Cuando Eva despertó por la mañana, Denis aún dormía, cubierto con su propia manta. Quiso levantarse enseguida, pero luego decidió no apresurarse y se permitió observarlo. Una vez más se convenció de que era un chico atractivo. Un verdadero guapo. Eva sonrió para sí misma ante esa conclusión. Su figura atlética, los músculos y la piel ligeramente bronceada la excitaban, despertaban en ella el deseo de sentirse entre sus brazos. Eva apartó esos pensamientos; lo que le faltaba era empezar a sentirse atraída por él. Pero eso era justo lo que empezaba a pasarle. Su cuerpo parecía haberse desconectado de su mente. La atracción física crecía poco a poco.
Además, Eva notó que no solo le atraía su apariencia, sino también ciertos rasgos de su carácter. Aunque no había olvidado lo grosero que fue con ella en el parque, cuando chocaron y ella lo salpicó con café. Desde entonces, no había vuelto a oír de él una sola palabra áspera. Sabía controlarse… aunque no siempre.
Eva se levantó de la cama y se puso su bata. Ese aroma agradable, su aroma, la envolvía como una niebla, nublando su mente, despertando fantasías y deseos. Ese deseo que había reprimido durante años, del que se había protegido, que había quedado dormido: el deseo de intimidad con un hombre.
Eva se acercó al estante y tomó uno de los coches de juguete.
—De niño me encantaba armar estos coches y jugar con ellos —oyó de repente su voz y se giró bruscamente hacia él.
Denis seguía acostado en la cama, con las manos detrás de la cabeza, observándola con una mirada entrecerrada. Observaba a esa chica que antes no le había despertado ningún interés, que incluso le irritaba con su manera de comportarse. Y ahora, sin saber cómo, le resultaba interesante, le provocaba una tormenta de emociones que intentaba ignorar.
Había empezado a sentir respeto por ella y una curiosidad creciente por conocerla mejor. ¿Cómo era realmente? ¿Por qué no salía con nadie? ¿Por qué parecía no buscarlo? Sin duda era del tipo que podía atraer a los hombres. Tal vez no era exactamente su tipo, pero eso no significaba que no fuera hermosa ni atractiva. ¿Y por qué no era su tipo? ¿Y cuál era su tipo, en realidad? Entonces Denis se dio cuenta de que su “gusto” por las chicas contradecía sus propias convicciones.
¿Acaso Yana no era su tipo? ¿No era ese el tipo de chicas que siempre elegía? Sí, lo era. Entonces ¿por qué ahora se resistía a estar con ella? ¿Será que Yana en realidad no le gustaba tanto? ¿O simplemente no quería ceder a lo que su madre le imponía?
Por supuesto, María Danylivna conocía bien los gustos de su hijo y estaba convencida de que Yana era justo la clase de chica que debía gustarle a Denis. Pero él se negaba rotundamente a tomarla en serio. Ni siquiera su cuerpo despertaba en él el más mínimo deseo. Así que, al final, tal vez ese no era realmente su tipo.
Ni él mismo sabía cuál era. Nunca había tenido relaciones largas. Había estado con muchas chicas, sí, pero nunca había amado a nadie, nunca había sentido la necesidad de confesar su amor. Antes solo le importaba el aspecto físico. Pero ahora, gracias a Eva, empezaba a interesarse por lo que había dentro: sus pensamientos, su alma.
Ella era la primera que despertaba en él esas preguntas.
—Después del desayuno te llevaré al trabajo —le propuso Denis
—Hoy me he tomado el día libre, así que me llevarás a casa —respondió ella, dejando el cochecito de juguete en el estante.
—De acuerdo. Y gracias otra vez por haberte quedado —dijo Denis mientras se incorporaba de la cama—. Saldré de la habitación para que puedas vestirte. Ayer encargué ropa para ti, la elegí personalmente, y pedí a la ama de llaves que dejara las bolsas frente a la puerta. Debieron entregarlas a las seis de la mañana. Espero que te guste.
Eva no tardó en arreglarse. El vestido que Denis había escogido realmente le gustó, al igual que la lencería. Tiene buen gusto, pensó, y además fue tan atento al preocuparse porque no me sintiera incómoda.
Al bajar, Eva se encontró con María Danylivna, que ya estaba despierta y había dado las órdenes para el desayuno.
—Espero que aceptes tomar un café conmigo —le dijo la mujer amablemente.
—Por supuesto —respondió Eva, sabiendo que no podría evitar una conversación a solas con ella.
—Pasa, siéntate. Ya está todo listo: los sándwiches, el café —dijo María Danylivna, sentándose frente a la chica—. Mientras Denis baja, tendremos tiempo de hablar.
—¿De qué quería hablar conmigo? —preguntó Eva, intentando parecer tranquila, como si no comprendiera de qué se trataba, aunque en realidad lo intuía perfectamente.
—Eres, sin duda, una chica hermosa. Atractiva, inteligente, pero… —María Danylivna titubeó un momento.
—Pero no soy la indicada para su hijo —se atrevió a decir Eva con franqueza, entendiendo que no tenía sentido fingir.
—No te lo tomes a mal. Personalmente no tengo nada en tu contra —dijo María Danylivna, tomando un sorbo de café—. Es solo que Denis aún no comprende bien qué tipo de mujer necesita como esposa.
—¿Y qué tipo de esposa necesita? —preguntó Eva con curiosidad, mientras también bebía un poco de café.
—Yana le conviene mucho más —respondió la mujer sin dudar.
—¿Y en qué es Yana mejor que yo?
—¿Por qué me haces esas preguntas ahora? ¿Quieres convencerme de que tú eres mejor?
—Solo quiero entenderla correctamente —contestó Eva, aunque en el fondo se preguntaba para qué hacía esas preguntas realmente.