Para Este Tiempo

Capítulo 11: El arte de la paciencia

Narra Ester

Llevaba solo una semana trabajando en Inversiones BlackWood y cada día se sentía como una carrera de obstáculos. Entre correos urgentes, documentos que debía entregar en tiempo récord y aprender los códigos internos de la empresa, sentía que apenas tenía tiempo para respirar. Pero aun así, cada mañana, antes de salir, me detenía a orar.

—Señor, si me diste esta puerta abierta, ayúdame a caminar con humildad. A ser luz, incluso en la oscuridad. Y a responder con amor, aunque me hieran —susurraba en voz baja, mientras colgaba la estrella de David que escondía debajo de mi blusa.

Ese día, al llegar, noté algo extraño. Mi computadora no encendía. Al abrir mi cajón, los papeles que había organizado la tarde anterior estaban revueltos y un par faltaban.

Fui directo con Clarke para informar el problema. Ella prometió pedir soporte técnico.

Minutos después, mientras regresaba a mi escritorio, vi a Kimberly hablando con Lucas en voz baja. Al notar mi presencia, dejó de hablar y me lanzó esa sonrisa suya, la que no me gustaba.

—¿Problemas técnicos, Ester? —preguntó con fingida preocupación—. A veces las computadoras se confunden cuando están… sobrecargadas.

—Parece que sí —respondí con calma, aunque sabía que no era un simple error.

—Tal vez deberías llevar respaldo de todo. Nunca se sabe cuándo puede haber un “accidente” —añadió, alzando una ceja.

Respiré hondo. No tenía pruebas de que ella estuviera detrás, pero algo en su tono me decía que no era coincidencia. Aun así, no respondí con dureza. No era mi estilo. Ni mi fe.

—Gracias por el consejo, Kimberly. Lo tomaré en cuenta —dije con una sonrisa amable.

Sus ojos se entrecerraron como si esperara una reacción distinta. Algo con lo que pudiera provocarme. Pero no le di ese gusto.

Horas después, mientras organizaba de nuevo mis carpetas, la encontré sola en el área de la fotocopiadora. Dudé… pero sentí un impulso en mi interior. Así que me acerqué.

—¿Tienes un minuto? —le pregunté con suavidad.

Ella se giró con un aire de superioridad.

—¿Para qué?

—Solo quería decirte que si he hecho algo que te incomoda, no ha sido mi intención.

—¿Perdón? —dijo con tono incrédulo.

—Sé que soy nueva y que a veces eso puede ser molesto para los que ya llevan tiempo. Pero no vine aquí a competir. Solo quiero hacer bien mi trabajo y aprender. Si en algo puedo mejorar, estoy dispuesta a escucharte.

Por un instante, pareció desarmada. Como si no esperara una actitud así. Pero rápidamente volvió a recomponerse.

—No tengo ningún problema contigo, Ester. Siempre es interesante ver cuánto duran las caras bonitas y las buenas intenciones en este lugar.

—Eso lo decidirá Dios —respondí con una sonrisa—. Pero mientras esté aquí, me esforzaré por hacer lo correcto.

Ella no dijo más. Solo me miró por un largo momento y luego se fue.

Yo me quedé allí un segundo más, respirando hondo.

Sabía que la batalla con Kimberly no sería fácil.

Pero también sabía que no estaba sola.



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En el texto hay: espiritual, dios, judios

Editado: 20.05.2025

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