Él lo decía siempre.
Que me contrató porque era experta en asuntos vinculados a solucionarle la vida. Eso me decía y a mí me gustaba, me hacía sentir poderosa, útil, valorada. Nunca estuve mal anímicamente trabajando para él, me sentía valorada y aunque no tenía estudios en lo que él pedía, podía aprender rápido, además que podía ser creativa.
Si él tiene un talento que no se puede negar es que permite a su gente que sea creativa en su manera de trabajar.
Me citó una vez una frase (¿de Sócrates?) que concebía inútil a la persona que podía ser mejor empleada, que podría tener un potencial muy grande con cierta labor y es importante que tenga el contexto para poder desarrollar ese talento, ese poder.
Además, me ha resultado extraño, pero al contarle a mi jefe de su presencia, me dijo que le gustó mucho la charla que dio hoy. ¿Le fue a ver? Es posible, porque está vinculado mi jefe actual a cuestiones de emprendedores y empresarios locales, con algunos nexos en la parte gubernamental. Tiene el negocio bien hecho.
Yo saco fotos para él y tengo una tarea de recibir gente, ofrecerle el espacio, mostrarle su imagen de la mejor manera posible por si quieren tenerla en un recuerdo en casa o algo de calidad con fotografía profesional en un recorriendo por el canal de Beagle.
Una vez que terminamos de recibir a la gente, miro la hora.
Me vuelvo a la encargada.
—Aún no podemos salir.
Quince minutos ya pasaron.
Espero que no esté en su hotel, porque aún en coche hay media hora desde allá arriba hasta la bahía.
Ella se vuelve a mí y me pregunta por qué.
Le explico de mi ex jefe y que hablé con mi jefe actual. Debo hacerle un breve resumen de la carrera de Yoan Yvanov, lo googleo, le muestro que es una persona importante en el rubro y que nuestro jefazo sabe muy bien de su trayectoria.
¿Acaso estoy hablando bien de ese tipo?
No, no me gustar estar haciendo esto, mucho menos tener que rogar en su nombre por un recorrido nocturno en catamarán como si fuese un viaje en crucero, que seguramente él ya ha de estar acostumbrado. Es un hombre egocéntrico acostumbrado al lujo. Antes lo era y he corroborado que aún lo es más.
La encargada mira la hora.
Cinco minutos tarde estamos.
Seis ahora.
—No podemos, estoy segura de que valorará mucho más la buena puntuación y sostener la excelente reputación que ya tenemos—me dice ella.
—Caray, me va a perjudicar esto.
—¿Es tan importante como dices?
—Mucho, sí.
Me lastima, me hiere.
No quiero estar hablando bien de Yoan, ¿por qué me metí en esto? El que traiciona una vez, traiciona dos veces.
Siete minutos.
Diecisiete minutos y dijo que estaría en menos.
—Bueno, vamos—suspiro.
—Sí, porque dudo que estén dispuestos a esperar más aún. Además, hay que servir la cena, no puede estar fría.
—Comprendo—le digo—. Luego le explico al jefe.
—Bien—dice ella.
Y se acerca a la puerta para cerrar la valla principal.
No obstante, una mano se mete y un tipo trajeado llega corriendo.
Estupefacta, le veo entrando con el viento frío sacudiendo su cabello dorado, sus ondas de cabello largo.
¿Por qué siento que mi corazón se acaba de acelerar al verle?
—Por favor, aún no—dice él—. Llegué, estoy acá.
No evito sonreír al verle.
Me tengo que recordar a mí misma que debo seguirle mostrando a este tipo que es persona non grata en mi vida.
No pienso perdonarlo todo lo que ha hecho.
Sus adulaciones, las veces que me endulzaba el oído, todo lo positivo que tenía se vino abajo luego de ver lo que le hizo a Sofía.
No, no es bueno.
Aunque tenga una altura de metro noventa, ojos azules, hoyuelos como Franchesco y una voz gruesa, varonil y una espalda bendecida por los dioses, no pienso fiarme de él de nuevo. Así que le doy un voto de confianza solo porque está intentando acercarse a su hijo, siendo que tenía la opción de rechazarle, cosa que las madres no siempre tienen como sí tienen los padres. ¿Hoy las madres tienen la opción de rechazar a sus hijos?
—Eh. Hola—me dice él, con una sonrisa que evidencia relucientes dientes blancos. No le sonrías, no le sonrías, no lo hagas, ni se te ocurra, Sara—. Llegué a tiempo, veo.
La encargada le mira de pies a cabeza.
Mujer de poca fe que te pones de rodillas ante un hombre solo porque es bonito y con acento extranjero.
—Adelante, señor Yvanov.
—¿Nos conocemos?—le pregunta él a mi encargada.
—Usted a mí no, pero yo a usted sí. Es famoso—le dice ella.
Vaya, vaya. Sirvió mostrarle su perfil en Google.
—Ni tanto, pero gracias—conviene él y luego viene a mí.
Con su gran sonrisa, su gran altura, su gran espalda y su gran cuenta bancaria abultada.
—Gracias, Sara. En serio. Te debo una. Sigues siendo tan excelente como siempre.
Una vez que termino de escucharle esto, me sonrojo.
Y le sonrío.
¡NO, TODO MENOS ESO!
¡NO DEBÍA SONREÍRLE!
—Bueno, ¿vamos? Estamos diez minutos con demora. Adelante, vamos, adelante—nos presiona ella y luego nuestro recién llegado avanza.
Con mi compañera nos encargamos de cerrar el frente para pasar a la movilidad marítima.
Ella me dice al oído:
—No me contaste que es un bombón. Mira nomás, aún mejor que en las fotos.
—Sí, pero no te dejes engañar—le aseguro.
—¿Es casado? ¿Con hijos?
—No me extrañaría que sea casado, pero creo que no. Hijos sí… Tiene un hijo.
Uno hermoso.
No cabe duda que hay gente Yvanov en Franchesco.
Ambos son bellísimos.