Paraíso engañoso

23

Eva esperaba esa pregunta, aunque no de manera tan directa. Ya intuía que la noche podía continuar en su cama. ¿Quería ella intimidad con Denys? Sí, lo deseaba. Quería sentir sus brazos rodeándola, su caricia delicada, la pasión y el ardor de sus besos. Y no tenía miedo, porque confiaba en él. Creía de verdad que nunca podría hacerle daño. En ese momento, sus antiguas convicciones dejaron de importar, esas reglas internas que había seguido tras aquel hecho terrible que le ocurrió.

Denys, sin saberlo, había curado sus heridas del pasado. Había despertado en ella nuevamente el deseo de amar y ser amada. Y ahora ya no quería prohibirse a sí misma estar en los brazos de un hombre. En los brazos de alguien a quien amaba, junto a quien volvía a sentirse viva, llena de colores.

Aunque Denys sentía la reciprocidad en ella, también notaba algo que no alcanzaba a comprender. Entonces se atrevió a preguntarle:

—¿Podrás responderme con sinceridad algo muy personal?

—Pregunta —dijo ella, alerta, dejando su copa de champaña a medio terminar sobre la mesa.

—Tengo la sensación de que en tu pasado ocurrió algo. No sé de dónde me vienen esos pensamientos, pero me preocupan —Denys habló con cautela, eligiendo cada palabra para no herirla sin querer.

—Mi exnovio me levantaba la mano… y la última vez me golpeó tan fuerte que terminé en el hospital —Eva ya no quiso ocultar más la verdad.

—¡Maldito sea! —exclamó Denys, tan alto que varios comensales se giraron a mirarlo. Él se volvió hacia ellos—. Disculpen…

—Me costó mucho recuperarme de aquello. Dejé de confiar en los hombres y me prometí no volver a salir con nadie. Tú eres el primer hombre con quien he vuelto a acercarme así… desde entonces.

—No entiendo por qué no lo dejaste antes, por qué lo perdonabas, por qué seguías con él hasta terminar en una cama de hospital. ¿Lo querías tanto? —Denys no conseguía calmarse.

—Cada vez pensaba que no volvería a pasar… Estaba segura de que había entendido su error. Durante ese tiempo me apegué mucho a él, me volví emocionalmente dependiente. Y ya no sé si lo amaba de verdad o si era un sentimiento falso. Además… creía que yo tenía la culpa, que era yo quien lo provocaba. Pero la verdad es que simplemente fui una cobarde que no supo defenderse. Desde que terminamos, he estado aprendiendo a protegerme.

—Me siento culpable por haber levantado la voz contigo aquella vez en el parque. Perdóname, por favor —dijo Denys, tomando su mano entre las suyas.

—No me ofendí para nada aquella vez. Más bien sentí irritación porque no pude tomar mi café y disfrutar del silencio de la mañana.

—¿Y espero que ese desgraciado haya recibido su merecido? —por alguna razón, Denis preguntó también sobre eso.

—No. Evitó el castigo porque su padre es juez. No importa la infracción que cometa, siempre se libra de cualquier consecuencia. Pero no quiero seguir hablando de él ni recordarlo más.

—Perdóname por haberte hecho recordarlo por mi culpa —Denis apretó con más fuerza sus manos entre las suyas, maldiciéndose en pensamientos por todas aquellas preguntas.

Pero ahora él lo sabía, y la entendía mejor. En ese momento deseó abrazarla, estrecharla contra su cuerpo, como si así pudiera protegerla del dolor y de los recuerdos hirientes. Denis decidió no insistir en que fueran a su casa. Pensó que no valía la pena apresurar las cosas. Todo tiene su momento. Y el momento en que serían íntimos todavía estaba por venir. Esa noche se habían acercado mucho más que después de un encuentro físico. La confianza, la sinceridad, el entendimiento… todo eso une las almas, genera respeto y despierta el deseo de estar juntos.

Denis se ofreció a acompañarla a casa, pero ella dijo que quería quedarse dormida a su lado, abrazándolo. Y él no se opuso a algo que también deseaba. Fueron a su departamento. Se quedaron dormidos abrazados con suavidad, y hasta en sueños la sensación de felicidad no los abandonó.

A la mañana siguiente, Denis preparó café y unos bocadillos, y luego le preguntó:

—¿Qué te parece si este fin de semana navegamos por el Dniéper en un barco?

—Eres un romántico y eso me encanta. Claro que acepto —sonrió Eva, complacida, tomando la taza de café entre las manos—. Pero hoy debemos darnos prisa para llegar a tiempo al trabajo.

—De acuerdo —Denis se apresuró también y se sentó a la mesa para comer—. Hay algo más que quiero proponerte.

—Me dejaste intrigada. Vamos, dilo rápido —Eva trataba de adivinar de qué se trataba.

—Vente a vivir conmigo —lo dijo desde el corazón, porque por primera vez en su vida lo deseaba de verdad—. No porque sea necesario, sino porque quiero que estés a mi lado. Eva, te amo.

—Denis, yo también te amo y por eso…

—¿Y por eso?

—Me mudaré contigo. ¿Te refieres a mudarme aquí o a la casa donde vive tu madre? —Eva preguntó con cierto nerviosismo.

—A este departamento. Para mi madre será difícil aceptarlo, claro. Pero con el tiempo estoy seguro de que lo entenderá y lo aceptará como debe ser, y dejará de imponerme sus decisiones. Aprenderá a respetar la mía. Eva, todo saldrá bien. No permitiré que te haga daño. Haré todo lo posible para que se lleven bien, incluso que se hagan amigas —Denis hablaba con seriedad—. Mi madre es una buena persona, muy cariñosa, solo que a veces quiere que todo sea como ella dice y puede ser tan terca que ni yo lo aguanto. Le gusta mandar, organizarlo todo. Pero, aun así, es la madre más atenta del mundo.

—Me encanta cómo hablas de tu madre, con tanta ternura. Yo también estoy segura de que todo saldrá bien y encontraremos un punto en común —sonrió Eva, y él la besó en respuesta.

Al terminar su jornada laboral, Eva volvió a casa y decidió, antes de empezar a hacer las maletas, contarle a su madre que pensaba mudarse con Denis. En ese momento, Katerina Borísivna estaba preparando la cena. Vasíl Ivánovich también estaba sentado a la mesa, insistiendo en demostrarle algo a su esposa.




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