Papá Soltero

CAPÍTULO 12: YOAN

Respiro pesadamente, sin encontrar el ritmo adecuado para calmarla, aún recordando y trayendo al presente todas las meditaciones que he aprendido hasta el momento y con la intención de hacer realidad cualquier oportunidad de que mis deseos encuentren una manera de concretarse en en el plano material.

Mis meditaciones matutinas constan de visualizar el día que quiero para mí y luego disponer esa realidad hacia el éter. ¿Yo quise esto? ¿Yo lo pedí? ¿Cómo pudo cambiar tanto la realidad en tan poco tiempo? Una parte de mí estuvo pidiendo un sentido a la vida que me inspire, que me saque de la monotonía y me haga encontrar un horizonte creativo.

El ambiente se ha vuelto demasiado viciado entre los dos, me raspa la garganta y no sé si estoy preparado para afrontar lo que sea que esté sucediendo.

Quería algo que me inspire, quería un devenir creativo, quería algo en mi vida de lo cual responsabilizarme y me llegó un hijo.

Es extremo a veces el plano de lo no físico que se materializa en el plano físico, eso al menos desde la enseñanza de mi maestra quien me ha enseñado al respecto y en la búsqueda del autocontrol.

Vuelve a entrar una llamada.

Caray, entonces parece ser algo grave. No quisiera complicar aún más las cosas.

—Cielos, no me creo que te lo dije. Que finalmente lo dije—dice ella, quitándose las lágrimas del rostro—. Me siento una completa boba. Lo siento, debería irme a casa.

—No, por favor. Baja a cenar—. Le paso mi tarjeta de la habitación—. Debo atender a este llamado, porque podría ser importante.

—S…sí. Leslie. Importante.

—Ve al restaurante, por favor. Enseña mi tarjeta y advierte que estoy acá, te darán acceso. Pregunta qué partes del menú están disponibles a esta hora.

Lo duda.

Silencio.

Insisto:

—Sara, por favor.

Y ella sabe que soy alguien a quien le cuesta mucho pedir las cosas “por favor”.

Finalmente acepta tomar la tarjeta, abre la puerta del coche y baja. Una vez que veo por el espejo retrovisor, le marco a mi secretaria para devolverle la llamada y el móvil me muestra que está en espera.

Apenas pasa el primer timbrazo hasta que atiende.

—Yoan.

—Señor Yvanov—le corrijo, en seco.

—Oh. Claro. Disculpe, no sabía que iba acompañado…

Es un código interno, me suele llamar por mi nombre en la cama, pero nunca me gustó que lo haga por fuera de esta. Últimamente suele corregirse cuando hay gente cerca, sobre todo alguien de trabajo.

Debería hacer que vuelva a su lugar.

—¿Qué sucede que me llamas a esta hora, Leslie?—le pregunto, dejando que se note el tono de irritación en mi voz.

—Yo… Lo siento, no quería interferir en sus cosas. Es que me preguntaba lo mismo, quería saber cómo estaba usted, tuve una pesadilla…

Qué rayos.

—¿Me llamas porque tuviste una pesadilla?—mi voz destila acidez.

—Nada más quería saber si se encontraba bien, señor. Desperté de madrugada, le vi en línea, luego desapareció. Imaginé que allá sería medianoche, usted tiende a irse a la cama más temprano, sumado a esto de que decidió quedarse allá extrañamente, estando tan lejos, no pude evitar preocuparme.

Suspiro, tratando de pensar claramente.

No me gusta que sepa tanto de mi agenda.

No me gusta que se “preocupe”.

Esto ya me hace perder la paciencia.

—¿Es de tu competencia laboral, Sara? Si no es urgente, no he requerido de tu ayuda y tengo una vida privada que llevar, ¿puedes estar controlando a qué hora me voy a la cama y llamarme diez veces porque “tuviste una pesadilla”?

—Es que… Yo…

—No puedes meterte en mi vida hasta ese punto.

—Prometió que me llevaría de viaje…

—No a este. No fue una promesa, fue un comentario al pasar, caramba. Hablamos cuando regrese a Madrid, ¿okay?

Nunca debí haberme acostado con ella.

Ni con Sofia.

O con Sofía sí.

Franchesco surgió de alguno de esos revolcones y es un niño maravilloso, pero con Leslie no quisiera que suceda lo mismo. No puede suceder lo mismo.

Debo echar a Leslie.

Pero antes, asegurarme de que está a salvo, debo conocer bien su situación porque me aterra la idea de que pueda suceder lo mismo que con Sofia.

—¿Hablar…de qué?

—Leslie, por favor.

—¡Por favor tu, Yoan, dime de qué quieres hablar! Me tendrás preocupada hasta que eso suceda, al menos para estar tranquila.

—Estarás bien, lo prometo. Todos estaremos bien.

—¿Vas a terminar conmigo?

Detesto que vuelva a tutearme y más en esta situación.

Nunca debí haber permitido que me tutee.

Nunca debí permitir que me pierda respeto.

—¿De qué hablas, Leslie?

—Vas a terminar conmigo, con nosotros. ¿Verdad?

—¿Terminar qué? Leslie, por favor, regresa a dormir y…

—No. En dos horas debo estar en la oficina. Menos, hora y media.

—Tómate el día, parece que no descansaste nada.

—¡Porque estuve preocupada por ti, Yoan! ¡Por eso no descansé!

—Y te agradezco, por eso te sugiero que te tomes el día. Mañana nos vemos cuando regrese del vuelo, ¿okay?

—No, no pienso quedarme en casa. Hoy es un día de mucho trabajo y me necesitas, más aún si estás allá. Yo… Yo no le pienso fallar, señor Yvanov.

—Leslie, es una orden: quédate hoy en casa.

Digo esas palabras y le cuelgo.

Para más, apago mi móvil y ansío que no suceda más nada.

Por añadidura, lo enciendo luego, al bajar del coche y ando hasta la recepción, para saludar a Alan y luego pasarme al restaurante donde estará mi compañía de esta noche.

Sin embargo, me alcanza su voz detrás:

—¡Aquí estoy!

Me vuelvo y veo a mi fotógrafa favorita.

Está con la máquina en manos, tomando fotos del lobby.

—Lo siento, pero los ángulos y la vista de acá es magnífica. Quería tomar algunas fotos, le pedí permiso al recepcionista.




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