Para un poco, Elisa

En casa de herrero, cuchillo de palo

¡Escríbele a Elisa! - Consultorio sentimental para personajes

Carta de remitente desconocido

 

Buenas noches, Elisa.

No te diré mi nombre por el momento, tengo la esperanza de que con las características de mi problema lo adivines sola. Espero que no hayas arrojado este papel al cesto de la basura todavía, en caso contrario tendré que seguir dejando copias de esta carta en tu escritorio de la redacción hasta que te dignes a abrirla. No pediré disculpas por entrometerme en tu lista de pedidos, nunca fue mi costumbre y creo que seguiré igual.

¿Sabes cuál es mi problema? Tengo una empleada que es un completo dolor de cabeza (y de otras partes del cuerpo que evitaré mencionar porque la revista tiene un público determinado al que hay que respetar). Lo gracioso es que la contraté porque era una antigua conocida de mis épocas de preparatoria, a pesar de que nunca intercambiamos más de un par de palabras en todos esos años. Era insoportable, terca y bastante bruta, sin embargo no me abandonaba ni en sueños. Porque yo fui uno de esos adolescentes hormonados como los que aconsejas todos los días, Elisa. Y no tenía forma de pedirle consejo a nadie. Mi hermano gemelo era casi tan bruto como ella, pero era mi único confidente. Nadie supo lo que sentía por esa matona de cabello cobrizo que perseguía a la gente con un bate de béisbol para cobrar sus apuestas.

Y cuando el año pasado la vi llegar a la oficina de Recursos Humanos de mi empresa por un puesto al que yo sabía que no encajaba, no pude evitar intervenir.

Me pregunto si ella no se dio cuenta de lo fácil que fue conseguir este trabajo. Imagino que tampoco notó cuando yo le dejaba los apuntes resumidos con los temas que se incluirían en los exámenes del colegio, porque jamás estudiaba la muy... No me iré de tema.

¿Sabrá que hice cambiar de lugar su escritorio en la oficina para tenerla a la vista desde el mío? Hay muchos chismosos en la redacción, alguien tiene que haberlo insinuado. En especial porque me la paso taladrándole la espalda con la mirada, según sus propias palabras. Todavía no entiendo cómo no me ha puesto una denuncia por acoso. Yo lo hubiera hecho en su lugar. Estoy enloqueciendo, tanto como los pobres desdichados que sufren a causa de sus malos consejos.

Esta mujer es un dolor de cabeza para la empresa y para mí. Se la pasa haciendo mal su trabajo, a pesar de que es tan simple como contestar esas malditas cartas. Cada dos por tres, alguien aparece para reclamar que las cosas le han salido al revés por seguir sus instrucciones. Temo recibir una demanda contra la revista.

Sin embargo, eso no es lo más urgente.

La semana pasada, un loco disfrazado de vaya-a-saber-qué entró disparando bolas de fuego desde sus manos porque una princesa lo rechazó por su culpa. ¿Y sabes cuál fue mi reacción? Admirarme de su capacidad de negociación. Me la pasé soñando estupideces esa noche, con princesas rescatando a magos del fuego. Y su voz haciéndome propuestas a mí también.

Estoy enloqueciendo. Ya ni siquiera encuentro el valor para decir esto de frente. Mi hermano está entretenido con su nueva novia, que es compañera de escritorio y amiga de la susodicha (vamos, ¿todavía no tienes una pista?), así que ni siquiera me atrevo a contarle lo que me ocurre. Desde Legales me están presionando para que cierre la sección, y yo pido paciencia, porque es la más exitosa de la publicación, junto con la del test de malos personajes y la de los horóscopos.

A veces me parece sorprender una mirada distinta en ella, durante las reuniones para decidir el contenido del mes. Fantaseo con que se da cuenta de que hace mucho dejé de ser el nerd antisocial, para convertirme en el editor que hace fiestas en su apartamento. La verdad es que solo hago esas reuniones con la esperanza de ver si, en la oscuridad, con la música y los tragos, puedo relajarme un poco. Resulté ser más insoportable, más terco y más bruto que ella (mantén a tus empleados borrachos cerca de ti, será más efectivo que cualquier encuesta). Los dos nos hemos enredado con cualquiera, menos entre nosotros. Pienso que tal vez debería encender las luces, para no seguir errándole. Una mañana desperté con su amiga, la del horóscopo, y mi hermano dejó de hablarme por semanas antes de decidirse a ir por ella.

Ojalá lo mío fuera tan simple.

Pero hoy llegué a la oficina con una determinación. He escrito en dos archivos de Word distintos mensajes: uno para pedirte que dejes de intentar cobrarle a los lectores por servicios de consultoría extra, el otro es éste y surgió a la mitad de mi retahíla de insultos y quejas por estos meses en la revista. Porque, si a estas alturas no te has dado cuenta de que estoy hablando de ti, Elisa, entonces no valen la pena los próximos renglones.

Y todavía muero por ver si me responderás con alguna propuesta indecente. Sí, estoy de remate. No pienso arruinar esta confesión con alguna cursilería, no es mi estilo y sé que tampoco es el tuyo.

Ahora la pelota queda en tu lado del terreno, te toca ver cómo devolverla. Que quede claro desde ya, tu respuesta al contenido de esta carta no afectará tu puesto en la revista. No lo han hecho otras respuestas terribles a pobres inocentes, así que no te preocupes, solo sé sincera.




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