Narra Ester
Ya llevaba unas horas trabajando en mi escritorio, respondiendo correos, organizando la agenda del señor BlackWood, y familiarizándome con el sistema interno de la empresa. Todo iba bien… hasta que no.
A las 11:23 a.m., la señorita Clarke apareció de nuevo. Esta vez no venía sola. La acompañaba un hombre alto, de cabello castaño claro y mirada calculadora. Su traje azul marino no tenía ni una arruga, y su perfume fuerte llenó el ambiente en cuanto entró.
—Señorita Ben-David —dijo Clarke con tono neutro—, este es el señor William Carter, director de operaciones. Requiere de su apoyo urgente.
Me puse de pie de inmediato.
—Un gusto, señor Carter.
—¿Eres la nueva asistente del jefe? —preguntó sin siquiera saludar, hojeando una carpeta que llevaba bajo el brazo—. Muy joven.
—Sí, señor. Estoy aquí para servir en lo que se necesite.
—Perfecto —dijo, girando hacia Clarke—. Si quiere aprender, que empiece con algo real. Tenemos una presentación con los inversionistas de Londres en menos de tres horas y hubo un error en las cifras del último reporte de activos. Quiero que ella lo corrija.
Mi respiración se detuvo por un segundo.
—¿Yo?
—¿Tienes experiencia con hojas de cálculo financieras? —preguntó, entre serio y desafiante.
—Sí… algo —respondí, tratando de mantener la compostura—. Puedo hacerlo.
—Bien. Clarke le enviará los datos originales y tú usarás esta sala —dijo señalando una oficina de cristal cercana—. Te daré una hora y media. Luego revisaré tu trabajo. Si no está correcto… volveré a hacerlo yo. Pero eso te pondrá en la lista equivocada desde el primer día. ¿Entendido?
Tragué saliva y asentí.
—Entendido.
Entré a la sala con la carpeta en la mano y el corazón a mil. Clarke me envió los documentos al correo, y apenas los abrí, supe que la cosa no sería fácil. Los datos estaban en inglés técnico, con términos financieros que conocía… pero solo en teoría. Esto era mucho más avanzado de lo que había practicado en clase.
Respiré hondo y me senté. No podía fallar.
Señor, ayúdame, oré en silencio. Tú me trajiste hasta aquí. No me dejes sola ahora.
Me enfoqué. Comencé a comparar cifras, a verificar los porcentajes, a calcular los errores. Descubrí que había una confusión entre activos proyectados y reales. Lo corregí. Luego noté que las sumas no coincidían en el tercer trimestre. Arreglé las fórmulas. Trabajé con precisión. Rápido, pero sin perder claridad.
Cuando terminé, envié el archivo a Carter justo un minuto antes del plazo. Me recosté en la silla y cerré los ojos por un segundo.
Cinco minutos después, la puerta se abrió. Él entró, con la tablet en mano.
—Veamos qué hiciste.
Revisó. No dijo nada. Sus cejas se levantaron dos veces. Luego dejó la tablet sobre la mesa.
—No esperaba que lo hicieras bien —dijo—. Pero lo hiciste. Casi no encontré errores. Para ser tu primer día… no está mal.
Me limité a sonreír, aún con la tensión en el pecho.
—Gracias, señor Carter.
—No me des las gracias. Solo sigue así.
Y se fue.
Me quedé sola en la sala. Me quité los lentes que había usado para proteger la vista frente a la pantalla y respiré profundo. Sabía que esto no era solo una prueba técnica… era una prueba personal.
Y la había pasado.