Eva recordó cómo había conocido a Mykyta. Fue en una discoteca a la que había ido con sus amigas. Antes le encantaba bailar. Mykyta la atrajo desde el primer momento: era guapo, atlético, educado. Nunca habría imaginado que detrás de esa apariencia encantadora se escondía un verdadero monstruo. Al principio fue tierno con ella, pero con el tiempo empezó a mostrar su rudeza. Y ella lo perdonaba, convencida de que no volvería a pasar. Pero se equivocó, y de qué manera. Más de una vez lamentó no haber terminado con él a tiempo, de haber seguido saliendo con él a pesar de todo.
Aquel día en que todo ocurrió, habían ido juntos a un restaurante. Mykyta creyó que Eva miraba con admiración a un hombre sentado en la mesa de al lado. Pero no era así: ella ni siquiera se había fijado en otros hombres. Estaba completamente enamorada de él, ciegamente. Los celos nublaron la razón de Mykyta; la ira se apoderó de él. Y cuando regresaron a su apartamento —donde Eva solía quedarse a dormir—, Mykyta se lanzó sobre ella a golpes. Si ella hubiera sabido lo que él iba a hacer, si tan solo hubiera notado su estado de ánimo…
Del dolor perdió el conocimiento y cayó al suelo. Cuando recobró la conciencia, se dio cuenta de que estaba sola en el apartamento. Él la había golpeado, luego se asustó al pensar que la había matado y huyó. Pero Eva seguía viva y logró alcanzar el teléfono para llamar a una ambulancia. Sobrevivió, declaró lo sucedido… pero Mykyta consiguió evitar el castigo y hasta salir del país. Claro, su padre era juez. Aquella injusticia la consumía, la enfurecía, la llenaba de desconfianza hacia la justicia. La verdad siempre estaba del lado de quienes tenían poder y dinero.
Eva apartó de sí esos recuerdos. Cuántas veces se había repetido que el pasado debía quedarse atrás, que no valía la pena recordarlo. Pero los recuerdos volvían una y otra vez, atormentándola durante tres años.
—Deberías ir a un psicólogo —le proponía Kateryna Borysivna a su hija.
—No, no quiero, puedo arreglármelas sola —respondía Eva.
Y al final nada cambió. Seguía temiendo a los hombres, incapaz de confiar de nuevo. Prefería estar sola antes que volver a amar al hombre equivocado, antes que volver a equivocarse. Pero ahora… no estaba sola. Tenía una relación ficticia.
—¿Para qué todo esto? —Eva se cubrió el rostro con las manos y se dejó caer sobre la cama—. ¿Para qué tanta farsa? ¿En qué estaba pensando cuando acepté su propuesta? Quería evitar un encuentro con uno y terminé saliendo con otro. Estoy completamente loca.
Alguien llamó a la puerta: era Kateryna Borysivna. Eva no quería ver a nadie, pero a su madre sí le abrió. Sentía vergüenza por haberla engañado. Estaba a punto de contarle la verdad, pero…
—A mí me parece que Slava es mejor que ese Denys —empezó a decir Kateryna Borysivna, pensando en voz alta—. Eva, Slava me cayó muy bien. Es tan amable al hablar, tan culto. Y más guapo que Denys: parece más serio, más seguro de sí mismo, alto, de hombros anchos, con buena postura. Va al gimnasio. Es cierto que fuma, pero ¿quién no fuma hoy en día…?
—Mamá, por favor… —susurró Eva.
—Slava sueña con tener su propia familia —decía Kateryna Borysivna—. Dice que le encantan los niños. Mañana va a presentarse en una buena empresa para trabajar como chófer. Antes fue camionero y quiere volver a serlo. Pagan bien, ya sabes. Me aseguró que lo primero que quiere hacer es ahorrar para comprar un piso. Luego me confesó que ya tiene algunos ahorros y que planea mudarse a su propio apartamento a finales de este año… y no solo, sino con su amada esposa. Además, sabe cocinar y dice que con gusto limpiaría el suelo si eso hace feliz a su mujer.
—Mamá, me sorprendes. ¿Cómo puedes creer todo lo que dice? —Eva realmente no entendía cómo ese Slava había logrado encantar tanto a su madre.
—Me inspira confianza, Eva. No es una mala opción. Piénsalo: tendrá un trabajo en el que estará poco en casa. ¿Qué tiene de malo? Vendrá, traerá dinero y volverá a irse. Y tú podrás vivir tranquila, a tu gusto.
—No necesito que nadie me mantenga, tengo suficiente con mi propio dinero —replicó Eva indignada—. Que a ti te guste Slava no significa que tenga que gustarme a mí también.
—No te lo estoy imponiendo —se apresuró a decir Kateryna Borysivna—, solo te sugiero que le prestes atención.
—Mamá, a mí me gusta Den —respondió Eva tratando de sonar convincente—. También es simpático y también va al gimnasio. Pero, a diferencia de tu Slava, él ya tiene su propio apartamento.
—Seguro que se lo compraron sus padres, y seguro que todavía vive de ellos —Kateryna Borysivna movió la cabeza con desaprobación—. Tiene pinta de niño mimado. Probablemente nunca ha trabajado en su vida ni sabe de dónde sale el dinero.
—Te equivocas —contestó Eva con firmeza—. Den es dueño de una empresa de transporte de carga. Sabe ganar dinero y dirigir. Y no me sorprendería saber que Slava se va a emplear precisamente en su compañía.
—Eva, ¿hablas en serio o estás inventando todo esto solo para no darme la razón? —Kateryna Borysivna no le creyó.
—Es la verdad. Y te propongo dejar esta conversación, porque estoy muy cansada y quiero dormir.
—Por supuesto, hija, descansa. En cualquier caso, me alegra por ti. Lo único que me importa es que seas feliz. No importa a qué se dedique tu futuro esposo ni cómo luzca. Lo importante es que te ame y que a su lado florezcas. Y si será Denys o Slava, eso ya lo decidirás tú con el tiempo. No te apresures a contradecirme otra vez. Buenas noches, hija.
—Buenas noches, mamá.
Eva suspiró profundamente, comprendiendo que su farsa con Denys tendría continuación…