Cuando estamos de regreso ya es más de medianoche. Me acerco a la fotógrafa estrella para despedirla y proponerle esperarla para regresarla a su casa, sin embargo, justo tiene para hacer y se olvida de mí.
Sí, se olvida y no le creo en absoluto nada porque hasta hace un momento se estaba riendo conmigo y quizá fue eso mismo lo que la asustó hasta el punto de apartarla. Sea lo que sea, soy bastante consciente cuando alguien tiene el afán de querer ignorarme, precisamente porque no es algo que me suceda seguido sino todo lo contrario.
Espero por ella afuera.
Hace frío y he devuelto la manta en recepción, así que la espero en mi coche. ¿Cómo pudo haber refrescado tanto en las pocas horas que han pasado? ¿Y por qué no sale? Aguardo mientras todos los pasajeros del viaje van desapareciendo, luego lo hace el personal, hasta que ella es de las últimas en salir junto a una mujer que cierra. La mujer le pone cierta cara como si hubiese algún código entre ellas cuando me ven aguardando en la puerta. Bajo la ventanilla del lado de acompañante y llamo a Sara en cuanto la veo pasar.
—¡Sara, aquí estoy!
Ella me mira con cierta expresión dudosa, como si no le viniera en gracia verme acá, ahora. Insisto:
—¡Sara!
Ella finalmente se acerca.
—¿Te llevo a casa?
Lo duda.
¿Qué sucede?
—Necesito unos datos que me debes dar—me dice ella.
No comprendo, ¿qué sucede?
Quito el seguro y dejo que la puerta se abra.
—Sube que hace frio—le insisto, ya está casi tiritando ahí afuera. No me gusta su gesto de poca animosidad cuando sube a mi coche. Cierro su ventanilla y coloco el seguro mientras me echo a andar calle arriba.
—Datos bancarios—me dice ella.
—¿Qué? ¿Necesitan que haga el pago por el paseo? Caramba, Sara, me lo hubieras dicho, no era necesario que tengas que conseguirlo, puedo pagar por ello.
—No—me corta en seco—. Me refiero a que me tienes que dar tus datos bancarios para enviarte el dinero de las fotos.
Oh. Entonces fue eso.
No le gustó.
Claro que no.
Ella y su absurdo orgullo.
—Claro que no voy a hacer eso—le aclaro.
—No es una pregunta, tienes que hacerlo, no puedes tener acceso a fotografías ajenas, no es ético para mí ni para ti. Mis compañeros lo hicieron sin saber precisamente que eso está muy mal.
—Tranquila, no me interesa el acceso a imágenes de otros. Solo renovar mi foto en redes sociales, quizá.
—Puedo ofrecerte una sesión de fotos, de hecho, cinco por lo que has pagado.
—No te estoy pidiendo algo así, por todos los cielos, Sara.
—No tienes derecho a hacer eso.
—¿Tienes hambre?—le cambio drásticamente el tema de conversación.
Consigo distraerla y que plantee otro asunto.
Sí, por ahí es.
—¿Perdona?
—Que si quieres cenar algo. Yo siempre ceno antes de ir a dormir, más ahora que mi estómago se acomodó.
—No creo que encuentres donde comer un día de semana aquí a esta hora.
—El restaurante del hotel ha de tener algo para picar, estoy seguro.
—Un momento—ella mira alrededor—. Todo este tiempo estuviste conduciendo hasta tu hotel, no me llevabas a casa
—Perdona, esa parte sí que fue sin querer.
O no lo fue…
—Creo que no me vas a liberar hasta que cene algo, Yoan. ¿Es así?
—¿Hasta qué hora tienes niñera disponible?
—Toda la noche si quiere.
Cielo santo, ¿por qué siento que esa declaración me excitó un poco? Intento contenerlo cuando convengo:
—Mejor aún
—No es el plan. Fran necesita que vaya.
—Comemos algo y ya.
—Yo pago esta vez. Tú corriste con el almuerzo.
—Lo mínimo que puedo hacer y saber el por qué.
Dicho esto guarda silencio por unas cuadras. Mi móvil vinculado al estéreo hace sonar música celta que suelo escuchar para relajarme, pero cambio la playlist a algo que al menos tenga una letra para que no piense que soy un naif o el término que se supone que usen acá para llamarle a una persona de ciertas características.
Es un momento importante y el silencio se me hace incómodo así que al pasar el tiempo, pienso en algo útil para romper el hielo.
Pero entra un llamado.
Lo corto de inmediato.
El estéreo me marca el nombre de mi secretaria.
Y otro.
Y otro.
¿Por qué tanta insistencia?
Me preocupa que pueda ser algo importante, pero también me preocupa que pueda tratarse de algo de trabajo, existiendo la posibilidad también de que pueda ser otro arranque de celos como los desplantes que me hizo con anterioridad.
—Oye—me dice Sara—, atiende si debes hacerlo, a mí no me molesta.
—Luego le devuelvo el llamado.
—Hazlo, es tu secretaria, lo siento, no quise ver. Pero está ahí delante. Comprendo que tienes trabajo siempre.
—Descuida…
—¿Qué hora es en España?
—Las seis, casi.
—¿De la mañana?
—Mi gente empieza temprano.
—Comprendo—dice ella, por fin. No es ninguna tonta.
—¿Lo estás pensando al menos?—vuelvo a mi experiencia en cambiar de tema cuando el ambiente amenaza con ponerse incómodo.
—¿El qué?
—Que se vayan conmigo a Madrid.
—Aún tienes que asegurarte de tu paternidad como para empezar. Además, no creo que puedas quedarte el tiempo que es necesario en burocracias para tramitar los papeles.
—Tu tienes el poder sobre el niño.
—Sï…
—Que me puedes ceder a mí llegado el caso.
—Eso toma su tiempo.
—No con contactos…
—Es cierto eso—cae en la cuenta de que puedo conseguir cierta agilidad en el sistema siempre que el sistema lo requiera—. Tu lo puedes todo con contactos, poder y dinero.
—Tu también lo puedes todo, si así lo quieres.
Suelta una risita, divertida.
—Solo le faltan un par de cifras a mi cuenta bancaria.