Narra Ester
El reloj marcaba las 6:10 a. m. cuando me desperté, aunque había abierto los ojos un par de veces durante la noche por la emoción. Me levanté de inmediato, sin esperar a que sonara la alarma. El cielo aún estaba oscuro, pero mi corazón brillaba.
Después de una ducha rápida, me vestí con el mismo cuidado de siempre: una blusa celeste con cuello redondo, sin transparencias, y una falda gris recta justo por debajo de las rodillas. Me recogí el cabello en una trenza lateral y me puse los zapatos color crema que usé en la entrevista. Me veía simple, pero limpia. Agradable.
En la cocina, mi tío ya estaba preparando el desayuno.
—Hoy sí que te ves como una mujer de negocios —dijo con una sonrisa mientras me servía café.
—Hoy empiezo a escribir una nueva historia —respondí, sintiendo cómo las palabras me llenaban de propósito.
—Recuerda quién eres. Y que no estás sola —dijo, poniendo su mano sobre la mía.
Le di un beso en la mejilla y salí hacia la estación.
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Las oficinas de Inversiones BlackWood eran incluso más impresionantes de día. El edificio de cristal reflejaba el sol de la mañana como si fuera un diamante gigantesco. Cuando entré al vestíbulo, me detuve un segundo para respirar. Era ahora.
La recepcionista, una mujer elegante de unos treinta años, me recibió con una sonrisa amable.
—¿Ester Ben-David?
—Sí, soy yo.
—El señor BlackWood la espera en su oficina a las 8:00. La señorita Clarke le mostrará su escritorio y le explicará el funcionamiento general.
Una mujer rubia, muy alta y con tacones que sonaban como un metrónomo, se acercó a mí. Me saludó con eficiencia y me llevó a una zona de cubículos modernos, donde había una pequeña mesa con una computadora, papeles organizados y una pantalla donde parpadeaba un mensaje de bienvenida.
—Este será tu espacio. No lo compartes con nadie. BlackWood prefiere asistentes sin distracciones —explicó Clarke.
Asentí y me senté, disimulando el temblor de mis manos. Clarke se marchó y me quedé sola. Observé el ambiente: empleados con trajes impecables, pasos apresurados, llamadas en varios idiomas. Todos sabían exactamente qué hacer. Menos yo.
Pero entonces recordé las palabras de mi tío: Recuerda quién eres. Y con eso, me enderecé y comencé a revisar los documentos que me habían dejado.
A las 8:00 en punto, la voz de la recepcionista sonó por el intercomunicador.
—Señorita Ben-David, el señor BlackWood la espera.
Tomé una carpeta y caminé hasta la gran puerta de cristal. Toqué suavemente. Desde adentro, escuché su voz.
—Adelante.
Ethan BlackWood estaba de pie, junto a la ventana, mirando la ciudad. Llevaba un traje gris oscuro, perfectamente cortado. Su postura era firme, pero no rígida. Cuando se giró, sus ojos verdes me encontraron. Por un momento, vi algo más que profesionalismo en su mirada. ¿Duda? ¿Curiosidad?
—Buenos días, señor BlackWood —saludé con respeto.
—Buenos días, señorita Ben-David. Bienvenida a la empresa.
—Gracias por esta oportunidad. Estoy lista para trabajar.
Asintió con lentitud y me hizo un gesto para que me acercara al escritorio frente al suyo. Estaba ordenado al extremo. Me explicó mis primeras tareas: coordinar su agenda, filtrar llamadas, manejar documentos confidenciales, y algo más...
—Y sobre todo, necesito que observe. Que escuche. Que aprenda más allá de lo que se le dice.
Asentí con firmeza. Él se quedó mirándome unos segundos más, luego se giró hacia su computadora.
Y así comenzó mi primer día.
No como una chica más en una gran empresa.
Sino como alguien que, sin saberlo, ya estaba marcada para algo más grande.