Para Este Tiempo

Capítulo 22: El Eco de lo Innombrable

Narra Ester

El día siguiente no fue como los demás. El aire estaba diferente, como si las horas hubieran cambiado de curso. Y, sin embargo, todo en la oficina seguía igual. El murmullo constante de teclados, las llamadas telefónicas, las conversaciones sobre negocios. Pero dentro de mí… todo había dejado de ser lo mismo.

Entré a la oficina con el mismo paso seguro de siempre, o al menos eso traté de hacer. Pero sentía el peso de la mirada de Ethan, de sus palabras no dichas, de esa conexión invisible que parecía vibrar en cada rincón del espacio. La tensión entre nosotros era palpable, pero también había algo más… algo más profundo. Una quietud que, si bien no se podía ver, se podía sentir.

Mi mente se aceleraba con cada paso que daba, pero mi cuerpo respondía con una calma que no entendía. Era como si estuviera caminando por un hilo, a punto de caer, pero sin atreverse a saltar.

Y entonces lo vi. De pie junto a su escritorio, con esa postura recta y segura, con el rostro serio y concentrado, como si nada hubiera cambiado. Como si las palabras de la noche anterior no se hubieran dicho.

Lo miré, y él levantó la mirada. Por un segundo, nuestros ojos se cruzaron de nuevo. Ya no era un simple vistazo furtivo. Había algo diferente en su mirada. Algo que no podía esconderse. Era una lucha interna. Y aunque su rostro permaneció impasible, podía sentir el peso de su silencio, el mismo peso que yo llevaba en mi pecho.

La oficina seguía girando, la vida continuaba a su alrededor, pero para nosotros, ese pequeño espacio entre nuestras miradas lo había detenido todo.

—Buenos días, Ethan —dije, mi voz algo más firme de lo que sentía por dentro. Pero me dio la impresión de que mi saludo solo añadió más preguntas al aire.

—Buenos días, Ester —respondió, sin perder la compostura, pero con un leve cambio en su tono, como si ya no estuviera hablando solo a su asistente, sino a alguien más. Alguien con quien compartía un secreto, aunque ninguno de los dos se atreviera a nombrarlo.

Me senté en mi lugar, sin atreverme a romper el silencio, pero él lo hizo. Por fin, habló, y sus palabras fueron como un relámpago.

—Ester, tenemos que hablar.

Y allí, entre las paredes de esa oficina, con la lluvia golpeando suavemente las ventanas, el mundo desapareció. Las horas, los papeles, las llamadas. Solo quedábamos nosotros.

La verdad, esa que habíamos evadido durante tanto tiempo, estaba a punto de salir a la luz. No era una pregunta, ni un lamento, ni siquiera una exigencia. Era una necesidad. Un impulso que no podíamos frenar. Y en su voz, pude oír el peso de lo mismo que yo sentía.

Me levanté, incapaz de quedarme sentada mientras él hablaba. Caminé hacia la ventana, como si el silencio que buscaba se pudiera encontrar allí, en la lluvia. Los edificios se alzaban como sombras difusas, y el caos de la ciudad parecía muy lejano, casi ajeno a lo que estaba ocurriendo.

—Ester —su voz, suave pero firme, llegó detrás de mí—. No sé qué estás sintiendo. Y probablemente no sé qué estoy sintiendo yo tampoco. Pero lo que sé es que esto… lo que sea que esté pasando entre nosotros, no podemos ignorarlo.

Me giré lentamente, enfrentándolo de nuevo. Sus ojos, tan intensos y tan llenos de conflicto, me retuvieron como si no hubiera escapatoria.

—¿Qué quieres decir con eso, señor Ethan? —pregunté, mi voz ya sin la seguridad que traté de mantener. La verdad me golpeaba por todas partes, y no podía soportarlo. Necesitaba que él dijera lo que ambos sabíamos, pero ninguno se atrevía a pronunciar.

Él dio un paso hacia mí, sus pasos pesados, marcando la distancia que ya no existía entre nosotros. La tensión estaba en el aire, vibrante, como una cuerda que estaba a punto de romperse.

—Quiero decir que no sé cómo esto comenzó. No sé por qué no lo vi antes. Pero algo en ti… en lo que eres… me está cambiando. Y no quiero seguir negándolo.

Sus palabras fueron un susurro, pero al mismo tiempo, resonaron en mi pecho con la fuerza de un grito mudo.

—No quiero que esto sea solo una confusión, señor Ethan. No quiero que lo que sentimos sea algo pasajero. No quiero que sea un error. —Mi voz salió temblorosa, pero era la verdad. Era lo único que podía ofrecerle. Lo único que podía ofrecerme a mí misma.

Él no respondió de inmediato. Solo nos miramos, en ese espacio suspendido donde todo parecía detenido. Solo quedaba el peso de lo que se había dicho. Y lo que aún quedaba por decir.

Mi respiración se aceleró, y por un instante, la fragilidad de ese momento se hizo casi insoportable. ¿Qué haríamos con esto? ¿Qué haría yo con lo que sentía?

Y luego, Ethan dio un paso hacia mí. Un paso que fue más que un simple movimiento físico. Fue una decisión. Una elección.

—No sé qué va a pasar, Ester. No sé si esto es lo que debemos hacer. Pero lo que sé es que no quiero seguir viviendo en este silencio.

Fue entonces cuando todo el mundo se detuvo. La lluvia, la oficina, los murmullos. Ya no había vuelta atrás.

Y entonces, en ese silencio que se convirtió en algo inmenso, algo indescriptible, lo vi. No fue un beso. No fue un gesto grandioso. Fue un suspiro. Un movimiento casi imperceptible en el aire. Y todo cambió.

Ethan se acercó. Me miró, y en sus ojos ya no había miedo. Solo certeza.

Y en ese instante, comprendí algo.

Lo que estaba entre nosotros no era solo una atracción. No era solo una confusión. Era el peso de lo que no se puede nombrar, de lo que no se puede entender. Pero que, de alguna forma, ya estaba sucediendo.

Y por primera vez, me di cuenta de que no necesitaba saber lo que iba a pasar.

Solo necesitaba estar allí, en ese momento, con él.

Porque el destino, al fin, había hablado.

Y nosotros, por fin, escuchamos.



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En el texto hay: espiritual, dios, judios

Editado: 20.05.2025

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