Giovenko, abogado. No le conocía cuando salí de Madrid, pero me llegó por sugerencia de otros de mis abogados respecto al trabajo en derechos de paternidad en territorio internacional
Conoce a la perfección los derechos de guardas en latinoamérica y me cedió parte de sus formularios de uso privado respecto a nombres y nexos que serán de utilidad en este lugar donde parece primar la tranquilidad en más de un sentido, pero al mismo tiempo, donde tienen mayor peso aún el saber quién es quién. Cuando el dinero no puede resolver algunos asuntos y el tiempo burocrático tampoco, lo hace “el contacto del contacto de”.
Fue él, quien, además de informarse respecto de derechos familiares y guardas parentales, un día me habló y me envió una foto.
“La conoces.”
“En efecto, es Elena, de la biblioteca.”
“Es hermana del ministro superior de la corte de justicia o el nombre que tenga el equivalente al cargo allá.”
“Oh, ya. ¿Y eso?”
“Es el superior de los jueces de familia, niñez y paternidad.”
“Y Elena es la hermana.”
“Exacto. ¿Ella te tiene en estima?”
“Bastante, más aún. Pero no sé si tiene vínculo con su hermano, caso contrario de seguro que ya la habría ayudado con la institución que dirige.”
“Es factible. Te envío su teléfono, el de la biblioteca sugiero le hables a las ocho, cuando abren.”
“Es muy tarde. Ocho treinta es el turno de laboratorio para el ADN con Franchesco, necesito me consigas el número personal de ella.”
“Sería un poco invasivo.”
“Sospecho que no es molestia para ti sino que estás acostumbrado.”
“Para no lo es, pero lo será para ella cuando te pregunte de dónde sacaste su contacto y le digas que tu abogado lo tomó de las bases de datos de vendedores que utilizan las compañías telefónicas.”
“¿Eso es legal?”
“No en el país donde estás, pero allá por suerte tampoco es ilegal del todo, así que aún está a disposición de poderse utilizar.”
“Comprendo. Pásamelo entonces.”
Esa conversación sucedió a las cinco de la madrugada de este lado del mundo, mientras que en Madrid eran las diez.
A las seis, le llamé a Elena.
Aún se estaba desperezando.
“¿Yoan Yvanov, es usted? ¡Por todos los cielos, qué inmenso honor de mi parte!”
Ni siquiera preguntó de dónde saqué su contacto, solo quedó fascinada con mi llamado, entiendo que lo pueda estar sobre todo cuando le he firmado un cheque para su biblioteca con un monto equivalente a más que el presupuesto anual.
Le pedí discreción y que nadie sepa que aún sigo en Ushuaia, me prometió su palabra. No sé por qué, pero siento que es una persona en la que puedo confiarle un secreto, su discreción sería muy buena para una ama de llaves en una casa muy grande, además que tiene una capacidad de gestión brillante si es capaz de llevar adelante una labor tan importante con insumos tan limitados.
“Yo no tengo mucho vínculo con mi hermano” me explicó “estoy tratando de estar apartada de él y de su potestad, pero si usted me lo pide, veo qué puedo hacer.”
Y lo hizo.
Definitivamente el cheque primero fue una inversión.
“Ministro” le dije en cuanto me atendió. “Yoan Yvanov es mi nombre.”
“Me dijo mi hermana que me llamaría y vi que el gobernador estuvo muy contento con recibirlo en nuestra provincia, señor Yvanov.”
No fue nada mal la conversación, pero se puso un poco pesado con que mi empresa provea de recursos a la suya que es algo básico de artículos de limpieza. Parece ser un emprendimiento vano, pero la titular es su esposa quien provee de recursos además a entidades públicas en llamados de licitación que siempre los gana por ser quienes mejores recursos poseen para la calidad necesaria.
No emitiré juicios de valor al respecto.
Le hablé de Franchesco.
De Sofia.
De Sara.
“El poder lo tiene Sara” advirtió.
“Sí. Y quiero que me lo ceda de manera inmediata, que el trámite sea lo más rápido posible.”
“Entonces tiene que firmarlo y cederlo inmediatamente.”
“¿Y si no lo hace?”
“Se consigue una orden judicial, pero demora varios días el resultado una vez que está la orden.”
“Si la hago de manera privada, no. Ya lo averigüé.”
“La prueba privada no tiene validez judicial, pero puede conseguirse, conozco el laboratorio que está a cargo de ello acá. Pedirán dinero, no son baratos, pero sospecho que los recursos económicos no son algo que a usted le moleste, señor Yvanov. ¿Verdad?”
“Es factible.”
“Hoy a la tarde debo regresarme a Madrid. Es un vuelo largo con parada en Buenos Aires. Debo volver cuanto antes a España y quiero que el niño vaya conmigo.”
“Si no eres el padre, podrás irte sin problemas.”
“No le voy a abandonar, no pienso desampararlo. Acá le espera miseria absoluta, Sara no tiene nada para ofrecerle al bebé. Me la llevaré a ella conmigo de ser necesario.”
“A menos que muera.”
“¿Qué?”
“Solo con la muerte de Sara, el niño quedaría en estado de desamparo y se puede asignar al contacto más próximo su guarda.”
“No mataré a Sara ni quiero que muera.”
“Qué bueno escuchar eso. Bueno, entonces haz que firme y que preste acuerdo expreso en que tú seas parte de su tutela, caso contrario, estarán en problemas. Pasa a las diez por el juzgado, tendrán listos los papeles. Si no lee, enbuenahora.”
“Lo hará. Pero tratemos de redactarlo de manera tal que sea difícil de comprender. ¿Sí?”
“Te conoces todos los trucos del juego.”
“Siempre hay una manera de hacer con las reglas de un juego a gusto propio para conseguir restablecer el orden de las piezas.”
Luego hablé con Giovenko nuevamente.
Sara me va a odiar, pero no me queda más opción que esa. Ella tiene que comprender que no puede condenar la vida del bebé.
Aquí está.