Del susto, Eva se quedó paralizada y durante unos segundos miró a Yana sin decir palabra. Pero enseguida se repuso y la empujó con fuerza. Sin embargo, Yana alcanzó a agarrar el vestido de Eva, tirando de él y rasgándolo un poco.
—¡Eres una zorra! —gritó Yana, empujando de nuevo a Eva contra la pared y a punto de lanzarla al suelo para abalanzarse sobre ella.
—Si no apartas tus manos de mí, voy a gritar —dijo rápidamente Eva—, y en un segundo tanto tu reputación como la mía estarán arruinadas. Yo lo superaré, pero a ti, con tanto nervio, se te va a reventar el silicón del pecho.
—Mis tetas son naturales, no como las tuyas, que apenas se notan —replicó Yana, algo más calmada, alisándose el diminuto vestido que se le había subido dejando al descubierto los muslos—. Pero pronto Denys se olvidará de ti, te tirará como un trapo viejo a la calle. No lo dudes, toda su atención será para mí. Solo querrá abrazarme y besarme a mí, y no saldrá de mi cama ni de día ni de noche.
—Yo, en tu lugar, no estaría tan segura —respondió Eva, intentando marcharse, pero Yana le bloqueó el paso—. ¿Quieres que grite de verdad?
—Vamos, grita. Estoy segura de que nadie oirá tu chillido. Se te nota lo débil que eres. A una como tú es fácil aplastarla, pisotearla —Yana soltó una carcajada en la cara de Eva e intentó agarrarla del cabello.
Justo en ese momento, Denys entró en el pasillo. Empezaba a inquietarse porque Eva tardaba demasiado. Algo dentro de él le decía que algo no iba bien, y no se equivocó.
—¿Qué pasa aquí, chicas? Eva, ¿por qué tienes el vestido roto? —preguntó con seriedad, mirando alternativamente a Eva y a Yana.
—Nada, solo necesitábamos hablar, y eso hicimos —respondió Yana con una sonrisa fingida, adoptando de pronto un tono dulce y amable.
—Está todo bien, rompí el vestido sin querer, me enganché con… Den, todo está bien —aseguró Eva.
—Yana, ve al salón. Eva y yo nos quedaremos un momento —dijo Denys, forzando una sonrisa.
—De acuerdo, Den —respondió Yana, devolviéndole la sonrisa mientras echaba sensualmente el cabello hacia atrás y con la otra mano tocaba el escote, como queriendo atraer su mirada hacia su generoso pecho.
Cuando Yana por fin pasó junto a ellos, rozó deliberadamente con su muslo a Denys antes de alejarse. Eva soltó un suspiro de alivio. Pero antes de que pudiera relajarse del todo, Denys la tomó de la mano y la llevó consigo.
—¿Adónde me llevas? —preguntó ella.
—A mi habitación…
—Suéltame, no habíamos acordado esto —dijo Eva, deteniéndose bruscamente al pensar que…
—Solo hablaremos, nada más —Denys pareció leerle el pensamiento.
—De acuerdo, hablemos —Eva respiró hondo, intentando calmarse—, pero que sepas que quiero irme a casa.
Denys, al llegar a su habitación, se detuvo. Luego abrió la puerta y dejó pasar primero a Eva, entrando después él. Cerró la puerta tras de sí. Eva echó un vistazo al lugar y la estancia le agradó. La decoración estaba en tonos azul oscuro. En el centro había una gran cama; bajo la ventana, un escritorio; y al otro lado, unas estanterías con libros y una colección de coches de juguete en miniatura.
—¿Por qué tienes el vestido roto? —preguntó de nuevo—. ¿Yana te hizo daño?
—Solo hablamos. Y el vestido lo rasgué sin querer, me enganché… pero no pasa nada —Eva no quería confesar lo que realmente había ocurrido ni mostrarse como víctima.
—Eva, ha surgido una situación… —Denys se sentía incómodo por iniciar la conversación que había motivado que la llevara a su habitación.
—Dilo ya como es —Eva no lograba imaginar de qué se trataba.
—En pocas palabras: esta noche nos quedaremos aquí. En esta misma habitación. Verás, mi madre me pidió que nos quedáramos, y no pude decirle que no. Ya la he decepcionado bastante —dijo Denys, mirándola con una expresión suplicante.
—¿Estás bromeando o qué? —preguntó Eva, sin tomarlo en serio al principio.
—Será solo por una vez —la tranquilizó Denys—. Tú dormirás de un lado de la cama y yo del otro. Te prometo que ni siquiera te miraré. Y me encargaré de conseguirte algo de ropa…
—Detente, Den, por favor —dijo Eva, moviendo la cabeza y alejándose de él, alterada por lo que oía—. No me quedaré ni un minuto más en esta casa. ¿Entendido? Nuestro acuerdo queda anulado, y lamento haber aceptado todo esto.
—Eva, cariño…
—No me llames cariño. Dirígete a mí solo por mi nombre —lo interrumpió Eva, cada vez más irritada, alzando la voz—. Nunca hablamos de dormir el uno en casa del otro, ¡te lo repito!
—Lo sé. Pero mi madre insistió en que nos quedáramos. Si te vas ahora, entenderá que no somos una pareja real. Puede que ya sospeche algo, por eso hizo esa propuesta. Eva, por favor, después de esto puedes pedirme lo que quieras y no te lo negaré —Denys insistía con desesperación—. No quiero que todos piensen que soy un mentiroso.
—Pero lo eres, Denys. Tanto tú como yo. Ambos estamos engañando a nuestras familias —dijo Eva, más calmada pero con tristeza.
—Ellos nos obligan a hacerlo. Entonces, ¿te quedarás a pasar la noche conmigo en mi habitación? —preguntó Denys, mirándola con ojos suplicantes.
—Es muy difícil para mí…
—Te prometo que ni siquiera te miraré de reojo —repitió Denys, todavía con la esperanza de convencerla.