Para Este Tiempo

Capítulo 23: Ecos que no se callan

Narra Ethan

El aire dentro de la sala de juntas era denso, como si las paredes supieran algo que los presentes no se atrevían a decir.

Sentado en la cabecera, con la mirada fija en el informe abierto frente a mí, fingía escuchar a los socios mientras exponían una propuesta estratégica. Palabras como rentabilidad, fusiones y riesgo calculado flotaban en el ambiente. Pero yo no estaba allí.

Mi mente… estaba en sus ojos.

Ester.

Desde aquella tarde en la sala de descanso, algo en mí se quebró y, al mismo tiempo, se encendió. No podía dejar de pensar en su forma de mirarme: no con deseo, no con juicio… sino con verdad. Y esa verdad me estaba consumiendo.

—¿Señor BlackWood? —la voz de Alexander Becker, uno de los socios principales, me sacó del trance—. ¿Está de acuerdo con lo planteado?

Parpadeé, volví al presente. Todos me observaban.

Incluyendo a Adriadne, mi esposa, que había insistido en asistir a esta reunión “para apoyar”, según dijo. Estaba sentada al otro extremo de la mesa, con su impecable vestido rojo y esa sonrisa medida que usaba cuando quería demostrar poder. Sabía jugar. Siempre lo supo.

—Necesito revisar algunos números con más calma —respondí con frialdad, cerrando el informe.

Adriadne se inclinó ligeramente hacia adelante.

—¿Desde cuándo dudas, Ethan? Antes tomabas decisiones con firmeza.

Le sostuve la mirada.
—Antes era otra persona.

El silencio fue incómodo. Hasta que entró Gabriel, con su andar ligero y ese aura de juventud que traía vida a la empresa. En su mano traía un sobre.

—Perdón por interrumpir —dijo, dirigiéndose a mí—. Pero esto llegó con carácter urgente. Es para usted.

Tomé el sobre. Mi nombre estaba escrito a mano. Lo abrí.

Era una carta. De Ester.

Solo leí la primera línea:
“Señor Ethan BlackWood… Hay cosas que no puedo callar, pero tampoco puedo decirlas frente a todos.”

Mi corazón se aceleró.

—Daremos por finalizada la reunión por hoy —anuncié de inmediato, levantándome.

—¿Así de simple? —Adriadne me siguió con la mirada—. ¿Todo se detiene por una carta?

—No todo —dije—. Solo lo que ya no tiene sentido.

Salí sin mirar atrás.

---

Caminé hasta la terraza del edificio. La ciudad se desplegaba frente a mí, viva, caótica, pero en ese momento… muda. Como si me diera permiso de escucharme por dentro.

Leí la carta completa.

Ester me hablaba con el corazón en la mano. Me decía que no podía negar que algo estaba ocurriendo, que lo sentía también… pero que tenía miedo. Que no quería ser la razón por la que alguien sufriera. Que había orado. Que necesitaba claridad. Que se alejaría por unos días.

Mi pecho dolía. Una mezcla de tristeza, ternura y admiración me atravesó. Ella no era como los demás. No jugaba con sentimientos. No usaba máscaras. Tenía el valor de enfrentarse a lo que yo siempre había evitado: la verdad.

—¿Estás enamorado de ella? —preguntó una voz detrás de mí.

Me giré.

Era Gabriel. No parecía juzgarme, solo estar allí, como un amigo que ve más de lo que dice.

Asentí, sin mentirme.
—Sí.

Él respiró hondo.
—Entonces haz las cosas bien. O aléjate. Pero no la dañes, Ethan. No la uses para llenar tu vacío.

Sus palabras fueron duras. Pero justas.

---

Esa noche, al volver a casa, Adriadne me esperaba en el salón, copa de vino en mano, como si supiera que algo se venía.

—¿Ella es la razón por la que dejaste de tocarme? —preguntó sin rodeos.

La miré, cansado de las medias verdades.

—No. La razón es que llevamos años fingiendo algo que murió hace mucho. Ester solo… lo iluminó.

—¿Y piensas dejarlo todo por una asistente de 17 años?

—No voy a justificar lo que siento. Pero sí voy a empezar a ser honesto.

Ella se rió, amarga.
—Esto te va a costar todo, Ethan.

—Lo sé.

Subí las escaleras. Cada paso era una despedida.

No sabía si Ester me esperaría. No sabía si Dios aprobaría lo que estaba por ocurrir. Solo sabía una cosa: por primera vez en años, quería pelear por lo verdadero.

Y eso… comenzaba por dejar de mentirme.



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En el texto hay: espiritual, dios, judios

Editado: 20.05.2025

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