Me despierto con olor a hotcakes y mis sentidos se ponen en alerta, me levanto rápidamente —aún en piyamas—, bajo y me encuentro a todos en la cocina esperándome.
—Feliz cumpleaños, mi niña —mi tía se apresura en ser la primera en felicitarme.
—Feliz cumpleaños, prima apestosa —ese es Kevin en su mejor esfuerzo por ser amable.
—Feliz cumpleaños, hija —ese es mi padre que me da un fuerte abrazo que no respondo.
Elena lo piensa muy bien y solo me desea un feliz cumpleaños de lejos, no es tan tonta después de todo.
Estamos desayunando relativamente en calma cuando mi tía dice que me dará su regalo en ese momento y extiende una caja mediana rectangular, estoy intrigada, rasgo la envoltura y mis ojos se amplían con sorpresa.
—¡Tú eres la mejor tía! No puedo creer que me compraras un lector electrónico —mi padre parece sorprendido a pesar de que siempre tengo algún libro en la mano.
—No es nada, cielo, espero que lo disfrutes, pero por favor socializa un poco —ambas sonreímos.
—¡Ahora el mío! —grita Kevin.
Realmente los regalos de él siempre me sorprendían, siempre le dejaba envolver lo que él quisiera dar, así que esperaba cualquier cosa. Ya me había regalado una pintura de nosotros dos en la playa que decía Kevin y la prima apestosa, la hizo cuando tenía siete años, así que lo perdoné. Cuando abro el regalo de esta ocasión y lo levanto ante mis ojos, sé que Kevin puede tener formas peculiares de demostrar su cariño, pero siempre es sincero.
Es una camiseta amarilla que dice: la mejor prima del mundo. Realmente la pequeña rata me llega al corazón.
—Gracias, Kevin. Es… genial.
—También es verdad —sonrío.
—Y lo dices porque soy tu única prima ¿no es así?
—Es verdad, pero yo también soy tu único primo así qué estamos a mano —y vuelve a su desayuno como si nada.
Papá me regala un nuevo celular, realmente práctico, pero nada personal. Y sorprendentemente Elena también tiene algo para mí, al momento en que lo tomo en mis manos sé qué es y me mortifica que ella me conozca mejor que mi propio padre.
Es un libro. Pero no cualquier libro. Una copia de El Principito de Antoine De Saint-Exupéry. El libro que mi madre siempre me leía de niña y que siempre cargo conmigo, aunque estuviera viéndose cada día más viejo.
—Éste puedes usarlo todos los días y guardar el otro como un tesoro —dice naturalmente mientras yo sigo mirando el libro sin saber qué decir—. Puedes arruinar éste y atesorar el otro.
Levanto la mirada y me niego a sentir cualquier tipo de simpatía por esta mujer. No sé si lo hace por molestarme o agradarme. Pero me fastidia dudar aquello, no debo de tener dudas, ella no puede quererme, como yo no puedo quererla a ella.
—Gracias… —es lo único que logro pronunciar.
Después del desayuno subo a mi cuarto a cambiarme y a ponerme más presentable para el almuerzo, pero me quedo mirando ambos libros de El Principito, uno viejo y otro nuevo. Elena tiene razón, quiero conservar por mucho tiempo el de mamá y eso no sucederá si sigo cargando con él a todos lados y deshojándolo varias veces al día. Es una buena idea tener una copia que no me importara perder o estropear. No sé cómo lo supo y no quiero pensar en ello; así que solo tomo el libro de mamá y lo envuelvo en el plástico del nuevo hasta saber dónde y cómo lo guardaré. Me quedaré con el de Elena, por ahora.
Sí, lloré un rato en mi cuarto, pero no podía fallarle a mamá. Así que me coloqué uno de los vestidos que había traído de Tampa y que nunca había usado. Era rojo vino, con tirantes, estrecha cintura y falda acampanada. La casa estaba cálida así que podía lucirlo.
—Yo voy —digo apenas suena el timbre. Sé que es Jake, no he invitado a nadie más.
No sé por qué mi corazón late un poco más rápido, es solo Jake, pero no puedo evitarlo. Y cuando abro la puerta solo puedo jadear de sorpresa al ver un enorme ramo de girasoles en sus manos. Mis ojos se llenan de lágrimas y él pierde la sonrisa.
—Oye, solo quería verte feliz, pero si no te gustan los devolveré.
—¡NO! —Me sobresalto—. Me encantan. Gracias —lo abrazo casi demasiado fuerte—, pasa por favor.