Papá Soltero

CAPÍTULO 14: YOAN

Cinco días hábiles es el plazo en que consta tener el resultado de una prueba de ADN solicitada por vía judicial.

Cuatro días hábiles es el plazo que demora solicitar de vía privada una prueba de ADN enviada por correo y con resultados vía correo electrónico.

Tres días corridos es el plazo que demora una muestra privada de ADN tomada vía presencial y con resultados obtenidos también vía presencial.

Dos días si quieres el resultado a tu cuenta de mail.

Un día si pagas un extra para tenerlo en el mismo día.

Algunas pocas horas es lo que realmente dura una vez que vas con el niño para obtener la prueba de paternidad, te extraen una muestra de saliva sublingual y luego de un desayuno o un paseo con el niño, regresas para saber si es tuyo o no lo es.

Hoy por la tarde tengo un vuelo importantísimo que tramitar y, posiblemente, si me voy no tengo derecho de seguirme quedando acá. No es mi intención desentenderme de Franchesco, pero, ¿y si no le veo nunca más? La sola idea me aterra. ¿Me conformaré con un resultado de lo que alguien haya escrito sin más? ¿Y si hay algún error al respecto? ¿Tendré yo la culpa de algo si me voy y no le vuelvo a ver y lo rechazo en cuanto a mi hijo por un error? No deseo rechazarlo en absoluto, pero no tendré más que hacer si me quedo y menos aún si Sara decide no hacerse cargo del niño.

¿Franchesco entraría en adopción? ¿Quién sabe a qué manos podría caer en caso de que eso suceda? Es totalmente legítimo, Sara no puede quedar atada al niño, ella también necesita hacer su vida, está claro que ese es el motivo por el que aún no se ha decidido a concretar la guarda completa del pequeño, también rechazado por sus familiares de segundo grado (abuela y abuelastro).

Una vez que salimos de la clínica, nos quedamos ambos de pie mientras ella sostiene en brazos al niño.

—Dos horas—suelto en un suspiro mientras me lo pienso—. ¿Y si pedir prisa puede hacer que haya errores en el resultado?

—Dudo que quieran garantizar algo que no van a poder cumplir.

—No debimos haberles metido prisa.

—Esta gente hace cosas así todo el tiempo, descuida.

—¿Vamos por algo de beber hasta tener los resultados?

—Aguarda.

Sara me pasa al niño.

—Primero debo ir al baño. Necesito ahora.

—Okay…

Le recibo al niño y veo que se mete a la clínica nuevamente. Debe estar con sus dolores menstruales, pienso yo, o simplemente tiene ganas de orinar.

O prisa por dejarme al niño y desaparecer.

¿Y si desaparece?

Sostengo al pequeño, cayendo en la cuenta de que no sé mucho acerca de cómo se debe hacer para sostener a un niño.

De hecho, es pesado. Más de lo que pensaba que podría ser.

A él también le resulta extraño de la manera que lo sostengo, de hecho, debe de pensar que parece un muñeco ya que lo tengo acunando mis brazos a su alrededor.

Trago grueso mientras le miro a los ojos. Debe de estar estudiando mi torpe manera de sujetarlo o solo pensando en lo que puede suceder con las pruebas.

¿Entenderá lo que sucede?

—Me juzgas sin conocerme—le digo, mirándole con suspicacia.

Me adelanto un poco y me siento en los escalones, sosteniéndole con firmeza, pero al mismo tiempo con algo de temor.

Una vez que estamos sentados en los escalones, lo sujeto por sus bracitos para que se afirme en suelo firme.

Mantengo sus manitos aferradas a las mías tal cual le he visto hacer a Sara por la mañana cuando fuimos a despachar a la niñera para luego acercarla a su casa. Regresé y la vi con Franchesco sosteniéndole de esta misma manera; le pregunté por qué y me mencionó que es para estimular sus piernitas ya que no hay problemas neurológicos ni fisiológicos por los cuales no camina sino falta de estimulación y probablemente emocionales tras la pérdida de su mamá que él lo siente.

De todas maneras, pagaría al mejor equipo de profesionales del mundo para conocer las heridas emocionales y los problemas por los cuales aún no camina.

Él afirma sus piecitos sobre el concreto y me mira, riendo.

—Caramba, mira nada más lo fuerte que estás. Creo que alguien acá no camina solo por capricho, ¿será?—le pregunto.

Él me sostiene la sonrisa y suelta una carcajada de esas que parecen sacadas de televisión o de un muñeco para niños.

—¿Qué es lo que te da tanta risa?—le pregunto.

¿Imitación porque me ve a mí también reir?

Entonces noto algo más.

Sus piernitas se empiezan a sacudir hacia arriba y hacia abajo como si quisiera saltar en cualquier momento.

—Oye, oye, tranquilo, no quiero heridos sino la tía Sara nos va a matar a ambos—le digo.

Pero él sigue, más fuerte y ríe también más fuerte.

Entonces llega una mujer, calculo que es doctora porque trae placa y uniforme color claro que me puede indicar que lo sea.

—Pero que belleza más grande—adula ella al pasar.

Le observamos ambos desde el suelo.

¿Qué ha de pensar? Estoy de traje sentado en el suelo con un niño haciéndole saltar en la puerta de una clínica.

—Felicidades—me dice ella—. Es bellísimo. ¿Costó mucho?

—¿Co…costó?—pregunto, con mil interrogantes en la cabeza.

—La fertilización.

Ah, caray. Sí, es una clínica genetista y de fertilización asistida. Debe de pensar que fue gestado por encargo o algo así.

—Sí, la verdad que sí costó—le digo, con algo de temor de que se evidencie la mentira. O no es mentira, porque sí que viene costando lo suyo este pequeño.

Ella se agacha también y le acaricia el rostro.

—Es bellísimo. Como el papá.

—Oh…—me quedo de piedra al recibir ese ¿halago?

—Bbbbrbrrrrbbrrr.

El niño le suelta un montón de saliva a la mujer haciéndole ese gesto con la boca. ¿Qué rayos haces, pequeño?

—Cielo santo—dice ella, riendo.

—Bbbrrrrr.

—No, Fran. No hagas eso—le digo, apartándolo de ella antes de que la llene de saliva.




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