Había estado hasta altas horas escuchando mi canción, la canción que Jake escribió para mí. Después de que Scott nos recogió ese día, realmente no hablamos mucho, más que todo fueron miradas y sonrisas de complicidad.
Al día siguiente fui con mi tía de compras, ya que toda mi ropa apenas me servía en Nueva York, la temperatura bajaría más y no estaba preparada. No pensaba pedirle a Elena que me acompañara. Compré muchas cosas, creo que me entusiasmé demasiado, pero sentía la necesidad de verme… bonita. Sí, eso era, quería verme bien. Claro, eso no tenía nada que ver con algún chico, fue lo que le respondí a mi tía cuando me lo preguntó, pero ella me dio una sonrisa de sí-claro-cómo-no, que me confundió.
Realmente odié cuando se tuvo que ir, ella me recordaba tanto a mamá, pero tuve que recordar que no lo era y que tenía otra vida, lamentablemente lejos de mí. Aun así, estuve decaída por días. Jake intentaba animarme, cantarme y a veces conseguía sacarme alguna sonrisa. Recordé que aún había algo aquí que valía la pena. Él.
Elena estaba cada vez más… grande. Y no era por maldad, pero como que en el fondo me alegraba. Bueno, tal vez si era por maldad. Me enteré que mi nuevo hermano/hermana nacería en abril. Todavía tenía unos meses para terminar mi primera novela sin ser perturbada por llanto de bebé. Además decidí ayudar en la casa, no por ella, sino por no escuchar a mi padre recordándomelo y también porque así sentía que no me regalaban nada, que en realidad yo me ganaba mi comida.
Un día llego de clases, no voy a casa de Jake porque me toca hacer limpieza, entro y no veo a nadie, dejo mi mochila en la sala y me dirijo a la cocina, es cuando la escucho hablando por teléfono desde el patio. Realmente no soy chismosa, pero me parece oír que llora así que solo presto un poco más de atención.
—Ya lo he hecho, mamá —al parecer habla con su madre—. Sabes que yo la entiendo mejor que nadie por lo que pasó con papá, pero aun así no sé cómo acercarme a ella sin que me odie.
Un momento, ¿acaso habla de mí?
—Sí, mamá, es una difícil situación. Charles está mal, ella está mal y yo también. Nadie puede vivir tranquilo en una casa así.
Me alegro un momento de que ella también esté mal. No tiene derecho de mostrar su dicha cuando todo en esta casa está podrido.
—Lo sé, tendré paciencia. Solo quisiera que las cosas mejoraran antes de la llegada del bebé.
De repente, no sé por qué me siento culpable. Pero desecho ese sentimiento, yo no soy culpable de nada, la intrusa aquí es ella. La escucho despedirse, corro hasta la sala y tomo mi mochila.
—Jocelyn, no te escuché llegar.
—Acabo de hacerlo, me pondré a limpiar en un momento.
Subo corriendo las escaleras y cierro la puerta con la espalda. Estoy algo confundida. ¿Por qué Elena no me odia como yo a ella? Después de todo llegué para reventarle su pequeña burbuja de felicidad. ¿Realmente estoy siendo injusta con ella? No, ni hablar, la vida no fue justa conmigo, yo no debo de hacer las cosas más fáciles para nadie.
Me pongo algo de ropa cómoda, mis audífonos y paso la aspiradora por toda la casa, limpio la cocina, aunque realmente está limpia y luego me doy una larga ducha caliente. Bajo a la cocina y Elena está cortando algunos vegetales para la cena.
—Te ayudo con eso —ofrezco sin esperar respuesta y comienzo a picar unas zanahorias. Veo de soslayo que me sonríe.
Tengo en replay la canción de Jake. La convertí en mp3 y en todos los formatos que pude. Estoy obsesionada, me duermo escuchando su voz y sigo escuchándola al despertar, es como una droga que me ayuda a continuar el día.
El frío de diciembre, nos mantiene dentro de casa. Hay nieve en mi ventana cuando miro por ella. Amo la nieve, pero odio el frío. Una vez que comienzo a temblar no puedo parar. Mi piel bronceada desapareció hace mucho y al mirarme al espejo parezco un miembro más de la familia Adams. Un gorro disimula el cabello, pero la cara de difunto, no hay maquillaje que la cubra, además no tengo maquillajes, me pregunto si debería comprarme algo de eso.
—Jake ya está aquí —grita papá ante mi puerta. Me demoro demasiado—. Apúrate los llevaré a ambos, hace mucho frío afuera.
—¡Ya voy!
Realmente no quiero ir con papá, será raro. No recuerdo la última vez que compartimos un auto. Bueno, sí. Fue cuando me recogió del aeropuerto, pero a lo que me refiero es que hace mucho que no “compartimos” el auto. Solo estamos ahí en silencio, como en universos paralelos.