Paraíso engañoso

12

Dénis regresó a su despacho y se sentó frente a su escritorio, ordenando a su secretaria que le trajera una taza de café.

—Señor Dénis Maksímovich, su café —dijo la secretaria, dejando la taza humeante sobre la mesa—. ¿Desea algo más?

—Encárgate de que nadie me moleste durante la próxima hora, tengo que hacer una llamada importante.

—De acuerdo, señor Dénis Maksímovich.

Dénis dio un sorbo al café y marcó el número de Eva. Antes, sin embargo, se quedó unos minutos pensando si debía continuar con aquel juego, si realmente valía la pena engañar a su madre fingiendo que Eva era su novia. Pero enseguida apartó las dudas: estaba decidido a hacerlo, porque lo único que quería era que dejaran de acosarlo con el tema del matrimonio.

—Te escucho —dijo Eva, conteniendo la tensión al ver quién la llamaba.

—Hola, ¿puedes hablar? —preguntó él.

—Tengo unos minutos, ahora no hay clientes —respondió ella—. ¿Qué querías?

—Pasado mañana iremos a cenar a casa de mi madre. Se llama María Danílovna. Pero tendrás que esforzarte mucho para que crea en nuestra relación —dijo Dénis, procurando hablar con calma.

—¿Cómo que “esforzarme mucho”? —preguntó Eva, sintiendo un escalofrío al presentir algo malo.

—Tendrá que parecer que estamos locamente enamorados el uno del otro. Así que quizá tengamos que abrazarnos… o incluso besarnos. Pero nada de bofetadas ni de escenas agresivas. Te lo digo para que te mentalices por si ocurre algo así —añadió Dénis, tratando el asunto con tono de negocios.

—No pienso abrazarte ni besarte —replicó Eva con firmeza—. Puedo comportarme con educación y no reaccionar ante el posible descontento de tu madre, pero nada más.

—Eva, tampoco yo tengo ningún deseo de abrazarte ni besarte —respondió Dénis, ya irritado—, pero es necesario para que el plan funcione. En fin, quizá podamos evitarlo.

—Estoy segura de que podremos evitarlo. Tengo un cliente, adiós.

Dénis dejó caer el teléfono sobre la mesa y volvió a tomar la taza de café. Pensó en ella. No lograba entender por qué se negaba con tanta vehemencia al contacto físico. A las mujeres solía gustarles, incluso eran ellas las que buscaban su atención y cercanía, pero ella… Justo en ese momento, sintió la necesidad de averiguar la razón. Algo debía haberle ocurrido para que evitara a los hombres de esa manera. Claro que Eva no se lo contaría, pero él estaba decidido a descubrirlo. Aquella chica había despertado en él una peligrosa curiosidad…

El ánimo de Eva cayó en picado después de la conversación con Dénis. Con mucho esfuerzo mantenía la sonrisa cuando el siguiente cliente se sentó frente a su escritorio en el banco. Pensó que se había metido voluntariamente en aquel acuerdo absurdo, y ahora se arrepentía, aunque sabía que ya no podía echarse atrás.

Se consoló diciéndose que sería solo una vez, una simple cena con su madre. Pero lo que en verdad la inquietaba no era la cena, sino lo que él había mencionado: los posibles abrazos y besos.

Al final del día, Lesia se acercó a ella, y Eva le contó todo, desahogándose con su amiga.

—¡Vaya! —exclamó Lesia, arqueando las cejas sorprendida—. ¡Sí que se las traen ustedes!

—Él fue quien lo planeó, yo solo acepté —aclaró Eva—. Pero eso de los posibles besos y abrazos…

—Permítete esos momentos agradables. Ya basta de huir de los hombres. Tienes una magnífica oportunidad de empezar una nueva vida —le aconsejó su amiga—. Yo, después de hacer el amor… fue como si volviera a vivir, como si me sintiera otra vez una mujer atractiva. Y tú también deberías empezar a revivir. Deja de encerrarte y de huir de las relaciones. Sí, tuviste una mala experiencia, pero eso ya quedó atrás. Piénsalo, no todo tiene que ser tan malo como lo fue alguna vez.

—Hay algo de verdad en tus palabras. Te entiendo perfectamente y, ¿sabes? incluso estoy de acuerdo contigo —dijo Eva tras pensarlo un poco, sin entender del todo por qué de repente aceptaba eso—. Quizá tengas razón, Lesia, ya es hora de seguir adelante. Al menos intentarlo. Solo hace falta encontrar a un hombre en quien pueda confiar, alguien que me atraiga, con quien quiera pasar mi tiempo.

—¿Y qué tiene de malo Dén? A mí me parece simpático, agradable, educado…

—No tan educado. Más bien diría que es un insolente. Al menos esa fue la impresión que me dio al principio. Pero tiene algo que resulta atractivo. Aunque, en realidad, no sé cómo es. Y además, ese tal Dén me dijo que no tenía ningún deseo de besarme ni abrazarme. Solo lo haría “por conveniencia”. Así que, en conclusión, no le gusto tanto como para que quisiera salir conmigo de verdad. Así que, Lesia, mejor no fantasees más.

—Bah, lo que diga da igual. Si tú quieres, toma la iniciativa y usa tu encanto. Estoy segura de que él caerá rendido y se enamorará de ti perdidamente. Haz como yo.

—Ojalá tuviera tu seguridad…

Esa noche, cuando Eva ya estaba acostada, volvió a pensar en las palabras de su amiga. Incluso sonrió al darse cuenta de que la vida seguía, y que quizá había llegado el momento de pasar aquella página triste. Le nació el deseo de volver a confiar en los hombres, de permitirse creer que aún podía ser feliz en una nueva relación… y volver a amar.




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