Paraíso engañoso

32

—Quiero que, apenas volvamos a casa, vayamos juntos a presentar la solicitud en el registro —dijo Lesia con ilusión mientras paseaban por la orilla del océano—. Pero aún no sé qué vestido de novia elegir. ¿Cuál crees que me quedaría mejor?

—Creo que estarás preciosa con cualquiera —respondió Eva con una sonrisa sincera, alegrándose por su amiga—. Recorreremos las tiendas de novias, te probarás todos los modelos y elegirás el mejor.

—Eva, he esperado tanto este momento, y hoy por fin ha sucedido —Lesia tomó a su amiga del brazo—. Aunque… no me dio anillo. Dijo que no tuvo tiempo de comprarlo. Seguro que fue una decisión espontánea, se dejó llevar y me lo pidió así, sin más. Eso debe haber pasado. Ya le preguntaré con calma algún día. Y también quiero que Den te pida a ti matrimonio, para que podamos preparar juntas el día más feliz de nuestras vidas.

—A Den no le preocupa eso ahora —contestó Eva—. Está feliz porque su padre está vivo y, al mismo tiempo, destrozado por la posible separación de sus padres. Ahora necesita apoyo. Lesia, quiero contarte algo… pero prométeme que quedará entre nosotras.

—Sabes que sé guardar secretos —se ofendió un poco Lesia, aunque enseguida se inquietó—. ¿Pasó algo? ¿Estás embarazada? ¡Eva!

—No, Lesia, no estoy embarazada. Es otra cosa —las chicas se detuvieron—. John me acosa.

—¿Qué quieres decir con “acosa”? —Lesia tardó en entender sus palabras.

—Literalmente eso: quiere acostarse conmigo y lo dice con total descaro, como si fuera inevitable. Por supuesto lo rechacé, pero dudo que lo haya entendido. Este tipo de hombres no aceptan un “no”. Y tengo miedo, Lesia.

—¿Y no se lo has contado a Den? —el ánimo de Lesia decayó de golpe, miró a Eva con preocupación.

—Si se lo cuento, habrá un escándalo. Den iría directo a enfrentarlo y todo se saldría de control. John lo negará todo, dirá que lo malinterpreté. O peor: que yo fui quien coqueteó con él. Estoy desesperada, Lesia, y me siento fatal. Quiero regresar a casa cuanto antes. Espero que Den solucione hoy mismo esos asuntos de negocios y podamos irnos ya —Eva respiró un poco aliviada tras compartir su angustia.

—Ese John es un cerdo —soltó Lesia indignada—. Y a simple vista parece tan elegante, tan correcto, tan caballeroso…

—Las apariencias engañan. A veces detrás de una fachada sofisticada se esconden miserables y pervertidos —Eva exhaló hondo—. Es una pena que este paraíso esté lleno de gente tan horrible. Pero ya basta de hablar de eso. Cuéntame cómo te sentiste cuando Antón te pidió la mano, ¿qué te dijo exactamente?

—Al principio pensé que había oído mal —el entusiasmo volvió a Lesia—. Fue tan inesperado que por un instante me quedé sin palabras. Y luego… Eva, mira, hacia acá viene alguien… ¿es un guardia del hotel o…?

Eva también miró hacia el hotel. Un hombre alto, musculoso y con un auricular en la oreja se acercaba a ellas. Saludó al llegar.

—¿Cuál de ustedes es Eva? —preguntó con prisa.

—Yo soy Eva —contestó ella—. ¿Pasó algo?

—Su novio, Denys, la invita a dar un paseo en yate. Me pidió que la acompañe. Él ya la espera a bordo —informó el hombre.

—¡Qué romántico! —se sorprendió Lesia—. Den sí que sabe.

—A mí me extraña —Eva dudó un instante—. Creí que ahora tenía demasiadas preocupaciones… ¿Está seguro de que es Denys…?

—Por supuesto. Sígame, por favor —respondió él, cada vez más impaciente.

—Ve, Eva, yo volveré con Antón —dijo Lesia, y luego se inclinó para susurrar, procurando que el hombre no la escuchara—. Estoy segura de que Den quiere proponerte matrimonio. ¡Qué romántico! Luego me lo cuentas todo con lujo de detalles.

—Ojalá —Eva trató de apartar sus dudas y se dirigió al hombre—. Bien, muéstreme el camino. Habría elegido otra ropa si lo hubiera sabido.

—Si ya estás perfecta —le dijo Lesia animándola mientras se alejaba.

El yate, lujoso y brillante, se mecía en las suaves olas de la bahía. El hombre ayudó a Eva a subir a bordo.

—¿Dónde está Den? —preguntó ella, mirando a su alrededor.

— Él la está esperando en el camarote, pidió que la ayudara a bajar — el gorila empezó a lucir satisfecho, y aunque Eva lo notó, ya no le prestó importancia —. Tenga cuidado con los escalones.

Eva bajó con cuidado y, apenas entró al camarote, la puerta se cerró de inmediato detrás de ella. Al principio, lo que más llamó su atención fue la gran cama cubierta con una blanca colcha impecable y la pequeña mesa con champaña y frutas. Y sólo después lo vio… no a Den como esperaba, sino… a John.

— Atrévete, cielo, pasa y ponte cómoda. Porque nuestro paseo por el océano será largo y placentero.

De lo inesperado, Eva se quedó totalmente desconcertada y ni siquiera podía moverse. Pero en un instante comprendió que ese John la había engañado y llevado a su yate. Y entendió lo que estaba por suceder. Eva se giró rápidamente y tiró de la puerta. Pero ya estaba cerrada con llave. Empezó a empujarla, tratando de derribarla, pero era inútil. Y después sintió que el yate arrancó, alejándose del puerto, mar adentro.

— No gastes tus fuerzas en vano, porque las necesitarás para otra cosa — escuchó la voz de John detrás de ella —. Cálmate ya y siéntate.

— ¡Suéltame, desgraciado! — gritó Eva, apoyando la espalda contra la puerta —. Me van a buscar… me van a rescatar… ¡y te vas a arrepentir de haberme secuestrado!

— No lo creo — dijo John con una sonrisa insolente, tomando la botella de champaña y descorchándola —. Todos pensarán que decidiste venir conmigo por tu propia voluntad. Que cambiaste a tu novio… por mí, por el dinero, por el lujo que tu… no puede darte. En pocas palabras: que estás locamente enamorada de mí y por eso estás aquí.

— ¡Cerdo! — gritó Eva secándose las lágrimas —. Suéltame, por favor, y no le diré a nadie que me secuestraste.

— De todos modos no se lo contarás a nadie, cielo. Toma una copa — John le extendió uno de los vasos llenos, pero ella se apartó —. Bien, si no quieres, no insisto. Perfecto, no retrasemos más el placer. Quítate el traje de baño y acuéstate en la cama. Porque te deseo muchísimo.




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