—Hija, por favor, entiende que todo eso ya quedó en el pasado —Kateryna Borysivna no intentó detener a Eva, comprendía que su hija necesitaba estar a solas—. Solo te pido que me entiendas bien…
—Quizás algún día te entienda, pero ahora estoy dolida contigo. Y no solo porque me ocultaste esa historia, sino también porque permites que ese Vasya me diga lo que tengo que hacer.
—Él solo quiere lo mejor para ti. Para él eres como una hija, quiere cuidarte, que todo te vaya bien, que seas feliz, que te cases, que tengas tu propia familia.
—¿Y por eso me impone a su sobrino y tú lo apoyas? Mamá, estás de su lado, no del mío.
—Hija, estoy de tu lado. Olvídate de ese Slava. Me alegra que salgas con Denys… Yo… perdóname por haberte decepcionado.
—Si no hubiera conocido a Den y no estuviéramos saliendo, dime, ¿no insistirías en que conociera a Slava? ¿O sí lo harías? Respóndeme con sinceridad.
—Slava es un buen chico. No entiendo por qué te opones tanto a él.
—No me opongo a él, me opongo a que me lo impongan. Así que sí, no estarías en contra…
—Solo quiero lo mejor para ti. Intenta entenderme…
—Necesito salir a caminar, pensar, necesito tiempo para comprenderte. Y hoy no volveré a casa. Pasaré la noche en casa de Den.
—Perdóname, hija —dijo finalmente Kateryna Borysivna sin intentar convencerla de regresar.
Eva caminaba por las calles de la ciudad con el alma hecha pedazos. Le daba igual hacia dónde ir. Sus pensamientos eran un torbellino, las lágrimas le nublaban la vista, el pecho le dolía por la ofensa, el dolor y la confusión. A pesar de todo, seguía queriendo a su madre. Sabía que algún día la perdonaría, que acabaría aceptando todo lo ocurrido. Pero necesitaba tiempo. Tiempo para calmar la tormenta de emociones que la consumía por dentro.
Eva se sentó en un banco y se secó las lágrimas. Claro, el mundo no es como uno lo imagina, y las personas no son tan perfectas como quisiéramos creer. Cada quien elige su propio camino y tiene derecho a hacerlo. Su madre también lo tenía. Era su vida y su elección. Y que esa elección no coincidiera con los ideales que Eva tenía en la cabeza no significaba que su madre la quisiera menos, ni que ella dejara de quererla. Seguían siendo una familia, las personas más cercanas una a la otra.
Eva sacó su teléfono del bolso y llamó a Lesya. Su amiga no contestó. Miró el reloj: las tres de la tarde. Después del almuerzo suele haber más clientes en el banco que por la mañana, así que entendió por qué Lesya no respondía. Pero incluso si lo hiciera, ¿qué podría hacer Lesya? No iba a abandonar su trabajo para ir corriendo a escuchar los problemas de Eva. Tendría que esperar a que terminara su jornada y pudiera dedicarle tiempo. Luego Eva le pediría quedarse a dormir en su casa, porque en realidad quería ir a verla a ella, no a Denys, aunque eso le hubiera dicho a su madre.
También ella mentía a su madre. Le mentía abiertamente, mirándola a los ojos. Eva se echó a reír, cubriéndose el rostro con las manos. Ella tampoco era del todo honesta, y aun así quería que todos lo fueran con ella, especialmente su madre. Pero si quería cambiar algo, debía empezar por sí misma. Decirle la verdad a su madre, contarle que su relación con Denys era ficticia. Sin embargo, Eva sabía que en cuanto lo hiciera volverían a imponerle a Slava, y no la dejarían en paz.
De todos modos, algún día le contaría la verdad a su madre, pero más adelante, cuando estuviera segura de que nadie intentaría dirigir su vida. Cuando empezaran a respetar sus decisiones. Eva pensó que eso era justo: había que respetar las elecciones de cada uno. Y ella también debía respetar la de su madre. No tenía por qué culparla, especialmente por la muerte de su padre. Su madre no era culpable de eso. Lo que pasó, pasó, y nada podía cambiarse ya. Había que dejar el pasado atrás, darle descanso y seguir adelante.
Eva se levantó del banco y siguió caminando por las calles de Kiev, reflexionando sobre su propio comportamiento. Llegó al malecón del Dniéper y se detuvo cuando sonó su teléfono: era Lesya, que acababa de salir del trabajo.
—Hoy hubo una avalancha de clientes —dijo Lesya—. ¿Y tú? ¿Dónde te has metido? ¿Te enfermaste?
—No, luego te cuento. Pero mañana iré al trabajo, eso seguro. Lesya… yo…
—Eva, espera, es Anton otra vez. No para de llamarme. Esta noche planea una cena en un restaurante porque quiere presentarme a sus padres. Me llama solo para confirmar una tontería. Te devuelvo la llamada enseguida.
Eva sabía que Lesya la llamaría de nuevo, pero ya había decidido que no le pediría quedarse en su casa, ni la cargaría con sus problemas. No quería arruinarle la noche. Así que no habría desahogo con su amiga esa tarde. Cuando Lesya la volvió a llamar, empezó a contarle emocionada que Anton resultó ser el hombre de sus sueños. Eva, por supuesto, se alegró por ella.
—¿Y tú qué era lo que querías decirme? —preguntó por fin Lesya.
—Nada importante, solo quería matar el tiempo. Mañana hablamos. Que tengas una linda noche.
—Mañana te cuento todo con lujo de detalles. ¡Chao!
Eva rompió a llorar en cuanto terminó la llamada. Los nervios empezaban a traicionarla: se sentía impotente, perdida, sin saber qué hacer, sin ganas de volver a casa. Entonces sonó de nuevo el teléfono. Era Denys. Por el tono de su voz comprendió enseguida que ella lloraba, y sin preguntar el motivo, le dijo:
—Dime dónde estás, voy por ti ahora mismo.