Narra Ester
El metro iba lleno. A pesar de la hora temprana, los vagones ya hervían con el murmullo de cientos de personas que, como yo, salían a perseguir sus sueños. Sujeté mi carpeta con fuerza contra el pecho y me mantuve de pie, tratando de no perder el equilibrio en cada sacudida del tren.
Repetía en mi mente cada detalle de lo que debía decir. Salud, mirada firme, tono de voz seguro, pero amable. Recordé los consejos de mi tío: “Mira a los ojos, habla con respeto y nunca olvides quién eres, aunque el mundo no lo sepa”.
Al salir de la estación, el aire fresco de Nueva York me golpeó con fuerza. Era uno de esos días grises, pero yo solo veía luz. Caminé varias cuadras hasta llegar al imponente edificio de cristal que albergaba las oficinas centrales de Inversiones BlackWood. Me detuve por un segundo en la acera y alcé la vista.
Era más alto de lo que imaginé.
—Vamos, Ester —me dije—. Has llegado hasta aquí por una razón.
Entré al vestíbulo y me encontré con un espacio amplio, elegante, con pisos de mármol blanco y una enorme pantalla que mostraba noticias financieras en tiempo real. En el centro, una fuente de agua caía con serenidad, como si el poder no necesitara ruido para hacerse notar.
Me acerqué a la recepción.
—Buenos días. Tengo una entrevista programada con el departamento de presidencia. Soy Ester Ben-David.
La recepcionista, una mujer de cabello castaño perfectamente recogido, sonrió con amabilidad.
—Un momento, señorita Ben-David —revisó en su computadora—. Sí, aquí está. El señor BlackWood la recibirá personalmente en su oficina en el piso 42.
¿Personalmente?
Mi corazón dio un salto.
—Gracias —respondí con una leve reverencia.
El ascensor subió con suavidad pero mi estómago iba a toda velocidad. Cuando se abrieron las puertas en el piso 42, una joven rubia me esperaba.
—¿Ester? Soy Ava, la asistente del presidente. Sígueme, por favor.
Ava caminaba rápido, segura, con tacones altos y un estilo impecable. Yo la seguí, algo nerviosa, con pasos cortos.
Pasamos por una serie de puertas de vidrio hasta llegar a una de madera oscura con letras doradas: Presidencia – Ethan BlackWood.
Ava llamó suavemente.
—Adelante —dijo una voz grave desde dentro.
Ella abrió y me hizo un gesto para entrar. Lo hice con el corazón en la garganta.
Él estaba de pie, junto a una enorme ventana con vista a toda la ciudad. Alto, delgado, pero de presencia firme. Llevaba un traje gris oscuro perfectamente entallado y, cuando se giró, lo primero que me impactó fueron sus ojos: verdes, intensos, casi… tristes.
—Buenos días, señor BlackWood —dije, intentando mantenerme firme.
Él asintió, midiendo cada detalle de mi presencia.
—Buenos días, señorita Ben-David. Tome asiento.
Me senté con cuidado, manteniendo la carpeta sobre las piernas.
—¿Tiene solo 17 años? —preguntó directamente.
—Sí, señor. Pero ya estoy en la universidad y cuento con todas las autorizaciones legales. En la carpeta están mis documentos, si desea revisarlos.
Él no la tomó de inmediato. En lugar de eso, me miró fijamente por unos segundos. Sentí como si pudiera ver más allá de mis palabras, como si intentara descubrir algo que yo misma no sabía.
—¿Por qué quiere trabajar aquí? —preguntó finalmente.
—Porque quiero aprender —respondí sin dudar—. Sé que no tengo experiencia, pero tengo voluntad, disciplina y deseo de crecer. Sé que puedo aportar.
Él alzó una ceja, intrigado.
—Muchos vienen aquí solo por el nombre o el dinero.
—No yo. Vengo porque creo que Dios me trajo hasta aquí. Y cuando Él abre una puerta, uno no la ignora.
Por un instante, su expresión cambió. Casi imperceptiblemente. Como si esa frase hubiera tocado algo dentro de él.
Se acercó a su escritorio, abrió mi carpeta y comenzó a leer. Pasaron varios minutos en silencio. Yo solo podía oír mi respiración… y la de él.
—Está bien, señorita Ben-David —dijo finalmente, levantando la vista—. Empieza el lunes.
Mi corazón se detuvo.
—¿Perdón?
—Ha sido contratada como mi nueva asistente en prácticas. Espero que no me haga arrepentirme.
Sonreí, sin poder contener las lágrimas en los ojos.
—No lo haré, señor. Gracias. No se arrepentirá.
Mientras salía de su oficina, sentí que algo en mi vida acababa de cambiar para siempre. No solo había conseguido el trabajo de mis sueños. Había entrado en un mundo completamente nuevo.
Y él… él no era lo que todos decían.
Era más.