Todas las cosas de Eva ya habían sido llevadas al apartamento de Denys. Y ella las colocaba en los estantes del armario, junto a las de él. Aquellas decisiones y acciones tan espontáneas no habían dejado tiempo para pensar, ni para comprender que era un paso serio. De repente, surgió en su mente la duda: ¿y si realmente se habían apresurado en su deseo de vivir juntos? ¿Y si todo había sido impulsado por ese juego de relaciones ficticias? ¿O, tal vez, sí era el verdadero deseo de estar juntos? Eva se sentó en la cama, intentando deshacerse de todas sus dudas.
—¿En qué piensas? ¿Todo bien? —preguntó Denys al entrar en el dormitorio y sentarse a su lado.
—Todo está bien —respondió ella.
—Pero igual hay algo que te preocupa —Denys tomó su mano—, y hasta puedo adivinar qué es. Te inquieta lo repentino de nuestra decisión de vivir juntos. Confieso que a mí también me inquieta. Pero estoy seguro de que todo irá bien, de que juntos podremos con todo. Soy feliz de que estés conmigo ahora. Hace nada yo no estaba satisfecho con nada, no sabía lo que quería. Y conocer a alguien como tú lo cambió todo de inmediato. Empecé a sentir cosas que nunca antes había sentido. A desear algo que jamás había contemplado. Espero no decepcionarte. Dime, ¿qué te gustaría ahora?
—Quiero que me beses —dijo Eva, sintiendo ese deseo de nuevo.
Denys también sintió esa atracción mutua, un deseo incontenible de amarla. La pasión fue como una explosión, un destello que los envolvió a ambos, aun así preguntó:
—¿Estás segura? ¿O debería detenerme?
—Estoy segura. Lo quiero, y no te detengas —susurró ella, acercándose a él y apoyándose en su pecho.
Con un impulso ardiente, él le quitó el jersey, cubriendo con besos su piel suave como terciopelo. Con cada caricia despertaba en ella un deseo aún más fuerte de entregarse a él. Ella desabrochó los botones de su camisa negra, y deslizó las manos sobre su torso desnudo, sintiendo la firmeza de sus músculos, respirando agitadamente por la excitación… La pasión se apoderó de ambos de tal forma que nubló su razón. El mundo alrededor dejó de existir, incluso la consciencia de uno mismo se desvaneció. Oleadas de placer les recorrían el cuerpo como un calor delicioso, y de sus labios escapaban gemidos incontrolables…
Recobrando el aliento tras aquel arrebato de pasión, Denys se tumbó de espaldas, rodeó a Eva con un brazo y, acercándola a él, dijo:
—Eres lo mejor que me ha pasado.
—No tenía idea de que algo así pudiera sentirse —sonrió Eva, aún temblando de placer.
—Aún te queda mucho por descubrir. Ahora que viviremos juntos, haré que cada uno de tus días sea inolvidablemente mágico —Denys acarició su rostro con la otra mano—. Te amo.
—Y yo a ti —respondió ella, cerrando los ojos ante una nueva oleada de deseo que despertaban sus caricias.
El día festivo resultó increíblemente cálido. El sol de primavera ya calentaba tanto que daba la sensación de que el verano había llegado. Aunque aún faltaba mes y medio. Sin duda, todavía habría un descenso de temperatura, heladas e incluso podría volver a nevar. Y los tulipanes bajo la nieve se verían hermosos. Pero justo aquel día era tan cálido que la gente se había quitado la ropa de abrigo. Eva se sentía feliz al lado de Denys. Ahora iban de la mano, paseando por el malecón del Dniéper. Les esperaba un paseo en barco por el río.
Los paseos por el río Dniéper son uno de los tipos de ocio más populares. En Kyiv, la historia de estos paseos fluviales comenzó mucho antes de la revolución de 1917 y, a día de hoy, siguen siendo igual de relevantes. Llenos de sentimientos románticos, Eva y Denys estaban en el barco; él la abrazaba por detrás mientras contemplaban los paisajes. De vez en cuando, él le susurraba palabras bonitas al oído y ella parecía derretirse de placer, sonriendo. Era esa sensación de felicidad con la que siempre había soñado. Eso que solo regala el enamoramiento.
Tras el paseo, Antón llamó a Denys y le propuso quedar en una cafetería. Denys y Eva aceptaron encantados de compartir un rato con sus amigos. Después de unos minutos de agradable conversación, Lesya y Eva se dirigieron al baño, dejando a los chicos solos. Querían hablar a solas. Lesya sentía que necesitaba contárselo a alguien.
—Lesya, ¿qué ha pasado? —preguntó Eva, adivinando que algo preocupaba a su amiga.
—Eva… creo que estoy embarazada —confesó Lesya, impactada—. Aún no lo sé con certeza. No me animo a comprar una prueba. Me da miedo confirmar mis sospechas. El retraso puede deberse a otras cosas…
—¿Quieres que compre yo la prueba y me quede contigo mientras te la haces? —le ofreció Eva—. Y podemos ir juntas al médico.
—Claro que quiero —Lesya abrazó a Eva—. Mañana, en la pausa del almuerzo, haremos la prueba.
—¿Y qué harás si realmente estás embarazada? —preguntó Eva con seriedad.
—Sinceramente, no estoy lista para ser madre —empezó Lesya—. Y no quiero atar a Antón a mí por un hijo. Ahora todo va tan bien… Acabo de mudarme con él. Pero si de verdad estoy embarazada, no podría deshacerme del bebé. Supongo que se lo diría a Antón… o tal vez no… No lo sé… Eva, no lo sé. Se supone que tuvimos cuidado…
—Sea cual sea tu decisión, yo estaré a tu lado. No te apresures. Un hijo es un milagro.
—¿Y si Antón no quiere ese milagro? —Lesya parecía angustiada—. Si estoy embarazada, quizá en lugar de casarse conmigo me diga que aborte y me eche de su apartamento. Que termine todo conmigo.
—No puedes estar segura de eso —Eva intentó tranquilizarla—. A mí, Antón me parece un chico decente, alguien bueno…
—Sí, es bueno… pero aún no sé si es así de serio —Lesya suspiró—. Volvamos con ellos, que ya llevamos demasiado aquí. Si no, se preocuparán y empezarán a sospechar —dijo, recomponiéndose un poco, y salieron del baño.
Los chicos no notaron nada, estaban demasiado de buen humor para darse cuenta de que algo ocurría. El resto de la velada transcurrió entre risas y conversación. Y al día siguiente, Denys llevó a Eva al trabajo.