Realmente odiaba las despedidas. Dejar de nuevo a mi tía y a Kevin fue doloroso, no importaba cuánto me preparaba para ello, siempre terminaba con mi corazón un poco más roto. Pero por primera vez al pisar de nuevo Nueva York sentí que estaba donde quería estar.
Papá me está esperando y muestra una sonrisa que parece genuina en cuanto me ve. Me abraza fuertemente y yo lo dejo hacerlo sin una palabra. Conduce en silencio mientras yo anhelo ver a Jake. Él no pudo venir porque aún trabaja una semana más. Realmente estoy decepcionada.
—Jocelyn, quería proponerte algo.
Miro a papá curiosa por su repentina charla en medio del tráfico.
—Dime.
—Estaba pensando que tal vez, ya que faltan unos días para que comiencen las clases podríamos redecorar tu cuarto. Todo lo que hay ahí es de cuando eras una niña, tal vez ahora que eres una señorita quieras cambiar algo.
No lo había pensado hasta ahora, no me importaba acostarme cada noche en esa cama que cada día me quedaba más pequeña, porque ahí mamá me leía para dormir; quizá ahí había nacido mi pasión por los libros. No me importaban esas paredes amarillas y rosas porque mamá y papá las pintaron para mí. Y mucho menos me importaba ver cada día frente a mi cama el enorme mural de girasoles que mamá pintó para mí. No podría deshacerme de él.
—No veo por qué. Todo aún funciona para mí.
—Lo sé… podemos mantener el mural —aclara leyendo mis pensamientos.
—Lo pensaré —asiento y seguimos.
—¿Disfrutaste de tus vacaciones?
—Sí, la playa siempre es buena.
—Me alegro, hija.
Debería haber preguntado cómo iban las cosas por aquí, pero me mordí la lengua. No me interesaba saber de él o de Elena, pero estaría mintiendo si dijera que no quería ver a Alice.
Apenas llegué a casa y saludé a Elena con un “hola”, me dirigí a mi habitación, dejé mis maletas y fui al cuarto rosa donde mi hermana descansaba. Me sorprendí de cuanto un bebé puede crecer en dos meses. Estaba tan grande y hermosa, tan rosada y tranquila. Solo me quedé observándola por unos minutos sin apenas respirar para no despertarla.
Después de almorzar y contar un poco de mis vacaciones en el tono más monótono que pude encontrar, pedí permiso a papá para ir a ver a Jake, realmente no iba a esperar hasta que saliera. Quería verlo ya.
El ruido de la campanilla de la puerta anunció mi llegada, él se volvió con el ceño fruncido, pero inmediatamente me reconoció me regaló la sonrisa de hoyuelos más linda que le haya visto y sí que había competencia en esa categoría.
—¿Con esa cara recibes a los clientes? Me sorprende que todavía tengas trabajo —me burlo. Lanza una maldición por lo bajo y que no sé cómo interpretar.
—¿Por qué no dijiste que venías para acá?
—¡Sorpresa! —levanto las manos y ambos sonreímos—. Además yo solo vine por una barra de chocolate. Y hola para ti también.
Sale del mostrador.
—Ven acá —me atrae en un fuerte abrazo como el que me dio cuando me fui—. Hola, Jocelyn, te extrañé —confiesa pegado a mi oído sin dejar de abrazarme.
Alguien a mi espalda se aclara la garganta varias veces y Jake se separa de mí a regañadientes.
—Joce, te presento al señor Jones, el dueño de la tienda. Señor Jones, ella es mi amiga Jocelyn.
—Ah, la famosa Jocelyn —alzo las cejas y Jake arruga el rostro—. Es un gusto conocerte al fin, eres más bonita de lo que Jake me había contado y mira que piensa que eres muy bonita —lo veo enrojecer al igual que yo.
—Encantada, señor Jones —nos damos la mano.
—Jake, puedes salir temprano hoy. Lleva a esta linda chica por un helado o algo que le guste.
No sé qué acaba de pasar y no quiero pensar. Solo quiero volver a descubrir cómo respirar. Jake va detrás del mostrador por sus cosas y me alcanza una barra de chocolate Hershey’s.
—Va por la casa —dice y no discuto porque en verdad necesito algo de azúcar.
Caminamos un tiempo hasta que llegamos a nuestro parque. Él me había preguntado si quería ir por un helado —como el señor Jones había sugerido— o alguna otra cosa, pero yo solo quería estar con él a solas, sin personas a nuestro alrededor.