No es un crucero, no tiene los lujos de servicio a bordo ni la estabilidad de una movilidad marítima de mayor tamaño y servicio premium, ni siquiera tiene servicio a las mesas que deben COMPARTIRSE (por todos los santos, jamás había compartido una mesa con extraños) durante el paseo en catamarán.
Aún así intento centrarme en la bahía luminosa que se observa mientras nos alejamos y pasamos una parte de vientos fríos. Dicen que hoy estuvo magnífico el día, pero que mañana puede que caiga agua nieve.
Oh, cielo santo.
Se mueve el catamarán mientras por los parlantes (que se escuchan saturados) intentan contarnos acerca del recorrido. No se escucha nada, todos están atentos a los alrededores, pero no prestan atención a lo que dicen.
La fotógrafa junto a un compañero se encargan del servicio a los pasajeros que no me esperaba. Yo me siento mareado. Esto tiene muy poca estabilidad, creo que voy a terminar descompuesto.
Sara se acerca a mí con la cámara, pone el lente afirmado en la mesa y me toma una foto de primer plano, supongo que con el fondo vidriado de la bahía detrás alejándose.
Intento sonreírle.
Luego toma otras al resto de la mesa y, por último, saca su móvil para hacernos una foto en modo selfie, pero no puedo más.
—Creo que se me han pasado las ganas de cenar—le digo.
—Vaya, el señor Yvaov tiene una debilidad—dice ella, mofándose. ¿Qué le parece tan divertido? Creo que no estoy hecho para esto.
—Ven, vamos a que te dé un poco de aire así no tienes que ensuciar a nuestros queridos turistas que han venido desde Brasil.
—S…sí—murmuro, torpemente.
Ella me cede su brazo y subimos hasta la parte de arriba donde el viento frío impacta de lleno. Creo que será peor idea aún. No puedo, no puedo, no puedo.
—Caramba, ¡está muy frío!—le digo a ella
—¡Aguarda que te traigo una manta!—grita por encima de las corrientes de aire que pasan con fuerza a través nuestro.
Ella se marcha mientras me siento a los bordes, por debajo de la barandilla. Ella baja, hasta que el catamarán toma estabilidad y por fin se asienta. En esta parte los vientos ceden bastante y la velocidad también disminuye, al parecer intentaron pasar rápido por la parte en que la marea estaba medio embravecida.
Sara viene con la manta en una mano y la cámara fotográfica en la otra mientras se ríe a carcajadas. ¿En serio le parece divertido?
Se sienta a mi lado.
—Eres cruel—le digo, notando que me vuelven los colores y el espíritu al cuerpo.
—Acabo de descubrir una debilidad del poderosísimo señor Yvanov.
—No soy “poderoso”.
—Nada más te codeas con el gobernador.
—Los gobernadores no son poderosos.
—Yo digo que son títeres.
—Puede ser, basta ver dónde vienen los hilos del títere para deducir quién es el ventrílocuo quien siempre es muy cuidadoso de que no se vea al público, pero tarde o temprano tiene que asomar el rostro.
—Linda deducción.
—Disculpa, no pensé que te la pasarías mal. En verdad pensé que te gustaría.
—Gracias por el tuteo—la atrapo.
—Oh…cielos. Perdone, señ…
—No, no. Trátame por mi nombre, está bien. Soy tu invitado hoy, tú la anfitriona.
—Entonces, Yoan.
—Entonces, Sara.
—Suena bien—dice ella sonriéndome tras escuchar su propio nombre de mi parte. Sonríe, divertida, pero también están esas arruguitas en las comisuras de sus ojos que dicen mucho más de lo que quisiera.
Se da cuenta de la situación, se aparta, se obliga a dejar de lado esa sonrisa y se pone en la orilla para tomarle unas fotografías a algunos turistas que han aprovechado que ha bajado el sacudón del catamarán para tomarse fotografías. Ella se encarga, me pongo de pie también viéndola trabajar y en cuanto termina, me afirmo de pie en la barandilla lateral.
—No puedo creer que estuviste tanto tiempo en mi empresa con un talento tan grande que no supe ver.
—Yo tampoco lo había visto—me dice desde el otro lado del lente de la cámara para tomarme una fotografía en primer plano.
—¿Cobras por foto? Siento que me pones en un compromiso ahora.
—Descuida, puedes elegir si te llevas una o varias. Digital o impresas.
—Las prefiero en digital. ¿Me haces algunos videos luego con todas estas imágenes?
—Es exacto lo que voy a hacer.
Sigue con los flashes.
Me hace reír.
Esto me pone un poco incómodo.
—Entonces, no sabías de tu talento.
—Lo descubrí un poco tarde, cuando llegué acá y tomé el primer curso que me ofrecieron con algo de salida laboral.
—Baja un poco el lente.
Está muy cerca de mí.
Y yo me acerco más a ella, afirmado con una mano.
Estoy mucho mejor.
—Lo siento, Sara—le digo desde lo más profundo de mi corazón—. Siento mucho haber hecho lo que hice. Yo… Todo lo que tuvieron que pasar, sé que te esfuerzas muchísimo…
—En serio, no ahora—dice ella—. No arruines el momento—suelta una risita.
Y se muerde el labio inferior.
Caramba, es hermosa.
Siempre me pareció bellísima.
Pero en aquel entonces estaba ocupado con Sofía.
Sofía…
Sara.
Su labio.
Su boca.
Quiero besarla.
—Sara, yo…—empiezo.
—¿Miss? ¿Can you take us a photo?
Una mujer turista se acerca a ella por detrás.
—Of course—contesta ella y se aleja de mí.
Doy un profundo suspiro y luego me voy hasta la parte principal del catamarán, en su interior. No quiero distraerla, no le traeré más problemas en lo laboral.
Una vez en el ingreso, le digo a la administradora.
—Hey, Mr…
—Hablo español—le digo.
—Claro. ¿En qué puedo ayudarle?
—¿Cuánto es el precio de todas las fotografías que tome la fotógrafa Sara?
—¿Disculpe? Aún no tengo las que le haya tomado…