—Antón, te pido por favor que no perdamos tiempo con bromas inútiles. Habla concretamente, ¿qué es lo que quieren? —Denys era muy serio cuando se trataba de su empresa.
—¿Qué bromas? Te hablo totalmente en serio. El influyente, y lo más importante, acaudalado empresario estadounidense John Tayvor quiere firmar un contrato con nuestra compañía. Y propone hacerlo en un ambiente informal —empezó a explicar Antón—. Quiere que tú personalmente vengas junto con tu asistente, o sea yo, a verlo. Y claro, yo pregunté si podíamos llevar a nuestras chicas, me refería a Lesya y Yeva. Y dijo que ningún problema.
—¿Llevar a dónde? ¿Al paraíso? ¿A qué paraíso? —preguntó Denys, poco satisfecho con las metáforas de su amigo.
—Lo dije de forma figurada —se apuró a calmarlo Antón al ver su molestia—. Ese John planea unas vacaciones en una isla del océano Pacífico. Y nos invita allí, a esa isla. Diez días de descanso a su cargo. Propone combinar vacaciones y trabajo. Dice que los acuerdos deben cerrarse mientras se descansa. Yo averigüé información sobre esa isla…
—Hubieras averiguado mejor información sobre ese John Tayvor —lo interrumpió Denys, empezando a captar de qué iba el asunto.
—También la averigüé, y primero que nada. Pero no me interrumpas y escucha todo por orden —Antón abrió su carpeta y sacó de allí el expediente del empresario estadounidense y unas fotos de la isla—. John Tayvor, cincuenta años, viudo, sin hijos, solo tiene una hermana. Es dueño de una fábrica de bebidas dulces que se venden no solo en su país, sino también en el extranjero. Además, tiene una cadena de mini-mercados. Su meta es esta: comprar mercancía necesaria para sus tiendas en Ucrania y que nosotros se la entreguemos allá. Y a cambio, él suministrará sus bebidas a las tiendas de Kyiv que las pidan. Es decir, nuestros camiones tienen que llevar productos ucranianos a Estados Unidos, descargarlos allí, y luego cargar productos americanos para traerlos a Ucrania. La ruta se detallará en la reunión. Pero está claro: los camiones llegarán al puerto marítimo y luego por barco cruzarán el océano… Para nosotros es rentable. Y la isla a la que invita ese John es un lugar increíble para descansar: un resort para gente adinerada. Hoteles caros con vista al océano, todo tipo de entretenimiento y lo principal: la naturaleza. Selva espesa, playas de arena blanca y, claro, el océano con agua transparente y cristalina donde se pueden ver los arrecifes de coral y los peces nadando… En pocas palabras: un paraíso.
—Suena tentador —admitió Denys—. Sabes cómo describirlo bien. Pero debemos pensar no en vacaciones, sino en negocios.
—Denys, vamos a pensar en ambas cosas: negocios y vacaciones… pagadas por otro. ¿Y cómo crees que reaccionarán las chicas? Den, desde que llegué te noto raro. ¿Seguro que no pasa nada? ¿O sí pasa? Entonces cuéntame —Antón volvió a mirarlo con sospecha.
—Te digo que todo está bien. Pensaré en lo que me acabas de contar, lo analizaré y tomaré una decisión. Además, tengo que preguntarle a Yeva si podrá viajar conmigo. Tal vez ni le sea recomendable irse de vacaciones —Denys tenía la intención de averiguar si Yeva realmente estaba embarazada.
—¿Y por qué no podría? Yeva podrá, y Lesya también. Pedirán diez días de vacaciones y listo, libres de viajar donde sea. Y tienen pasaportes, porque Lesya dijo que durante sus estudios fueron a Inglaterra a hacer prácticas —Antón no entendía a Denys—. Estoy seguro de que saltarán de alegría cuando sepan de unas vacaciones así en plena primavera. ¡De inmediato correrán a comprarse bikinis!
—Puede ser. Pero hasta mañana tengo que pensarlo. Y ahora pasemos a otro asunto —dijo Denys con seriedad, y a Antón no le quedó otra que asentir.
Antes de recoger a Yeva del trabajo, Denys compró frutas y un ramo de flores. Aun así tenía la intención de descubrir la verdad.
—¿Hoy celebramos algo? ¿O es de nuevo “porque sí”? —preguntó Yeva, tomando las flores de las manos de Denys y agradeciéndole con un beso.
—Yo estaría encantado de darte flores todos los días sin motivo alguno. Te propongo cenar juntos y hablar —Denys ayudó a Yeva a quitarse la chaqueta y se desvistió él mismo—. Ve a descansar un poco y yo prepararé algo, luego te llamo.
—Pero puedo ayudarte —Yeva estaba sorprendida por tanta atención de su parte.
—Eva, por favor, no discutas conmigo. Mejor dime si te sientes bien —la miró con atención—. Estás un poco pálida. ¿No tienes náuseas?
—Den, estoy perfectamente. Además, ¿por qué dices que estoy pálida? Tengo un aspecto normal —Eva se miró en el espejo que colgaba en el pasillo.
—Bueno, está bien. Ve a descansar un rato y yo te llamaré —dijo Denis, tomando las bolsas con las compras y dirigiéndose a la cocina.
Media hora después la llamó y la ayudó a sentarse a la mesa. Había preparado espaguetis con salchichas, una ensalada de verduras frescas y colocado frutas.
—Se ve delicioso y hay muchas verduras y frutas frescas. Eso me gusta —a Eva le agradaba tanta atención y comenzó a cenar con gusto.
—Eva, ¿no quieres decirme algo? ¿Anunciarme alguna novedad? —Denis comenzó la conversación con cautela, sin apartar la mirada de ella.
—No, no hay nada nuevo —respondió ella mientras masticaba—. ¿Y tú? ¿Qué novedades tienes?
—Eva, ¿estás embarazada? —Denis ya no pudo contenerse y lo preguntó directamente—. Perdóname, quizá arruiné la sorpresa que querías darme… Lo siento.
Eva lo miró en silencio durante un minuto después de lograr tragar el trozo de salchicha, y luego preguntó:
—¿Por qué piensas que estoy embarazada?
—Yo… es que estás tan pálida… pensé que…
—No, Den, no estoy embarazada. Vivimos juntos solo una semana. Bueno, si ha pasado, aún no lo sé. Todavía no siento ningún cambio —trató de explicarse—. Pero no te entiendo…
—Quiero decir… —Denis sintió incluso una pequeña desilusión, pues se dio cuenta de que no estaría en contra de convertirse en padre— …que yo… en fin, quiero decir que… estaría feliz.