafío porque mis padres están en Madrid y la familia de Sofia no fue muy atenta con ella cuando llegamos. De hecho, era un amigo de un amigo de no sé qué así que solo nos facilitaron algunos contactos y ya no volvimos a saber de ellos desde nuestra llegada.

—Caray, ¿están solos tú y el bebé en este lugar al fin del mundo?

—Una niñera se ocupa, a veces el hermano de la niñera cuando no tengo tiempo.

—¿Con tu sueldo pagas a dos personas que le cuiden?

—Se me va la mitad de ambos sueldos solo en eso.

—Cielos, Sara. ¿Has estado pasando por todo eso este tiempo y no habías pedido auxilio?

—¿Te hubieras venido acaso si te lo contaba? Aún, supongo, querrás hacerte las pruebas de ADN para saber si es tu hijo.

—¿Legalmente él ha quedado bajo tus cuidados?

—Sí y no. Debo inscribirlo, pero no lo he hecho aún.

—¿No?

Silencio de mi parte.

No es mi hijo… Me he mantenido un poco reticente este tiempo, quizá de manera inconsciente a hacer el papelerío.

Pero no puedo esperar más.

No podemos esperar más.

Franchesco necesita una mamá o un papá o alguien que se atreva a cuidar de él y a responder por él.

Traen la comida y eso nos ayuda a bajarle un poco la tensión al momento.

Mi ensalada no se ve mal, pero el salmón de él se ve exquisito.

—¿Qué hay de los abuelos? Los padres de Sofía—pregunta él, en cuanto se marcha la camarera que nos sirve.

—No tiene. Sofía tiene solo madre quien está casada con una nueva pareja tras haber enviudado hace años.

—Cierto. Recuerdo eso… La madre drogadicta.

—Tenía problemas de adicciones, sí.

—Sofía me pidió que el bebé no quede a manos de su madre.

—Cielos, Sara. Entonces el niño está… Solo en el mundo.

—Me tiene a mí.

—¿Solos los dos?

—Solos en el fin del mundo, en todo caso.

A él parece dejarle impactado mi declaración, pero lo cierto es que a mi no porque todo este tiempo he tenido de sobra para poder procesarlo.




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