Eva abrió la boca para saludar al nuevo cliente, pero se quedó sin palabras al ver quién estaba frente a ella. Sin embargo, enseguida se recompuso, recordando que ahora era empleada del banco y debía ser cortés con los clientes.
—Bienvenido, Denís Maksímovich, a nuestro banco. Ha tomado la decisión correcta al elegirnos…
—Así que, Eva Oleksándrivna, no está calva después de todo —dijo Denís, recorriéndola con una mirada evaluadora.
—Disculpe… ¿Podría repetirlo? No le he entendido —intentó mantenerse firme Eva.
—Por su culpa, Eva Oleksándrivna, ahora estoy sudando con este abrigo de piel y, además, perdí al ladrón que intentó robar mi coche —Denís se sentó en la silla frente a ella.
—Y por su culpa, Denís Maksímovich, yo perdí la oportunidad de tomar mi café matutino y sentarme un rato en el parque, disfrutando del silencio. Así que, por favor, entrégueme sus documentos y empecemos. No haremos esperar a los demás clientes que están en la fila…
—A diferencia de mí —terminó él la frase mientras le entregaba los papeles—, cada uno con lo suyo. Si espera una disculpa de mi parte, Eva Oleksándrivna, no la tendrá. Porque es usted quien debería disculparse conmigo por haberme causado daño físico.
—Usted tiene la culpa, corre sin mirar por dónde va. Aquí debe poner su firma —Eva trabajaba rápidamente—, y aquí otra.
—Yo siempre miro por dónde voy —replicó Denís firmando los papeles—. No tenía ningún deseo de volver a verla, Eva Oleksándrivna. Pero no solo la vi, sino que además tuve que hablar con usted. Así que, un comienzo de día bastante desafortunado. Espero que no haya problemas con la apertura de la cuenta y el depósito.
—No los habrá, trajo todos los documentos necesarios, y eso ya es bueno —le aseguró Eva mientras ingresaba los datos en la base electrónica—. Tampoco tenía ganas de verla ni escucharla, porque usted es una persona maleducada, sin noción de cortesía. Me da pena: su falta de educación arruina su reputación como empresario exitoso. Por favor, dígame su número de teléfono, es para la base de datos.
—Claro, por la base de datos —respondió con ironía Denís—, porque para una conversación personal jamás le propondría intercambiar números. ¿Cómo podría un insolente como yo compararse con una dama como usted? —levantó de nuevo la mirada hacia Eva—. Tiene la lengua afilada, Eva Oleksándrivna, y no está tan asustada como pensé al principio.
—Sus cumplidos siguen mejorándome el ánimo. Pero, Denís Maksímovich, usted no entiende muy bien a las personas, por eso me sorprende cómo logra dirigir una empresa tan grande. En fin, no insistamos en eso —dijo Eva mientras imprimía más documentos—. Firme aquí un par de veces más y podremos despedirnos para siempre. Espero que la próxima vez que venga a nuestro banco no le dé por sentarse en mi mesa y elija a otro especialista.
—De acuerdo, no me sentaré más en su mesa. Pero estaré muy agradecido con Nina Volodímyrivna por haberme recomendado a una buena especialista. Su rapidez y conocimiento de su trabajo me han impresionado gratamente. Nada más que eso. Bueno, si ya está todo —dijo Denís levantándose.
—Eso es todo. No olvide sus cosas y que tenga un buen día.
—Igualmente, que tenga un buen día.
Eva lo siguió con la mirada hasta que salió, recostándose luego en el respaldo de su silla. A simple vista, no dirías que fuera capaz de comportarse de manera grosera. Alto, de hombros anchos. Y aquellos abdominales que alcanzó a notar en el parque, cuando se quitó la camisa… eran algo digno de admirar. Sin duda hacía deporte, cuidaba su cuerpo y seguramente se consentía con masajes y saunas. Su cabello corto resaltaba sus facciones agradables, y además, tenía unos ojos verdes muy expresivos. A las mujeres les gustan los hombres así, pensó Eva. Pero la apariencia puede ser engañosa; ya había tenido la oportunidad de comprobarlo cuando salía con Mykíta. Guapo, deportista… pero levantaba la mano contra las mujeres. Después de sus palizas pensó que iba a morir. Logró superarlo todo, pero desde entonces no confiaba en los hombres. Para ella, todos eran unos brutos toscos. Y ese Denís… Maksímovich no era la excepción: la había cubierto de palabras ofensivas. En aquel momento pensó que sería algún don nadie, y resultó ser el dueño de una gran empresa. Se supone que alguien así debería saber comportarse con educación, hablar con calma bajo cualquier circunstancia, como corresponde a un verdadero directivo. Pero él…
—Vaya, qué suerte la tuviste atendiendo a un bombón así —dijo Lesia, acercándose a Eva con unos documentos en la mano—. ¿Está casado?
—No le hice ese tipo de preguntas, pero no vi ningún anillo en su dedo —respondió Eva.
—Ay… poder encontrarse con uno así en la cama —suspiró Lesia con dramatismo.
—A los de ese tipo es mejor mantenerlos lejos. Así que no suspiras y alégrate de que haya pasado de largo —replicó Eva, retomando su trabajo, ya que otro cliente se había acercado a su mesa.
Después del trabajo, Eva regresó a casa para cambiarse y estar lista a las nueve para ir al club nocturno. No le gustaban en absoluto esos lugares, pero no podía negarle su apoyo a su amiga. No se complicó con su aspecto: se puso unos vaqueros y un suéter color celeste con escote redondo. Decidió dejar el cabello suelto.
—¿Te vas a una cita? —preguntó su madre, Kateryna Borysivna, entrando en la habitación.
—No, voy al club con una amiga —respondió sinceramente—. Mañana tengo el día libre, así que…
—Así que puedes salir y divertirte hasta el amanecer —dijo Kateryna Borysivna sentándose en la cama de su hija—. Pero, ¿no podrías disculparte con Vasya? Él intenta llevarse bien contigo.
—Mamá, tu nuevo marido no es que no me caiga bien, es que directamente me pone de los nervios. Me irrita todo el tiempo. Pero eso no importa, lo principal es que tú estés bien con él. Y no pienso pedirle disculpas. Es él quien debería disculparse conmigo por sus palabras tontas. ¿Quién se cree que es para decirme lo que debo o no debo hacer? Tengo veintiocho años y soy perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones. No necesita cuidarme como si fuera una niña. No tiene ningún derecho a hacerlo. En cuanto pueda, empezaré a buscar un piso para mudarme en marzo. No quiero seguir viviendo con ustedes —dijo Eva, terminando de cepillarse el pelo.