Paraíso engañoso

11

El lunes, Denys estaba sentado desde temprano en su despacho revisando unos documentos cuando entró Anton, de muy buen humor.

—La vida es hermosa, el fin de semana fue increíble —dijo Anton sentándose en la silla frente al escritorio de Denys—. Espero que tú también estés satisfecho.

—Sí, lo estoy —asintió Denys, confirmando sus palabras mientras apartaba los papeles a un lado—. Admito que eres un genio.

—Percibo un tono burlón en tu voz —respondió su amigo cruzándose de brazos—. Pero dime la verdad, ¿lograste conquistar a Yeva o siguen con esa relación fingida?

—Tenemos una relación fingida. Llegamos a un acuerdo y decidimos ayudarnos mutuamente —Denys no quiso ocultarle la verdad—. No entraré en detalles, pero debo admitir que tu parte del plan funcionó. Ahora lo más importante es que mi madre se tranquilice y deje de empujarme hacia esa muñeca de silicona.

—Ah, seguro hablas de Yanúska —rió Anton recordando cómo se veía en las fotos—. ¡No puedo creer que alguien se haya hecho semejante muñequita! Me muero de ganas por verla en persona para confirmar lo que imagino. Aunque bueno, para cada producto hay su comprador.

—Basta de hablar —Denys adoptó un tono serio—. Es hora de trabajar. Dentro de una hora tengo pensado hacer una reunión, así que prepárate.

—Por supuesto, siempre estoy listo. Pero antes pasaré por el departamento de personal —dijo Anton poniéndose de pie. Estaba por salir del despacho cuando se giró y añadió—: Yeva es una chica hermosa, así que no sería pecado enamorarse de ella. Y si eso pasa, me alegraré por ti, porque nunca has tenido una chica tan digna.

—Anton, ahórrate las palabras y vete antes de que me ofenda —le respondió Denys mientras su amigo salía.

Cuando terminó la reunión, Denys se acercó a la ventana esperando a que sus empleados abandonaran la sala de conferencias. Quería quedarse solo para reflexionar, pensar no solo en los asuntos de la empresa sino también en los suyos. Pero de pronto vio por la ventana a... Slava. El mismo Slava, el sobrino del padrastro de Yeva. Aquello fue tan inesperado que no pudo ocultar su sorpresa.

—¿Y qué hace él aquí? —exclamó tan alto que incluso Anton, que ya casi había cerrado la puerta, lo oyó.

Al escuchar la voz de Denys, Anton regresó al despacho, se acercó a su amigo y también miró por la ventana.

—¿Qué has visto de interesante? —preguntó.

—Dime, ¿qué hace él aquí? —Denys sintió una oleada de irritación.

—¿Quién? —no entendió Anton.

—Ese alto, moreno —aclaró Denys.

—Ah, ese es nuestro nuevo conductor —dijo Anton—. Lo vi en el departamento de personal cuando lo contrataban. ¿Pasa algo? —no lograba entender de qué se trataba.

—Encárgate de que lo envíen a los viajes más lejanos. No quiero que ande rondando por aquí —ordenó Denys—. ¿Entendido?

—Entendido. Pero, ¿qué te ha hecho para que no te caiga bien? —preguntó Anton con curiosidad.

—Solo cumple mi orden sin hacer preguntas. Y ahora, disculpa, me están llamando.

—De acuerdo, me ocuparé de todo —dijo Anton, sin insistir más, y salió del despacho.

Era su madre, Mariya Danylivna, quien lo llamaba, y Denys ya sabía de antemano por qué. Seguramente quería fijar la fecha de la tan esperada cena formal. Y no se equivocó.

—Así que, el miércoles por la noche te quiero en casa —dijo ella.

—Mamá, no iré solo —respondió Denys, preparándose para lo que venía.

—¿Y con quién vas a venir? —preguntó Mariya Danylivna con tono expectante.

—Con mi novia, Yeva. Hace tiempo que quería presentártela, pero no había tenido la oportunidad...

—¿Lo haces a propósito? —lo interrumpió ella.

—¿Qué cosa?

—¿Intentas provocarme un infarto o qué? —se indignó su madre—. ¡Yana es tan dulce, tan guapa, tan inteligente!

—Yeva también es guapa e inteligente, y además la amo. Mamá, deberías respetar mi elección y no imponerme la tuya —Denys intentó mantener la calma y no subir el tono, pues no quería sonar grosero—. O voy con Yeva, o cenen sin mí.

—Está bien, ven con tu Yeva —dijo Mariya Danylivna con evidente mal humor—. Así tendrás la oportunidad de comprobar que la hija de mi amiga es mucho más hermosa que todas tus novias. Y yo también veré en quién te has enamorado, porque la última vez que vi a una de tus novias —bueno, a tus novias, en plural— estuve dos días tomando tranquilizantes.

—Eso fue porque apareciste sin avisar —replicó Denys, molesto por el recuerdo—. Por eso te llevaste ese susto. Pero Yeva es todo lo contrario a aquella mala elección. Yeva es…

—Los espero el miércoles —interrumpió Mariya Danylivna, sin dejar que su hijo terminara. Y Denys tampoco insistió: no sabía qué más podía decir.




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